En los saludos finales. Óscar Cubillo

María Pagés haciendo que caigan las cadenas en el Arriaga

La artista andaluza representó dos funciones de 'Paraíso de los negros' en las que ella bailó sola y la música cursó determinante e igual de abarcadora: desde la tradición a la vanguardia bien traída

Lunes, 8 de diciembre 2025, 07:15

Dos días ha estado en danza en el Teatro Arriaga, congregando a más de 800 almas el sábado y a más de 600 el domingo, ... la bailaora María Pagés (María Jesús Pagés Madrigal, Sevilla, 28 de julio de 1963), Premio Nacional de Danza en la categoría de Creación en 2002, Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en la modalidad Danza en 2014, y Premio Princesa de Asturias de las Artes en 2022.

Publicidad

Vino con la coreografía 'Paraíso de los negros', basada en la novela homónima del escritor y fotógrafo estadounidense Carl van Vechten (Cedar Rapids, Iowa, 1880-Nueva York, 1964), ideada por María Pagés y su esposo El Arbi El Harti (con él fundó en 2019 el Centro Coreográfico María Pagés de Fuenlabrada), inspirada según la promoción en Lorca, Nina Simone y el poeta y político Leopold Sedar Senghor (Presidente de Senegal de 1960 a 1980), y donde ella baila sola arropada por un determinante plantel musical, con dos cantaoras, Ana Ramón y Cristina Pedrosa, más Rubén Levaniegos a la guitarra, Sergio Menem al chelo, Graci del Saz al violín y Txema Uriarte a la percusión.

La función dominical duró 83 minutos y María Pagés no se escondió. Sobre un escenario desnudo aunque en tinieblas, demostró vigor físico, jondura y modernidad: comenzó cual Sherezade alienada en el escenario perimetrado por cadenas verticales que ahí permanecieron enjaulándola, se movió rectilínea cual mimo con una música al modo del Tom Waits blusero, bailó vanguardia a lo Israel Galván cruzándolo con el descaro de Niño de Elche, articuló surrealismo visual literalmente de película, zapateó en una escena tomada de un tablao, se lució con más vanguardia percusionista que en el fondo eran los golpes de bastón de un viejo patriarca gitano (gustó mucho esta viñeta), volvió a la vanguardia desde una silla, hizo magia al desaparecer ella y aparecer de repente en otro lado sentada en una silla de ruedas, con las castañuelas sonó a zapateado de Sara Baras, recitó teatral y feminista, se inspiró en las procesiones, bailó feliz, contenta y liberada, y al final en un número tan contemporáneo como contorsionista consiguió que cayeran las cadenas tras volver a batir su cuerpo como si fuese un pájaro (la información del teatro apunta que se busca la felicidad en esta obra).

Y la música fue primordial. No diremos más importante que el baile porque habíamos ido a verla a ella, pero casi: a la vez moderna y atávica, paralelamente experimental y jonda, perfectamente interpretada e inmediatamente emocional. El quinteto instrumental muy bien integrado cedió espacio a los solos de la violinista (que de lo exótico pasó a lo Fetén Fetén con el serrucho) y del tocaor, las cantaoras exudaron el dolor de la soleá y cantaron con potente modernidad también, el grupo sin la jefa se marcó un instrumental zíngaro, y a modo de fin de fiesta regalaron un villancico, pues estamos en las fechas.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad