«'Il trittico' acaba con una farsa en la que se acepta que amor y muerte son negocio»
El artista presenta hoy en el Euskalduna las tres óperas cortas de Puccini en un montaje ubicado en 1945 que resalta la miseria y la falta de escrúpulos
«He superado el ecuador de la vida y cada minuto cuenta. Soy más radical y tengo menos paciencia. A los enemigos, ¡ni agua!», exclama ... el director de escena Paco Azorín (Yecla, Murcia, 1974), en la sexta planta del Euskalduna, mientras paladea un café recién hecho. Falta media hora para que lleguen los cantantes, que no son ni cinco ni diez, sino... veintinueve. Un reparto liderado por cantantes de la talla de Carlos Álvarez y Chiara Isotton para sacar adelante 'Il tabarro', 'Suor Angelica' y 'Gianni Schicchi'. Son las tres óperas de 'Il trittico', de Puccini, que duran cerca de una hora cada una y nunca se han representado en Bilbao.
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Esta tarde, a partir de las 19.00 horas, se ofrecen en la temporada de la ABAO y el reto es mayúsculo, con la Sinfónica de Navarra a las órdenes de Pedro Halffter. Aun así, Azorín está muy relajado. En mitad de la sala de ensayos, hay una cama –parte del decorado– y ahí se tumba para la sesión de fotos. Bromea sobre si debe o no cerrar los ojos y ponerse las manos sobre el pecho. La muerte es omnipresente en 'Il trittico' y ese catre es un elemento clave en 'Gianni Schicchi', donde todo gira en torno a un cadáver y la falsificación de un testamento.
– 'Il trittico' acaba con una farsa muy corrosiva.
– Sí, el egoísmo y la codicia en una obra tan magistral como 'Gianni Schicchi' no tienen límites. ¡Todo por la pasta! Si fuera necesario trocear el cadáver, la familia también lo haría sin remordimiento.
– Pese a todo, el público habitualmente sale con una sonrisa.
– Ese es el objetivo. El protagonista de 'Gianni Schicchi' pide clemencia al público y se produce como una liberación, algo así como una epifanía. Se quita hierro al asunto. Se acepta que todo es negocio, tanto el amor como la muerte. No hay nada más que burla y sarcasmo.
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– Los vivos aparecen como aves carroñeras.
– Ya, ya. Los muertos son herencia y beneficios, nada más. Esa mentalidad domina en 'Gianni Schicchi'. Todo se reduce a un 'sálvese quien pueda y yo primero'.
– Una consigna muy habitual en tiempos de crisis.
– Es terrible, sí, pero cuando se representa en clave de farsa produce un efecto de ligereza. Yo lo veo como un mecanismo de defensa, igual que los chistes sobre Donald Trump cuando ganó las elecciones. Si no recurres al humor, te resultaría imposible levantar cabeza y seguir peleando.
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– ¿Qué ópera de 'Il trittico' le parece más interesante?
– Tengo el corazón partido en tres. A su manera, cada una de ellas da mucho juego, con sus emociones extremas y las risas del final. Es muy importante seguir el orden correcto: la primera, 'Il tabarro', es un melodrama de la clase obrera, ambientado en un rincón del Sena, en París, con pasión, celos y lucha por la dignidad. 'Suor Angelica' es la tragedia de una monja, madre soltera, que sufre la crueldad de su entorno en un convento en mitad de la Toscana. Y 'Gianni Schicchi', ya lo he dicho, es una farsa muy ácida que transcurre en Florencia y nos permite salir del túnel porque arranca alguna que otra carcajada.
– ¿Por qué ha decidido ambientar las tres tramas en 1945?
– En principio, todos sabemos que 'Il tabarro' se sitúa en 1900, 'Suor Angelica' a finales del siglo XVII y 'Gianni Schicchi' en 1299. Dicho esto, hay puntos en común que permiten darles una unidad. La miseria, la desolación, el hambre, la falta de escrúpulos... estaban muy presentes en Europa al término de la II Guerra Mundial. Es un contexto que me sirve para recurrir a una estética algo tenebrosa, en blanco y negro, cercana al neorrealismo italiano. Eso sí, imprimo una dinámica que va 'in crescendo'.
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– Puccini tenía debilidad por 'Suor Angelica', que supuestamente incluye un milagro. ¿A usted qué le parece?
– El final me fascina. Ese coro lejano, trompetas con sordina, órgano, pianos... remiten a algo que está muy por encima de todos nosotros. Incluso yo, que no soy creyente, pienso que si Dios existe, se encuentra ahí perfectamente representado.
– ¿No echa en falta más repertorio de los siglos XX y XXI en su trabajo?
– Por supuesto que sí. Los teatros arriesgan poco y les interesa que siga montando obras de Verdi y Puccini. Me encanta y no me quejo, pero también me gustaría hacer todo Kurt Weill, 'Elektra' de Richard Strauss y, por supuesto, estrenar muchas óperas. La actualidad nos apela y hay que hacerse eco de ella. Hay que pelear más, salir a buscar a los espectadores a su casa si es necesario. Tenemos que luchar contra gigantes como Netflix y todas las demás plataformas audiovisuales.
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– Está claro que abomina de la estética de capa y espada.
– ¡Es algo que no me dice nada! Las artes escénicas siempre han sido contemporáneas y coetáneas del público. Es preciso que hablen nuestro lenguaje cuando abordan los hechos y preocupaciones del momento. Ya es hora de que la ópera muestre las luchas de poder en el Ibex 35 o en Wall Street.
– ¿Esa es la mejor manera de llegar a las nuevas generaciones?
– Sí. No debemos vivir anclados en la belleza del pasado. Inamovible, irrompible, impenetrable... La salud de la ópera no se mide en cuántas versiones seamos capaces de hacer de 'Aida', sino en cuantas obras seamos capaces de estrenar sobre temas que nos incumben. No me interesa un Macbeth inspirado en Trump sino una ópera sobre el presidente electo de Estados Unidos. Ya tiene que haber alguien componiéndola... Las artes escénicas no son un entretenimiento, siempre han tenido la capacidad de transformar la realidad. ¡Hay que aprovecharla!
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