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El viernes estuvimos viendo tres conciertos especiales en tres locales distintos: a las 19.30 en el Arriaga (714 entradas colocadas diez minutos antes del ... inicio, muchos guiris entre el respetable, ¡y 55 compradores que no habían acudido!, ¿se les olvidó la fecha?) pudimos ver siete canciones en 35 minutos del barítono italiano Mario Biondi en septeto (muy bien los dos vientos, y el flautista esporádico) y en el rol de crooner, entre Kurt Elling y soulmen graves como Barry White; a las 20.30 estuvimos en el Teatro Campos (entradas agotadas, 805 es el aforo oficial) viendo más que oyendo (ese volumen minusválido) al bueno de Bustamante presentando su undécimo disco, 'Inédito', en sexteto (con una corista de apoyo); y como el cántabro acabó antes de lo previsto, pudimos llegar a la segunda canción de Elliott Murphy en un Kafe Antzokia lleno (sí hubo una quincena de tickets sin vender, pues estábamos 585), donde en cuarteto presentó su reciente disco, 'Infinity'.
Llegamos a la segunda canción, ya saben, que fue de nuestra favoritas: 'Drive all night' a dúo entre el neoyorquino Elliott y su escudero galo Olivier Durand. En total sonaron 22 canciones en 139 minutos con tres bises (dos horas y veinte, redondeando), de ellas cuatro de la novedad. Mirando desde el anfiteatro a la gente que llenaba el Antzoki, vimos sus caras de felicidad, sus rostros atentos, sus ansias participativas a la mínima ocasión, y pensamos que Elliott Murphy es uno de los nuestros (no sólo porque dijera que cree que ha tocado más veces en Bilbao que en París, donde vive –una exageración como las de Julio Iglesias-, ni porque nos halagara diciendo que siente algo tocando especial en Bilbao y que le inspiramos –y lo demostró tocando 'Green river', que la compuso mirando al Nervión, el 'Río verde' es la ría-), y que acudir al menos una vez al año a sus apostolados irónicos, románticos, roqueros y líricos es bueno para nuestras almas y nuestra fe en el rock y más allá.
Sí, los casi 600 del Antzoki (contando trabajadores y demás equipos estaríamos sin casi) participaron de modo recurrente, y eso que este viernes no se abusó de la petición de palmas desde el escenario, palmas al tempo que brotaron espontáneamente esporádicamente (por ejemplo en la novedosa 'Baby boomer's lament') y coros contagiosos del público que se sumó a la buena onda de diversas maneras: silbando en 'Decodance' (tema dedicado a Lou Reed), ululando como pioneros en 'Fix me a coffee', sumándose a los tarareos para-pa-para-pá de 'Alone in my chair' (la de los solos de pandereta), alistándose a los yeah-yeahs springsteenianos de la creciente e irresistible 'On Elvis Presley's birthday', aportando más uuuhh-uhhs en 'Come on Louann', enloqueciendo en la fiesta intercalada del 'Twist & Shout' de los Isley Brothers en 'Just a story from America', o subrayando con más uh-uh-uh cuando Elliott comenzó el segundo bis a solas con 'Last of the rock stars', la última de las estrellas del rock (tú y yo).
Sí la comunión fue completa y todo tiempo durante las dos horas y veinte minutos, desde la respetuosa y expectante atención del principio hasta la participación orgánica postrera a lo largo de un cancionero serio, más profundo de lo que puede parecer, muy bien interpretado vocalmente (te crees los lamentos de Elliott, que ya tiene… 76 años, de ellos 52 en carretera, saliendo de gira, como dijo en el Antzoki) y musicalmente (los sonidos de la guitarra amplifica de Olivier, el intenso cariz folk de la violinista Melisa Cox, su armónica...).
Los hitos variados se acumularon en esta sesión de 22 canciones en dos horas y veinte (el año pasado Elliott tocó 20 en dos horas y cinco, y esa vez sí colgó el no hay entradas), entre las que podríamos destacar 'Green river', el nuevo blues dylanita 'Makin' it real', el ragtime aplicado a 'Decodance', marasmos folk más vivos (o menos perezosos) que los de Marc Knopfler ('Fix me a coffee'), las cuatro voces de los actuantes aplicadas en 'Something consequential', la gradación también en felicidad comunitaria de 'You Never Know What You're in For', el romanticismo, la nostalgia y la mitomanía que nunca nos cansamos de oír y de sentir en 'On Elvis Presley's Birthday' (drivin, drivin, driven… drivin, drivin…), la melancolía de 'Rock ballad' con su recitado a lo Dylan empapado de soul, o el cierre con un tercer bis de manera loable reservado para una canción del último disco, para la folkie 'Night surfing' de su álbum 'Infinity', que se supone es el número 52 de su carrera. Elliott, ojalá te veamos otra vez en 2025... ¡Ancha es Castilla!
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