«La peculiaridad de Bilbao es que pudo reinventarse en un marco de violencia»
Félix G. Modroño evoca el ambiente de los 90 y la construcción del Guggenheim en 'La ciudad de la piel de plata', la novela que cierra su trilogía
Félix G. Modroño ha cerrado su trilogía sobre Bilbao con la novela que quería escribir desde el principio, incluso antes de dedicarse a este oficio. Al autor portugalujo, de 58 años, le quedaba «una asignatura pendiente» desde los quince, cuando se marchó con su familia de Euskadi por la amenaza terrorista. Nunca se alejó del todo y ha vuelto para narrar momentos cruciales de la historia de Bilbao, la Revolución Industrial y la Guerra Civil. En 'La ciudad de la piel de plata' (Destino) da voz «a mucha gente» de su generación a través de un joven ingeniero que vuelve a la villa tras años de exilio para trabajar en las obras del Guggenheim.
- Su libro empieza el 26 de agosto de 1983. ¿Cómo vivió usted ese día?
- Estaba en el pueblo, a punto de matricularme en la Universidad de Salamanca, y vi la riada en televisión como si fuera una pelicula, todo devastado.
- Tuvo que irse de Euskadi siendo adolescente por la amenaza terrorista.
- Me fui con 15 años en 1980. Mi padre trabajaba en una empresa constructora que estuvo en Lemoiz, luego en la autovía Bilbao-Vitoria, y pusieron una bomba que por suerte descubrieron antes de que explotara en los aseos de las obras en Pobes. A partir de ahí tenía que revisar el coche por las mañanas, iba con miedo... Mucha gente se tuvo que ir porque vivir con tu familia en ese entorno era muy complicado. La peculiaridad que tiene Bilbao no es solo su reinvención, sino que se transformó dentro de ese marco, de ese ambiente. Los pensamientos callados del protagonista no dejan de ser míos, y de tantos otros. Como novelista he querido reivindicar el espacio de la paz.
- Habla de una sociedad que «trataba inútilmente de vivir de espaldas a la violencia instalada en sus calles y en sus conciencias».
- Fueron capaces de que nosotros mismos coartáramos nuestra libertad y en mi caso lo consiguieron. A mí me daba miedo. Presencié un atentado en 1979 en la puerta de mi casa cuando iba al colegio, mataron a un guardia civil que era el novio de una vecina. Pero me fui a clase, lo cuento en la novela. Vivíamos en el silencio, mirabas para otro lado cuando no te tocaba directamente. Tiene mucho mérito haber crecido en ese entorno hostil y mantener un poco la cordura. En parte fue gracias a la educación que recibimos de la generación de nuestros padres, que era muy dura.
- Una generación a la que usted rinde homenaje.
- Es fundamental, cómo gente de pueblos humildes de Castilla, Galicia o Extremadura vino a buscar un futuro para los niños vascos que tuvieran, para educarles aquí y renunciar un poco a sus raíces. En nuestra generación no solo tuvimos que enfrentarnos al terrorismo, sino también a la pérdida de identidad. Seguíamos yendo al pueblo los veranos, éramos como otra cosa, y de repente volvíamos. Es una generación muy literaria porque acumula muchas vivencias históricas y emocionales.
- Hay jóvenes que no saben bien lo que pasó. ¿Cree que se ha pasado página demasiado rápido?
- Me da mucha pena, pero lo entiendo. Cuando a nosotros nos hablaban de la Guerra Civil nos sonaba muy lejano, uno tiende a olvidar ese tipo de cosas. El terrorismo fue como nuestra guerra civil cuando cuando éramos críos y ahora se ve muy lejano. Pero recuperar la memoria histórica está bien.
- ¿La distancia ha marcado su manera de ver Bilbao, le hace más consciente de sus virtudes y sus defectos?
- Me hace mirar de una manera mucho más evocadora, por eso mis regresos son siempre una fiesta. Cuando vengo a Bilbao, la veo con ojos absolutamente enamorados.
El libro 'El efecto Guggenheim'
- Dice que esta historia siempre ha estado en su cabeza, incluso antes de convertirse en escritor.
- Empecé a escribir casi a los 40 años. Trabajaba en banca y venía a ver a mis amigos y a mi familia, siempre con ese sentimiento. Cada vez que veías un cartel de esos perdidos, se te removían un poco las tripas y decías 'qué pena que todavía haya de esto', 'por qué no puede haber más tolerancia'. Cuando empecé a escribir sabía que tenía una asignatura pendiente, un ajuste de cuentas con mi pasado. Esta es mi novena novela, necesitaba un recorrido previo para llegar aquí. No sabía muy bien cómo enfocarla, pero hace unos quince años leí un libro de Iñaki Esteban, 'El efecto Guggenheim', y ese fue el germen de la idea. Pensé: el Guggenheim necesita una novela p ropia porque es un gran museo.
- ¿Hay mucho de usted en el protagonista?
- Sí, las sensaciones y los pensamientos. Me ha ayudado a construirlo Álvaro Rey, un ingeniero de Idom que estuvo en el estudio de Gehry en Santa Mónica y me contó sus vivencias al detalle.
- En la novela el propio Gehry recibe una carta con amenazas de ETA.
- Ocurrió. Me lo contó Álvaro, a él le enseñó la carta, aunque no salió a la luz. Ni siquiera lo sabía Vidarte, pero me dijo que Krens también había recibido amenazas. Vivían con eso y, a pesar de todo, se construyó. Estoy muy agradecido a todos los que me han contado sus vivencias.
- Retrata una ciudad que aún está lejos de brillar, con la ría color chocolate y «desvencijada por las obras del metro». Parece que han pasado más de 30 años.
- Es increíble. Lo bueno es que nunca se han dejado de hacer cosas y había un espíritu por parte de todo el mundo, de la sociedad y las autoridades, de seguir avanzando. Todos los días hay algo nuevo, cuando no es la estación es un puente o el mercado de La Ribera. Somos una sociedad muy terca y eso se tiene que notar también.
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