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Rushdie participó en la edición de 2011 del festival literario Gutun Zuria. JOEL SAGET

Elogio de la libertad y el humor

Rushdie jamás perdió la sonrisa durante los 10 años que permaneció oculto y en su literatura no hay resentimiento, sino fantasía y pasión por vivir

Domingo, 14 de agosto 2022

Salman Rushdie hizo un importante ejercicio simbólico de libertad en la adolescencia. Estaba en Londres, adonde lo había enviado su familia a estudiar tras pasar la infancia en India. Una tarde paseaba por Oxford Street y vio un puesto donde vendían bocadillos de jamón. Pensó entonces que la religión en la que había sido educado siquiera de forma relajada le prohibía probar uno de esos bocados que sus compañeros de clase comían con naturalidad. Pero decidió correr el riesgo: podía suceder que nada más tocar el jamón con sus labios cayera fulminado por un rayo o que no pasara nada. Desde entonces, como contaba en 'Joseph Anton', miró a las religiones, sus prohibiciones y tabúes, de otra manera. Aprendió, en general, a ejercer la libertad.

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'Joseph Anton' es un libro de memorias que no tenía intención de escribir. Pero, como explicó en una entrevista a este periódico, su vida tuvo «algunos episodios interesantes» y creyó conveniente contarlos. Joseph Anton es el nombre que usó durante los diez años que vivió oculto para esquivar la fatua de Jomeini. Joseph por Conrad y Anton por Chéjov.

En ese volumen narra mil anécdotas de esos años en que cambió de casa una media de dos veces al mes para evitar ser localizado por los radicales. Habla de chapuzas increíbles del servicio de seguridad que el Gobierno británico le asignó, y sobre todo de cómo se obligó a sí mismo a no perder la esperanza ni el humor, a seguir viviendo y amando. Y a escribir, porque «si no puedes contar tu historia es como si no existieras».

Salir del escondite

Cuando la Policía estimó que la fatua estaba ya anulada, se esforzó en vivir con normalidad

Los seguidores de la fatua estuvieron a punto de alcanzarlo varias veces, pero no lo lograron. En cambio, atacaron a editores, traductores y libreros que tenían la osadía de sacar a la luz 'Los versos satánicos' que le costaron la condena. Por eso cundió el miedo. Incluso llegó a Estocolmo, a la sede de la Academia sueca. Un Rushdie todavía bajo la amenaza fue invitado a una reunión con los académicos, que cada año escogen quién ganará el Nobel.

La sala donde tuvo lugar el encuentro fue dotada con cristales antibalas (las ventanas dan a una calle muy estrecha y enfrente hay viviendas) y el acto tuvo un aire de clandestinidad que no gustó a algunos académicos. Varios de estos han contado que, más tarde, cuando se estudió darle el Nobel para reforzar así la apuesta de la Academia sueca por la libertad -sin contar con que la gran calidad de su obra ya lo justificaba-, se levantaron varias voces temerosas. Ese premio podía desatar la ira del islamismo radical contra los académicos, decían. Se descartó galardonarlo y algunos miembros del jurado se retiraron murmurando algo sobre cobardía y no volvieron a ninguna reunión más.

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Un dechado de fantasía

Mientras, el amenazado escribía. 'Hijos de la medianoche', que le supuso un doble Booker, era un dechado de fantasía con una de las escenas más divertidas e ingeniosas de la Historia de la Literatura del sigo XX: aquella en la que el abuelo del protagonista, médico, va descubriendo el cuerpo de quien luego será su esposa a través de los agujeros de una sábana por los que asoma en cada visita la parte dolorida de la chica. 'Los versos satánicos', lejos de ser un libro de tesis es una novela con una finísima ironía.

'La encantadora de Florencia', ya posterior a la fatua, es una reivindicación del amor, el ingenio, la diversidad y, sobre todo, la libertad. 'Shalimar el payaso' combina un intenso lirismo y violencia. Y 'Dos años, ocho meses y veintiocho noches' es un cuento surrealista, lleno de guiños a la cultura contemporánea, que desata carcajadas.

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Su literatura ha sido calificada de 'realismo mágico indio'. No es una aproximación desencaminada. La cultura hispánica siempre ha sido una fuente de inspiración para él -sentía una enorme admiración por García Márquez- y la filosofía narrativa que impregna sus obras es la misma de la que partió el 'boom': contar historias reales que en otro contexto cultural parecen fantásticas. Así, contaba que una escena de una de sus novelas en la que hay un accidente de tráfico en cadena en una ciudad porque los conductores se distraen al admirar la belleza de una muchacha que pasea por la calle no era el invento de un literato febril. Él mismo había visto cómo sucedía, y la joven era la modelo Ladma Pakshmi, su esposa en esa época.

Lucha por la libertad

Los integrismos no han dejado de crecer y él se mostraba perplejo ante los paños calientes que muchas fuerzas políticas aplican a la situación

Acostumbrado a moverse en secreto, cuando la Policía estimó que la fatua estaba ya anulada -un error, como ha quedado constatado-, Rushdie se esforzó en vivir con normalidad. Incluso insistía muchas veces en que no deseaba ningún tipo de protección. Con todo, sabía el peligro existente. Aunque nunca renunció a decir lo que pensaba. Y reclamaba no ceder ni un milímetro en los logros conseguidos a lo largo de siglos. Por eso pedía a la gente que se bese en la calle, coma bocadillos de bacón, se vista como quiera, vaya al cine, disfrute con la música y luche por la justicia social.

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Los integrismos no han dejado de crecer y él se mostraba perplejo ante los paños calientes que muchas fuerzas políticas aplican a la situación: esas peticiones de comprensión y respeto para culturas y costumbres marcadas por la violencia. Lo ha combatido a su manera: escribiendo y usando el humor para hacer frente a los totalitarismos políticos, sociales y religiosos.

«Este es el mejor momento para hacer bromas sobre las religiones y sus dioses», aseguraba con su eterna media sonrisa y su mirada entre curiosa y pícara. Los hechos han demostrado que más que conveniente era necesario. Como lo es recordar lo que dijo en otra entrevista, y que ahora suena premonitorio: «Es importante que no permitamos que nos pongan límites a la libertad conquistada».

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