Los paisajes vitales de Ricardo Toja
La Sala Ondare recuerda al artista vasco que se inspiró en Ucelay, pintó bodegones y paisajes y terminó en la abstracción colorista
El primer crítico que escribió sobre su obra, cuando tenía algo más veinte años, le llamó «nieto de Gauguin» y Ricardo Toja (Gordexola, 1932- Plentzia, ... 2012) debió de conservar ese halago en algún rincón de su cabeza porque terminó su carrera con un cuadro de colorido salvaje que homenajeaba al pintor francés.
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Entremedio se extiende una trayectoria en la que Toja abordó paisajes, bodegones y composiciones abstractas que salen de su experiencia, una vez asimilada, de los lugares en los que vivió –Gordexola, Gran Canaria, Menagarai o Plentzia– y de los artistas a los que amó, como el ya citado Gauguin, Juan Gris y, en primer lugar, José María Ucelay. De él salieron los cielos con azules claros e intensos, y las nubes blancas que Toja llevó directamente a sus cuadros.
La Sala Ondare de Bilbao recuerda hasta el 25 de febrero su figura y su obra con una exposición antológica comisariada por Alicia Fernández y Gorka Mayor López. Es una muestra «geográfica-biográfica» porque su obra se nutre de los lugares intensamente vividos. Comienza con un vídeo de algo más de siete minutos en los que se recita una síntesis del 'Abecedario para Ricardo Toja' que Bernardo Atxaga escribió en 1992 para una muestra del pintor en la Sala BBK de Bilbao.
Atxaga recuerda que Wittgenstein, el filósofo, se retiró durante un tiempo a un pueblo para dar clases en su escuela. Toja decía que ser maestro era su segunda vocación, una coincidencia reveladora de actitudes «poco convencionales» que dan color a la vida, según el autor de 'Desde el otro lado'. En un segundo documental, realizado por Idoia Jauregi y Jesus Serrano, el propio artista recorre su trayectoria.
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Perteneció a la primera generación de artistas de posguerra, de la que también formaron parte Agustín Ibarrola. Iñaki García Ergüin, Norberto Ariño, José Barceló e Ismael Fidalgo, entre otros. Tuvo a Oteiza como uno de sus primeros maestros. Avanzó en su formación en Madrid, con una beca de la Diputación de Bizkaia, y en Oslo en 1966 gracias a la ayuda de la Fundación Juan March.
«Tardaba años en terminar un cuadro porque empezaba, lo desarrollaba, lo dejaba y lo volvía a coger», explica la comisaria Alicia Fernández, directora a su vez de la Sala Ondare y de la Sala Rekalde, delante de 'Ventana de Chirapozu', un homenaje a Ucelay y a su casa de Urdaibai, que incluye las famosas langostas que pintó en varios cuadros suyos. En la otra parte, cuelgan dos óleos que dedicó a Juan Gris, uno de ellos perteneciente a la colección del Bellas Artes de Bilbao.
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El juego de la abstracción
Los paisajes y los bodegones se suceden, y se combinan a veces en la misma superficie pictórica. «No puedo pintar lo que tengo frente a mí o me rodea hasta que no lo he vivido y asimilado a través del tiempo», solía decir Toja, como la exposición recuerda a la entrada. De Gordexola recoge sus montes y ríos. En Menagarai, donde compartía casa con Mari Puri Herrero, convierte un entramado de ramas en una pintura que podría pasar por abstracta.
«Llegó a la abstracción en una época muy convulsa, marcada por su divorcio y por algunos desencuentros con amigos suyos», recuerda su hijo, Miguel Toja, que también ha colaborado en la muestra. «Después de unas pinturas en las que hay mucha desolación y desasosiego, jugar con las composiciones abstractas le permitió divertirse, volver al gozo de pintar», incide Miguel Toja mostrando los 18 paneles pequeños de uno de esos cuadros.
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Los hacía por separado y luego los iba combinando hasta que las formas y colores adquirían en su conjunto sentido del ritmo. «Cuando dibujaba, también perseguía que el resultado tuviera un perfil abstracto a pesar de estar basado en el paisaje. Quería que no se reconociera. El dibujo, para él, era abstracto».
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