Gemma Cuervo, Max de Honor por sesenta años de «amor absoluto» al teatro
Actriz de carácter y empresaria comprometida, estrenó junto a Fernando Guillén títulos de Sartre y Camus. «La censura nos respetó bastante»
Gemma Cuervo (Barcelona, 1934) vivió una infancia «en blanco y negro» y empezó a hacer teatro en un país «de color gris oscuro. Ahora ... es una maravilla cómo se trabaja, pero mis compañeros y yo hemos sufrido los tiempos en los que España no se había levantado y tampoco existía la conciencia de la igualdad entre hombres y mujeres», recuerda. Aun así, ella se hizo respetar como actriz y como empresaria, cuando ella y Fernando Guillén –les apodaban 'los Burton españoles'– estrenaron títulos comprometidos de Albee, Sartre y Camus con los que sorteaban la censura. En sus sesenta años de carrera ha habido jornadas extenuantes y «muchos momentos difíciles», pero no es eso lo que le vino a la cabeza al saber que este año recibirá el Max de Honor.
Cada nuevo galardón –y tiene varios como el Premio Nacional de Teatro, el José Zorrilla y el Ercilla– le devuelve «los ratos en los que esta profesión te permite ser feliz, que son muchos y no hay que despreciarlos. Debes recordarlos para tener salud mental y felicidad del alma», asegura. Cuando recibió en 2018 la Medalla de Plata de la Comunidad de Madrid, emocionó al auditorio, y sobre todo a su hija Cayetana, al hablar del esfuerzo que hicieron las artistas de su generación «para dar visibilidad a la mujer en la cultura». El Max que recogerá el 4 de octubre en Bilbao reconoce su papel como «figura pionera» y su capacidad de trabajo, con más de un centenar de obras de teatro, sesenta películas y treinta series de televisión.
Debutó de veinteañera en el Teatro Español Universitario de Barcelona. Adolfo Marsillach la vio y le ofreció su primer papel profesional en 1959 con 'Harvey'. En su larga trayectoria destacan 'Águila de blasón', 'Los hijos de Kennedy', 'Bodas de sangre', y 'A puerta cerrada', por la que recibió la Medalla de Oro de Valladolid en 1968. Después de hacer todos los clásicos abordó 'La Celestina' en 2011 «como si nunca se hubiera representado antes. Desde entonces no he tenido más proyectos, pero si llegan cosas interesantes y que pueda hacer, seguiré. Estoy válida y bien», dice con su voz fuerte y clara. Cree que da una imagen «fría» y algo dura que es pura ficción. «Aunque parezca muy seria, soy todo abrazos y cariño, quien me conoce lo sabe. Adoro este trabajo con toda mi alma y también al colectivo. Es un amor absoluto».
Dobles funciones
Con esa fuerza afrontaba las dobles funciones –a veces en ciudades distintas– cuando trabajaba en la compañía de José Tamayo. «Era muy osado. Al actor que salía en el primer acto, en el segundo ya le mandaban en el tren. Y los otros, al terminar, corriendo», relata. A las mujeres les costaba más abrirse camino, «pero yo siempre he tenido mucho respeto a mi alrededor. Bien es verdad que también lo imponía».
Conoció al que sería su marido, Fernando Guillén, cuando interpretaban 'Un soñador para un pueblo' de Buero Vallejo, ella en el balcón y él mirándola. En 1969 fundaron su propia compañía. Con 'El malentendido', de Albert Camus, expresaron su compromiso con la cultura «como un acto que favoreciera a todos. No lo hacíamos por exhibicionismo ni mucho menos, sino por conciencia de carrera», recalca. Siguieron con obras como 'Los secuestrados de Altona', de Sartre, sobre una familia de colaboracionistas con el régimen nazi. «Nos arrancaban los carteles y los volvíamos a poner. La censura nos respetó bastante para lo fuertes que eran».
Su película más destacada es 'El mundo sigue', de Fernando Fernán Gómez, maldita en su momento y luego reivindicada. La televisión le ha dado gran popularidad. En los sesenta entraba en todas las casas con las obras de 'Estudio 1' y las nuevas generaciones la descubrieron en 'La que se avecina' y 'Aquí no hay quien viva', donde formó un trío muy querido con Emma Penella y Mariví Bilbao Goyoaga. «Cuando Emma desapareció, Mariví y yo estábamos muy unidas hasta que ella también murió. Era tiernísima, muy simpática, con gran personalidad. No dejaba de fumar ni siquiera en los momentos de trabajo», recuerda.
La sentirá cerca cuando recoja su premio en Bilbao, una ciudad que para ella evoca «mucha vida. Me gusta mucho el norte, mi segundo apellido es Ygartua. Estoy tan feliz... Los premios demuestran «que no te estás equivocando en tu carrera, que en lugar de hacer daño haces bien, y eso es mucho». Pero su mayor recompensa es «el amor y la dedicación al oficio» que ve en Fernando y Cayetana, los dos hijos que han seguido sus pasos y que siempre han llevado con orgullo sus dos apellidos. «Ahora ella los escribe juntos para darme mi lugar, porque las mujeres siempre hemos ido detrás del apellido del hombre y eso no es muy justo», cuenta. En estos meses de pandemia apenas ha salido y solo ha ido al teatro a ver, «dos veces», 'Puertas abiertas', la obra en la que trabaja su hija. «Me ha encantado y me ha llegado al alma».
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