Javier Escovedo, amigo para siempre
El roquero texano de larga trayectoria emocionó a la sobrepasada parroquia del Kafe Antzokia con épica americana, rock and roll ardiente y dos versiones de la Velvet y Neil Young de una credibilidad intachable
El roquero texano Alejandro Escovedo, nacido hace 67 años en San Antonio, Texas, de padres inmigrantes mexicanos, cerró por todo lo alto en el Antxiki su gira española de cinco conciertos divulgando su disco 'The Crossing / El cruce' (Yep Roc, 18), diecisiete canciones inspiradas en la inmigración en Estados Unidos y coescritas con don Antonio Gramentiere, líder del cuarteto italiano Don Antonio, que ofició de banda de acompañamiento y calentó el encuentro con 40 minutos eminentemente instrumentales, ambientales y sentimentales con ecos de Calexico y Tito & Tarántula (las pausadas reverberaciones fronterizas), Morphine (cierto tempo narcótico y la labor del saxo), una cumbia tipo Los Lobos y, para cerrar, un twist que agradaría a Santiago Delgado y Los Runaway Lovers.
Como bien apreció el melómano Óscar Esteban, cuando la banda Don Antonio se puso al servicio de Escovedo, pareció otra. El chicano, ex Rank & File y True Believers (representantes del Nuevo Rock Americano de los 80; a ver si vuelve y me acuerdo de llevar los vinilos originales para que me los autografíe), hermano del cantante de los Zeros (Javier Escovedo, a quien dedicó su canción 'Sensitive Boys') y tío de la percusionista de Prince Sheila E, mejoró la ya buena impresión dejada el año pasado, en marzo de 2017, en la sala grande del Antzoki, durante un set también sentimental, pero más verídico que el de los teloneros, y que alcanzó cotas ardientes que enloquecieron a los presentes.
En 86 minutos sonaron 14 canciones conjuntadas y en quinteto. Sólo seis títulos se espigaron de los 17 de la novedad, 'The Crossing', pero no el que lo bautiza. Colgando la guitarra acústica Escovedo arrancó cual songwriter apegado a la tierra según la escuela lírica de Steinbeck ('Waves'), apretó en el rock ('Outlaw for You', a lo Dan Baird de esparto) y se puso dylaniano y contenido, mascando la épica cotidiana ('Something Blue'). A la quinta se colgó la eléctrica y saltaron las chispas y el rock and roll se personó eléctrico disparado por un genuino centauro del desierto: 'Teenage Luggage' resonó a Wayne 'MC5' Kramer en solitario, la trepidación rock-a-roller y urbanita a lo Mink DeVille transpiró por 'Beauty Of Your Smile' y por su minihit 'Castanets' (minihit porque el ex presidente Bush la incluyó en su i-pod, lo cual disgustó a este chicano que no sabe castellano; igual que Los Lobos, The Blazers, El Vez, Los Zeros, etc., por cierto), y cerrando el círculo virtuoso con la también tipo Wayne Kramer 'Fury & Fire', por rabiosa y con saxo.
El rock and roll se había hecho carne ante nuestros ojos durante esas cuatro canciones intensas que pusieron a la gente a bailar, a cabecear… ¡Vimos a Ricky Blackete Churches saliendo del baño dando palmas! ¡Y a Amaia de Bermeo contoneándose con los ojos cerrados abstraída en un lateral! Y el elegante Escovedo, con chaleco, camisa de leopardo, vaqueros ajustados y zapatos finos de color crema, tomó aire con el soulero 'Sensitive Boys', la narración dramática 'Texas Is My Mother' y el coral y springsteeniano 'Always A Friend', que el nacido en Texas y criado en California presentó llamándola 'Amigos para siempre' y que alcanzó tal conexión con el respetable que nos evocó al Willy De Ville (ya no Mink De Ville, ¿eh?).
Y para el final quedaba otra descarga insultantemente inspirada con el 'Rock And Roll' de Lou Reed y la Velvet Underground (con Alejandro adelantado más allá del borde del tablado, sin guitarra, y tendiendo el micrófono cual soulman para que cantaran los presentes en éxtasis), y ya en el bis una melódica y redonda 'Sister Lost Soul' y el hirviente 'Like a Hurricane' de Neil Young, del que aseveró un emocionado Torkel: «este es el himno de amor más importante de la historia del rock»). Buf, ojalá Escovedo regrese en 2019… y estemos vivos, claro.