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Digamos que el blues nació hace algo más de un siglo en el Sur rural de Estados Unidos. Por simplificar, señalemos que al principio el ... blues se tocaba con guitarra acústica, porque en el agro los bares eran pequeños y la gente escasa y todos lo podían oír sin dificultad. Ibas a una taberna o juke joint y escuchabas al músico sin problema. Por mor de la II Guerra Mundial y de la industrialización, miríadas de negros del Sur (Misisipí, Alabama, Luisiana...) se mudaron a las grandes urbes del Norte (Chicago, Detroit...), donde estaban las fábricas (de coches, de armas como las que se están reactivando ahora…), y en esos bares los músicos de blues procedieron a electrificarse no por razones artísticas, sino utilitarias: los garitos norteños eran más grandes y había mucha más gente, con lo cual los actuantes debían hacerse oír entre el bullicio, en el fragor de la diversión (a contrario sensu, por este mismo motivo los Beatles dejaron de hacer conciertos: los equipos de sonido de la época, los 60, eran tan flojos que los gritos del público en los estadios tapaban las canciones).
Un siglo después, o sea ahora, los afroamericanos, no tocan blues. Porque no les interesa, porque lo ven como algo viejuno, folklórico, y porque prefieren el rap (que es más viejo que el blues, paradójicamente: es hablar rápido). El blues lo mantienen vivo los blancos, y uno de estos interpretes internacionales es el guitarrista español Javier Vargas, que actuó este viernes en el gaztetxe de Zorroza, ante solo 66 almas (el puente, el extrarradio, los trasbordos…), donde se marcó el mejor concierto que le hemos catado en más de 30 años. Un show nada espeso, con un sonido muy limpio y ágil, de 17 canciones muy urbanas en 101 minutos capicúas (de las 21.38 a las 23.19), en trío, con él a la Stratocaster que no dejaba de emitir notas, el argentino Luis Mayol a la voz y el bajo, y el holandés Peter Kunst a la batería y la voz.
Cuando Javier Vargas en su bolo de este viernes denunció que con Spotify y las plataformas de streaming, que no pagan royalties (lo aseguró él, ¿eh?, que tiene canciones compuestas con La Mondragón, Manolo Tena, Miguel Ríos...), los músicos para sobrevivir debían salir a la carretera, y cuando el amigo Jon Rozadilla dijo que todas las canciones que estábamos oyendo eran de carretera (boogie, ZZ Top, etc.), el que suscribe ya lo había apuntado en su papelajo reciclado. Y para cuando Vargas presentó la canción 'Todo el día me pregunto', quizá la mejor de la velada, y explicó que trataba de andar con resaca por una gran ciudad preguntándose por qué está solo, el que suscribe ya había comparado muchas canciones con ciudades, con urbes del siglo XXI e incluso con megalópolis.
Retomemos aquí el hilo de la tesis: Javier Vargas factura un blues del siglo XXI, contemporáneo, por momentos muy mecánico (a causa de los ritmos motóricos), altamente electrificado (otro apagón de los molinos de viento acabaría con él), perfecto para los seres vivos de las ciudades (en otra presentación defendió lo analógico y la libertad individual y señaló con acritud la inteligencia artificial, la falta de corazón y los robots). Se trata de un blues urbano moderno y actual, tanto que sus dos escuderos sobre todo lo cantaron en inglés, of course. De esos 17 temas, uno fue instrumental (el primero, el 'Rumble' de Link Wray), y dos en castellano, muy argentinos de sonido y origen: el único lento de la velada, el blues bibikinesco 'Todo el día me pregunto', de los argentinos Manal (recordemos que el madrileño Javier Vargas, de 67 años, ex Miguel Ríos, La Mondragón, etc., se crió en Argentina), y a modo de despedida 'Blues local' del bonaerense Pappo, en el fondo un fusilamiento del standard blues 'Dust my broom' de Elmore James.
O sea que el blanco Vargas toca blues de la gran ciudad del siglo XXI y se gana la vida saliendo a la carretera para tocar de ciudad en ciudad. Al empezar su bolo gaztetxero nos halagó diciendo «espero que disfrutéis porque yo tengo muchas ganas de tocar aquí en Bilao, la capital del rock and roll», casi por el final nos piropeó como público y agradeció: «Sé que entendéis mi forma de expresarme», y se ganó la soldada honradamente empuñando una guitarra Fender Stratocaster grana con cable y con sólo un pedal, calzando playeras de leopardo, y vistiendo camisa honky tonk.
Muchas canciones sonaron a banda sonora de la gran ciudad donde nos cobijamos: el boogie del siglo XXI 'Whisky, woman and wine' («un recuerdo de las noches de Chicago dedicado a Muddy Waters», explicó al presentarlo); la citada 'Todo el día me pregunto', de resaca, perdido y solo en la gran ciudad (que debe de ser Buenos Aires, o no); 'Sidney Street' (un rock muy a lo Godfathers, con los mayores pasajes melódicos de la cita); los desarrollos propios de 'Blade runner' aplicados a 'Blues pilgrinage' («esta os va a gustar», anticipó Vargas), y la citada 'Blues local' (dedicada a los bares donde los músicos de verdad se ganan la vida en la actualidad, que por eso hay tantos conciertos e incluso Miguel Bosé debe salir de gira para mantener su nivel de vida, ya que por royalties llegan menos ingresos).
Además, Vargas arbitró muchos temas de carretera: el slider 'Down under blues' (el titular del último álbum que aún no se ha subido a las redes: «estuvimos dos meses en Australia, viendo canguros, koalas, cocodrilos y tiburones, y eso nos inspiró para este nuevo disco»; por cierto, Vargas es muy prolífico en estos años: en enero salió su disco anterior, 'Blues the healer', en 2024 lanzó dos directos, y en 2023 otros tres álbumes), 'Long way from home', como el propio título indica (un tema abigarrado a lo Smashing Pumpkins bluseros), la onda Eric Sardinas / Stevie Ray Vaughan ('Black cat bone', uno de los temas más antiguos de una carrera en solitario que comenzó en 1991), o el vía ZZ Top 'Texas Tango', otro tema suyo antiguo («el blues trotón siempre mola», juzgó Rozadilla al acabarlo Vargas),
Moló mucho el bolo. Tanto que al salir el que suscribe se compró una camiseta por 15 eurillos, la de la foto de portada del disco 'Blues magic', uno de los dos directos que lanzó en 2024.
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