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Todo esto sucedió antes de que, sentado en el estadio Jingu de Tokio, viendo un partido de béisbol con 29 años, Haruki Murakami (Kioto, Japón, 1949) se diera cuenta de que iba a dedicarse a la profesión por la siempre parece estar a punto de ganar el Nobel, la literatura. Lo cuenta él mismo: «El satisfactorio crujido cuando el bate de Hilton golpeó la pelota resonó en todo el estadio. Aplausos dispersos se levantaron a mi alrededor. En ese instante, sin ninguna razón y sin ningún fundamento en absoluto, el pensamiento de repente me golpeó: 'Creo que puedo escribir una novela'».
Y eso hizo esa misma noche. Fue a su club de jazz del centro de Tokio, el Peter Cat, se metió en la cocina y comenzó con la primera página de 'Escucha el viento cantar' (1979), que terminó en lo que dura un embarazo humano. Aquella fue su primera novela, y ahora la editorial Tusquets acaba de editar 'Retratos de jazz', volumen que recopila escritos suyos sobre sus 55 músicos favoritos, incluidas recomendaciones de discos, con retratos del ilustrador y director de cine nipón Makoto Wada (Osaka, 1936-2019).
En realidad, aquel lugar donde empezó a gestarse el literato era la segunda localización de un mismo bar que había abierto en 1974 en un sótano de Kokubunji, barrio del extrarradio de la capital nipona, junto a la novia con la que se casó a los 22 años y que luego ha sido (y es) su mujer durante medio siglo, Yoko Murakami. El nombre, Peter Cat, viene de su gato. Estos felinos representan una de sus dos grandes pasiones, la otra es el jazz. Tiene más, como beberse una cerveza bien fría después de aquellos maratones que corrió toda su vida y que ahora, con 76 años, se limitan a una carrera que combina semanalmente con la natación.
Así describe su flechazo con el jazz, sucedido cuando tenía 14 años (1963): «Mi primer encuentro se produjo en un concierto de Art Blakey y los Jazz Messengers. Fue en la ciudad de Kobe, yo iba a la escuela secundaria y ni siquiera sabía qué tipo de música era aquella. Pero por alguna extraña razón, sentí curiosidad y me decidí a comprar una entrada para asistir al concierto. Por aquellos años resultaba bien extraño que un músico extranjero hiciera una gira por Japón, y como además decían que se trataba de un músico muy bueno, me animé a ir a verlo. Recuerdo que era un frío día de enero», relata.
Japón siente profunda admiración por este estilo de música, y en los años 70 fueron célebres los 'jazz kissa'. Nacidos en la década de los 20, ofrecían música de discos ante la imposibilidad de traer artistas en vivo, pero los asistentes acudían para afrontar una atenta escucha de las grabaciones. Su popularidad fue creciendo hasta que con la Segunda Guerra Mundial cerraron por razones obvias. Poco a poco volvieron a florecer y quedan algunos en la actualidad.
«Supongo que aquella noche no llegué a entender apenas nada de la música que estaba escuchando. Desde luego era de una complejidad extraordinaria para alguien como yo, que se limitaba a escuchar rock and roll en la radio o en discos que compraba, y a cuyos oídos llegaba de vez en cuando, como mucho, alguien como Nat King Cole (...). En aquel concierto sentí sin embargo algo especial, algo que me impresionó y me conmovió. Lo cierto es que regresé a casa extasiado e impregnado de aquel aroma, de aquel color».
Empezó a comprar vinilos y se afianzó su matrimonio con el jazz, que acabó con la inauguración del Peter Cat: «Trabajé duro, ahorré dinero, pedí muchos préstamos a amigos y familiares y poco después de dejar la universidad abrí el club». Asfixiados económicamente, él y su novia no tenían ni para una estufa, así que cuenta que solían abrazarse a Peter para entrar en calor. Siempre tuvo gatos: «No tenía hermanos, y los gatos y los libros eran mis mejores amigos de pequeño. Me encantaba sentarme en la terraza con un gato, tomando el sol».
En aquella pequeña sala en el sótano sin ventanas donde todo el mundo fumaba, Murakami ofrecía bebidas y tentempiés, y pinchaba su colección de 3.000 vinilos, especialmente de jazz de los años 50, que hoy en día han llegado a ser 10.000. «Servíamos café durante el día y bebidas por la noche. También algunos platos sencillos. Teníamos discos sonando constantemente y músicos jóvenes tocando jazz en directo los fines de semana. Seguí así durante cinco años. ¿Por qué? Por una sencilla razón: me permitió escuchar jazz desde la mañana hasta la noche».
Sobre el libro: «Mi principal propósito como melómano es divertirme escuchando música y pasarlo bien escribiendo unas líneas acerca de eso que tanto me gusta. Nada me haría tan feliz como hacerle sentir al lector parte del placer que experimento cuando el tocadiscos se pone en marcha, la aguja cae sobre uno de mis viejos elepés de jazz y, arrellanado en mi poltrona, escucho la música que se disemina en el aire, al calor de mi madriguera».
No le interesa la música 'nueva', afirmó en 2022 en una entrevista a 'Interview Magazine': «En mis años de vida, ningún cantante ha superado a Billie Holiday, y ningún músico ha tocado el saxofón tenor mejor que Stan Getz». Añadió: «Cuando dirigía el bar sentía que había pasado toda una vida hablando con la gente. Cuando lo cerré, pensé 'quiero pasar el resto de mi vida sin hablar'. Lo curioso es que los clientes de entonces me dicen que no hablaba mucho».
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