Amores que no matan

La idea era sugerente. La Julieta y el Romeo de Shakespeare despiertan tras un letargo de décadas. Fueron amantes adolescentes que eligieron morir juntos por no vivir separados. Aunque no hubo muerte, solo han dormido un largo sueño de décadas. Ha pasado el tiempo y al despertar Julieta tiene delante a un señor desmemoriado y Romeo a una señora de buen ver. La edad no afecta a otros componedores que merodean por allí, fray Lorenzo, el ama, los irreconciliables Capuletos y Montescos.

Si no es la prometida loa al amor en la ancianidad, resulta en cambio muy evidente que la propuesta es un acto de fe en las ficciones escénicas y un canto de amor al teatro. Rafael Sánchez, director suizo-alemán hijo de españoles emigrantes y el dramaturgo austriaco Eberhard Petschinka arman lo que parece en ocasiones un ejercicio de taller, un experimento metateatral que fija improvisaciones a partir de variantes de la peripecia trágica del 'Romeo y Julieta', el enamoramiento, la fuga, la boda, cantos y bailes, el bebedizo, el duelo, y a veces textos del propio Shakespeare.

Pero ¿alguien muere o no al fin? En la recreación destaca la música en directo como empaste de situaciones dispersas: jazz, boleros, golpes de efecto, melismas de temas en la voz de Ana Belén en la dominante banda sonora del compositor y director musical David San José, con técnicas de subrayado circense o de cine mudo. Brilla la luminosa Ana Belén, el humor de José Luis Torrijo en varios roles, y el espacio escénico efectista de Ikerne Giménez en complicidad con el dispositivo de luz de Carlos Marquerie,

Sin agotar expectativas, compensa.