Joyas bajo el agua
Aunque la mayoría están ahí por desastres naturales, también las hay por decisión de los artistas
GERARDO ELORRIAGA
Viernes, 3 de febrero 2017, 19:12
La catástrofe que sepultó bajo las aguas el reino perdido tuvo lugar nueve milenios antes de que el poeta y político Solón, uno de los Siete Sabios de Grecia, gobernara la metrópoli ateniense. El terremoto que lo asoló fue un desastre natural sin precedentes y acabó con aquel archipiélago, un Estado poderoso que, alguna vez, en tiempos remotos, disputó la hegemonía naval en el Mediterráneo a las ciudades de la península helena y Asia Menor. El sugerente relato en torno al trágico fin de la Atlántida ha discurrido a través de las crónicas de la Historia hasta nuestros días, a pesar de que nunca se ha podido probar su existencia. Algunos aseguran que el mito en torno a una civilización fabulosa más allá de las Columnas de Hércules se inspira libremente en la crónica de la erupción volcánica que sufrió la isla de Santorini en 1628 a. de C., mientras que otros niegan todo crédito a esa fabulosa civilización de la que tenemos noticia, por primera vez, en los diálogos 'Critias' y 'Timeo' de Platón.
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La polémica alrededor de la Atlántida se extiende a otras formaciones submarinas de discutido origen. El complejo cultural del golfo de Khombat, frente a la costa india de Gujarat, ha sido fechado en el siglo XVII a. de C., pero sus críticos consideran que las presuntas construcciones son meros geofactos, y también existe discusión sobre la identidad de las estructuras submarinas de Yonaguni, en el litoral japonés. En cualquier caso, la existencia de ciudades y tesoros bajo el mar no admite discusión. Su proliferación e importancia está corroborada tanto por las constantes noticias de descubrimientos, a menudo casuales, como por las denuncias de su saqueo y destrucción.
La inauguración del Museo Atlántico de Lanzarote, con una colección de obras escultóricas solo al alcance de los submarinistas, nos recuerda que la Historia y la cultura tienen un capítulo prácticamente sumergido. En Territorios hemos seleccionado varios ejemplos relevantes de todos los tiempos, víctimas de todo tipo de avatares naturales y decisiones humanas.
Misión: preservar los arrecifes
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Tolstói defendía la facultad del arte para expresar emociones, pero no pudo ni siquiera imaginar su capacidad para preservar los arrecifes de coral. El Museo Subacuático de Cancún (MUSA) defiende la iniciativa de sembrar de esculturas el lecho marino como una alternativa a la sistemática destrucción de los frágiles arrecifes de coral. El medio millar de figuras constituye un atractivo para los buceadores y, en consecuencia, desvía los flujos de turistas que, a través del snorkel, invaden y dañan los ecosistemas naturales. Además, las algas y pólipos que buscan acomodo en la piedra tallada permiten recuperar la vida marina. La iniciativa norteamericana sido adoptada en Europa. El Museo del Atlántico de Lanzarote será inaugurado el próximo mes, pero ya 5.000 espectadores envueltos en neopreno han podido contemplar las primeras de las 300 estatuas creadas ex profeso por el artista británico Jason DeCaires Taylor, también artífice del conjunto hundido en el golfo de México. La institución, que será inaugurada oficialmente el próximo mes, aúna la propuesta ecológica, el interés turístico y el fin preservacionista. Las obras, situadas a una distancia de 10 a 15 metros de la superficie, ocupan una superficie de unos 400 metros cuadrados en la bahía de las Coloradas. Los isleños poseerán réplicas bajo el agua ya que las figuras son moldes de nativos y residentes. El proyecto canario de DeCaires se pone en marcha dos años después de que creara la mayor estatua submarina de arte contemporáneo. En 2015, una joven nativa de dimensiones colosales fue sumergida en el litoral de las Bahamas. Reclinada sobre una piernas, Ocean Atlas, de 5 metros de altura y 60 toneladas de peso, parece asumir la titánica misión de sostener el mar Caribe mientras atrae al coral que la convertirá, progresivamente, en un arrecife artificial.
Los cataclismos han inspirado numerosos 'peplum' de cartón piedra, pero también es cierta su influencia en el ocaso de prósperas ciudades. A ese respecto, resulta probable que una sucesión de seísmos acabara con la ciudad de Pavlopetri, al sur de la provincia griega del Peloponeso. El yacimiento marino más antiguo, según las dataciones realizadas hasta la fecha, se encuentra al sureste de la bahía de Vatika y frente a la isla de Elaphonisos, a tan solo cuatro metros de profundidad. En 1968, el profesor Nicholas Flemming, del Instituto de Oceanografía de la Universidad de Southampton, llevó a cabo un descubrimiento excepcional, propio del capitán Nemo. Bajo las aguas halló los restos de quince edificios, dos calles, cámaras mortuorias y 37 tumbas, además de numerosos vestigios de cerámica y otros enseres.
Las teorías hablan de una población que se remonta a la Edad de Bronce, entre los años 1700 y 1425 a. de C., durante el periodo neopalacial de la civilización minoica, aunque los estudios realizados apuntan asentamientos previos en el tercer milenio. Posiblemente, a sus muelles arribaban barcos procedentes de Creta cuando la isla vivía su máximo esplendor y Cnosos dominaba el mar Egeo.
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Recreaciones digitales
La investigación ha permitido cartografiar este impresionante legado prehelénico e, incluso, realizar una recreación digital en tres dimensiones que permite conocer la extensión y riqueza de un centro urbano que además poseía canalizaciones de agua. Pero Pavlopetri también ha entrado a formar parte del World Monuments Watch, una ONG que alerta sobre los riesgos que sufre la arquitectura histórica. Las amenazas para este entorno subacuático provienen de las técnicas pesqueras de arrastre, la contaminación, las obras de infraestructura submarina y, sobre todo, el expolio, un fenómeno que sigue devastando los sitios arqueológicos en todo el mundo.
A veces, la mano del hombre no previene desastres a medio o largo plazo. Es lo que sucedió, posiblemente, en la dramática desaparición de las ciudades del delta del Nilo. Al parecer, se produjo un tipo de corrimiento provocado por el efecto de cargas externas sobre suelos relativamente quebradizos y puede explicar la destrucción de Heracleion, Canopus y Alejandría, la ciudad de los mil palacios, fundada en el 332 a. de C. y que llegó a ser el centro intelectual de la antigüedad. Las colosales construcciones se desplomaron por la falta de cimientos apropiados.
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La urbe que erigió Alejandro Magno, foco de la cultura helénica al sur del Mediterráneo, fue devastada tras su conquista por los romanos, pero fue el terremoto de 365 a. de C. el causante de la pérdida de buena parte de su inmenso patrimonio. Quizás una quinta parte de la capital, incluido el distrito de Bruchion, allí donde se levantaban el Museo y la Gran Biblioteca, se hundieron en las aguas. Desde los años noventa, el arqueólogo francés Franck Goddio ha sido el impulsor de diversos proyectos de estudio y el Instituto del Mundo Árabe de París presentó en 2015 una exposición con algunas de las estatuas halladas entre los sedimentos, entre las que destacaba la hermosa figura, en granito rosa, de un monarca ptolomeico e 5 metros de altura.
Las excavaciones han permitido recuperar cientos de piezas atrapadas en el fango, pero los restos sumergidos son tan abundantes que la Administración egipcia concibió un proyecto de exhibición permanente que permitiera el acceso tanto a las obras rescatadas como a aquellas que, por sus dimensiones, permanecen aún en el lecho marino. El proyecto, adjudicado al arquitecto galo Jacques Rougerie, planteaba una construcción con 22.000 metros de superficie y dos niveles, uno subacuático, que permitiera la contemplación de los restos situados entre los 5 y 10 metros de profundidad. La Primavera Árabe y la zozobra política en la que se encuentra el país desde entonces han suspendido una iniciativa de ambición faraónica.
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El precio pagado
Ni la devastadora Revolución Cultural ni la atroz especulación han podido con la Ciudad del León. El lago de Qiandao es, en realidad, un embalse con mil islas que responden a los numerosos cerros de los condados de Chun'an y Sui'an, cuyos territorios quedaron sumergidos en 1959. Las autoridades chinas construyeron una central hidroeléctrica para satisfacer las necesidades de Shanghai y Hangzhou, las dos grandes urbes de la costa oriental. El precio de este macroproyecto lo pagó la ciudad monumental de Shi Cheng, o del León, fundada hacía seis siglos. La urbe quedó bajo las aguas y, de esa manera, preservada de la furia destructiva de medio siglo de modernización.
La clausura de la factoría ha convertido el extraordinario paraje en un foco turístico. Desde hace varias décadas, las expediciones de buzos pueden admirar los arcos y lienzos de muralla profusamente decorados de las dinastías Ming y Qing, los dragones y animales mitológicos de piedra, o los restos de edificios monumentales hundidos entre 26 y 40 metros. La ciudad, un importante foco comercial y administrativo, contaba con cinco puertas de entrada con sus respectivas torres, que, en la actualidad, solo avezados submarinistas pueden flanquear y admirar.
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La ciudad del León no representa un caso aislado. Las procesiones hasta la plataforma flotante que sostiene un Buda recuerdan que, bajo ese punto del lago artificial de Phayao, se halla un templo del siglo XV. El Wat Tilok Aram también fue víctima de un ambicioso proyecto de riego en el norte de Thailandia, a pesar de estar calificado como una de las joyas arquitectónicas del reino del Lan Na. Su forzada inmersión se produjo en 1939 y en los últimos años se ha especulado sobre una posible recuperación mediante el drenaje del lugar, pero el riesgo que supone para el ecosistema desaconseja una operación de tal magnitud.
La historia de la jamaicana Puerto Real resulta fascinante. El relato de su vida y muerte se antoja una novela de aventuras, pero no es el fruto de la imaginación de Robert Louis Stevenson. Fundada en 1656, poco después de la conquista de la isla por los ingleses, el establecimiento colonial creció rápidamente por su condición de capital administrativa, mercado de esclavos y azúcar y, sobre todo, refugio para los corsarios protegidos por la Corona. Desde sus muelles partían las expediciones de aquellos piratas, como Henry Morgan o John Davis, que asaltaban las flotas española y francesa.
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La 'Sodoma del Nuevo Mundo' estaba condenada, tal y como sucedió con la antecesora bíblica. El apogeo fue breve porque un terremoto y el posterior 'tsunami' la destruyeron tan solo 36 años después de su creación. Como en otros casos, las casas se habían levantado sobre un lecho de arena que, rápidamente, se hundió en las aguas de la bahía. La urbe no pudo recobrar su fugaz esplendor debido a una serie de incendios posteriores y el periódico impacto de huracanes.
El último terremoto, fechado en 1907, sepultó buena parte del casco antiguo que había resistido la primera embestida. Las investigaciones, auspiciadas por las autoridades locales y la Universidad de Texas, han nutrido los fondos del Museo de Historia y Etnografía de Kingston y, como en el caso de Pompeya o Herculano, han permitido recrear con gran fidelidad la vida cotidiana de sus habitantes, los usos y costumbres a finales del siglo XVII, cuando la ciudad más depravada de la tierra pagó por sus pecados.
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