El costo de la vida según Juan Luis Guerra
5.000 almas se citaron en el BEC para disfrutar y bailar con la bachata y el merengue del dominicano autor de 'La bilirrubina' y 'Ojalá llueva café'
Unas 5.000 almas se citaron el jueves en el BEC para atestiguar, gozar y danzar en la parada vasca de la gira española de seis escalas 'Mar y palmeras' del cantautor dominicano Juan Luis Guerra Seijas (Santo Domingo, 65 años, más de 70 millones de discos vendidos, 27 Grammy Latinos, 2 Grammys yanquis), quien ofreció un concierto creciente de 22 piezas (incluyendo un par de popurrís de la estrella latina que tenía a tiro un teleprompter con las letras a tamaño de televisor de salón grande, y un instrumental percusionista de su banda, Los 4.40) en 108 minutos al grano, sin cháchara de la estrella, sin apenas interrupciones, con solo un descanso del protagonista en dos temas cantados por sus dos coristas masculinos y bailones más un tercero que fue el referido percusionista.
Todo fue a más: el repertorio (lo más conocido de desveló por el epílogo), las visuales (tan simples pero un poco mejores que las de la gira de despedida de Serrat; lo mejor se expuso cuando se olvidaban de los dibujos y diseños metafóricos en favor de la reproducción agigantada e instantánea del concierto) y la mera acústica (al principio tan desastrosa como Metallica en San Mamés, y al final un poco más aclarada, aunque siempre la voz de Guerra estuvo muy sofocada en la mezcla, lo cual dificultó la percepción de las letras).
Con una gran banda (16 miembros contando a Guerra, la pianista, los dos coristas masculinos y abundancia de percusiones y vientos), con la masa atenta, predispuesta, cada vez más bailonga y de mayoría local (el que suscribe al recorrer la cola de entrada se asombró por la de payos que había y se colocó detrás de dos bellezas escandinavas… ¡que se pusieron a hablar en euskera!; además, en el bis las pantallas pidieron 'otra' y el personal se puso a jalear 'beste bat, beste bat'), el concierto fue a más, ya se ha dicho, ahondando en la bachata, el merengue y la salsa.
A ver la inaugural 'Rosalía' no se coligió por el sonido retumbante, y al acabarla Guerra saludó con un «gabon, Bilbao». Juan Luis se atenía a la estética por él cultivada: alto, con sombrero o gorra, ropa normal y ancha (ochentera) y tapándose el oído al cantar. Se palpaba la fiesta, pero la acústica impedía la inmersión disfrutona, aunque algunas piezas superaban el promedio insatisfactorio, caso de la modernista 'Kitipun' o de una 'Pambiche de novia' que Guerra interpretó sentado en un taburete, tocando la guitarra, en plan progresivo y cruzando a Silvio R. con Pablo Milanés.
A la octava nos retó: «Quieren bailar salsa… OK», y el sonido se aclaró en el popurrí 'Razones / Ayer / Oficio de enamorado / Carta de amor', que nos hizo pensar en Rubén Blades. A continuación 'El Niágara en bicicleta' fue coreado a pleno pulmón por la masa, que danzó y coreó inspirada por la gracia en el merengue 'Para ti' (nada es imposible), un góspel caribeño «dedicado a Jesús, mi Señor y Salvador, el Rey de Reyes», en una composición plena de fe que se adornó con columnas de humo y una explosión de confeti.
Tras el segundo y luengo popurrí (en Miami siguió la secuencia 'Estrellitas y duendes / Muchachita linda / La hormiguita / Bachata en Fukuoka / Que me des tu cariño / Mi bendición / Frío frío / Burbujas de amor' y aquí, en Barakaldo, se supone que hizo igual) y el descanso de tres temas con él ausente, regresó Guerra y todo cursó superlativo, exceptuando el sonido, sólo mejorado una miajita. El merengue emigrante 'Visa para un sueño' llegó social a lo Rubén Blades, 'El costo de la vida' se trasladó de la sempiterna hiperinflación suramericana al 10 % actual español, 'Ojalá que llueva café' la recreó en una desafortunada versión ralentizada tipo indie de estadio, la cima de la cita, lo mejor del show fue 'El farolito' (un perico ripiao arrollador con columnas de humo y el jefe de los 4.40 filmándo a sus músicos con una cámara de mano), el adiós en falso fue con un 'Las avispas' que puso en danza a todas las damas que nos circundaban.
Y el bis triple concatenó una exuberante 'A pedir su mano' (tras la cual, en su discurso más largo, se puso a contabilizar banderas: de Venezuela, Colombia, Uruguay, Ecuador, Cuba…; «¡de Basauri!», se identificó un payo a nuestra espalda, pues ya saben los locales eran mayoría), la lentísima, romántica y atinada 'Bachata rosa', y cuando simulaban irse, haciendo el paripé de que no quedaba nada en el tintero, cayó una correcta 'La bilirrubina' con Guerra multiplicado en pantalla como si fuera un personaje de 'La guerra de los clones' de 'Star Wars / La guerra de las galaxias', dirigiendo coreografías y regalando una explosión de serpentinas.
Fue un concierto tan memorable y grande como barruntábamos. Lástima que fallara el sonido, demasiado saturado y que dejaba a la banda compactada, sin holgura. Pero no nos arrepentimos de haber optado por este show de Juan Luis Guerra en vez del de Calamaro en Torrelavega ese mismo jueves.