Ratones Paranoicos con el piloto automático
El cuarteto de rock stoniano argentino reunió a 300 paisanos en la Santana 27, en una de las siete fechas de su última gira europea
Más de 40.000 personas les vieron en septiembre en un estadio austral, en la celebración de su 40º aniversario, y este lunes sólo hubo 300 almas (un lujo), la mayoría argentinas (y muy futboleras a tenor de las camisetas que se veían, los cánticos que se elevaban y las pancartas con la cara de Maradona que se ondeaban), en la sala Santana 27, donde a 35 euros la entrada actuaron los veteranos bonaerenses Ratones Paranoicos (Villa Devoto, 1983), en una escala de lo que se anuncia como su última gira antes de su disolución. Están en lo que se llama 'Última Ceremonia Tour' y en este periplo europeo pasará por siete ciudades de dos países: Barcelona (el 24 de febrero), Valencia, Málaga, Bilbao, Roma, Mallorca y Madrid (el 11 de marzo).
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Fue un concierto extraño, reiterativo, rutinario y a medio gas. No estuvo mal en lo suyo, pero al que suscribe vio claro que es normal que los chavales prefieran el reguetón de Duki o el rap de Trueno, fenómenos argentinos ambos. Fue extraño el bolo de lunes porque por ejemplo el guitarrista Sarcófago Cano tenía cara de miedo, como si no se supiera las canciones o una amnesia igual a la que le provocan los electroshocks al torero deprimido Morante le hubiera hecho olvidar cómo se toca, y porque el flaco bajista Maldito Memi colgaba un instrumento con forma de violín como el de Paul McCartney; reiterativo porque la mayoría de las canciones abundaron, abusaron del riff de los Rolling Stones, y porque el baterista Roy Quiroga apenas se salió del ritmo del difunto Charlie Watts; rutinario hasta el punto de que se pensó en que el jet lag ya no les podía afectar, hasta la sospecha de que no sólo la edad les pesaba sino que había algo más allá de la desilusión ante la asistencia limitada (pero entregada); y a medio gas por el tempo invariable, por el piloto automático, como les diagnosticó un decepcionado Óscar Esteban, que valoró lo que más la entrega del respetable argentino.
Este lunes en la Santana 27 los Ratones Paranoicos tocaron 18 canciones stonianas en 84 minutos. Palpitando en plan un 'Jumpin' Jack Flash' morigerado y encarrilando varios momentos groove desde los que despegaron algunos chulos punteos del líder Juanse ('Rainbow', 'Una noche no hace mal'…). Empezaron prometedores con 'Ceremonia en el hall', luego resonaron a Tequila con menos gracias ('Sucio gas' y la sofisticada 'Isabel') e hibridaron a los Stones con Calamaro ('Ya morí'), antes de marcarse uno de los mejores temas: 'El centauro', con sus dos guitarras juguetonas.
A los Stones de la época del 'Emotional rescue' resonaron en 'La nave', en Charly García pensamos en 'Vicio' (con pasajes que proclaman «Hago rock and roll / No somos gente fina / Tampoco lo peor / El mundo no comprende / Lo que hacemos aquí», y al acabarla exclamó suavito el líder Juanse: «Viva la Argentina, viva el rock and roll, gracias Bilbao»), la un tanto infantil 'El vampiro' pareció un rock and roll de los tiempos con censura, la gente coreó a tope cuando reconoció 'Rock del pedazo' y de seguido 'Rock del gato', sin duda su mejor interpretación de la velada fue el rock and roll entre Chuck Berry y Los Zigarros 'Cowboy' (justo para acabar en falso antes del bis), y el bis doble lo abrieron con una versión en castellano del 'Ruta 66' (a tres guitarras por la del invitado local: el roquero argentino residente en Bizkaia Javier Cantisano) y lo cerraron con la épica sencillísima de otro tema que enardeció al respetable inmigrante, el 'Para siempre Diego', dedicado a Maradona.
Un bolo de rock stoniano canónico, pulcro, formal y adulto, sin ánimo de arañar y conformándose sólo con hacer corear al público.
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