Milagro sorpresivo

El bis en la ópera debe de ser como un 'milagro' sorpresivo, repentino, que expresa en un momento muy especial la sintonía entre la emoción ... del público y una expresión lírica sublime, vocal y musical. En otras palabras, se trata de que el drama y la emoción del libreto se alíen con el virtuosismo vocal e interpretativo de los cantantes, liberando, expresando y proyectando a la audiencia todo el dramatismo de la ópera. Los bises se acaban, son perecederos, naturalmente, pero también conforman la memoria operística del espectador, del aficionado. En ello, en la expectativa del bis, tienen siempre ventaja las óperas y las arias más conocidas, es decir, los 'hits' más populares del repertorio: el 'Casta Diva' de Bellini, el 'Nessum Dorma' o el 'Un bel di vedremo' de Puccini, la 'Habanera' de Bizet, el 'Si, vendetta' de Verdi, etc… Prima la voz en el bis, desde luego, pero no es un asunto menor el atractivo de la interpretación. Leo Nucci no llegó en 2013 a la perfección vocal que ha tenido esta semana el barítono mongol Amartuvshin Enkhbat, aunque su genialidad dramática y su histrionismo quizá exagerado también dejaron para la memoria un 'Rigoletto' inolvidable. Pero los bises deben de ser como las orejas que se conceden por una sublime faena taurina: los decide alguien con autoridad -en la ópera, el director musical-, son a priori impredecibles y surgen del clamor del público. El Met de Nueva York los tenía prohibidos, hasta que Peter Goelb no pudo dejar de oír la petición de repetición por las arias de Juan Diego Flórez y Camarena. ¿Ha merecido el dúo Enkhbat-Puértolas los numerosos bises en el último 'Rigoletto'? ¿Se ha convertido Bilbao en una 'plaza' fácil y previsible para los bises? Pues lo primero no tiene duda y lo segundo resulta intrascendente.