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Algunas de las obras más importantes de la vanguardia musical española del último medio siglo fueron escritas tras los muros de un castillo del siglo ... XVI. Allí, en una ala de esa fortaleza que parece proteger desde un altozano las calles estrechas y empedradas de Villafranca del Bierzo, vivía Cristóbal Halffter con su esposa, la pianista María Manuela Caro, hija del tercer conde de Villa Ramiro y heredera del inmueble. Un símbolo de la combinación de tradición y modernidad, sumadas a un rigor adquirido en sus años de formación germánica, que marca a fuego la biografía del compositor y director de orquesta, muerto el pasado domingo a los 91 años. Porque Halffter, miembro de la Generación del 51, la más importante que ha dado la música española, fue el principal adalid de la vanguardia en tiempos en que serlo tenía un precio elevado. Lo recordaba entre orgulloso y resignado: cuando estrenó en 1960 en Madrid 'Microformas', una obra de quince minutos, el abucheo duró más de treinta.
Tradición. Halffter adquirió lo mejor de la española y la alemana. De niño, conoció a Falla, Machado y García Lorca, asiduos participantes en las tertulias que organizaba en casa su abuelo materno. Luego fue alumno de un discípulo de Ortega y Gasset y compartió charla y confidencias con Xabier Zubiri y Gregorio Marañón. Durante la Guerra Civil vivió cerca de Düsseldorf, donde su padre -que a su vez era hijo de un joyero de Königsberg- encontró un empleo en una empresa metalúrgica. Allí aprendió a escribir con letra gótica y empezó a crear anticuerpos contra el nazismo. «Con diez años ya pensaba que una verdad impuesta mediante la fuerza deja de serlo», explicó a este periódico en una larga conversación en una tarde de invierno, contemplando desde una ventana el jardín que se ocultaba tras los muros del castillo.
Tradición fue también la influencia de su tío Ernesto, de ideología conservadora, discípulo predilecto de Falla y autor de obras de claro signo nacionalista. O las lecturas de los filósofos clásicos, los pensadores del Renacimiento o su fijación por 'Triste España sin ventura', la canción de Juan del Encina que tomó como punto de partida para 'Versos', dedicada a Zubiri. Tradición era, en fin, su producción de música religiosa, que parte del Concilio Vaticano II. En ese momento, al compositor le pidieron una misa para los niños y escribió una partitura en la que destaca 'Anunciaremos tu reino, Señor'. Una canción de iglesia tan célebre que se interpreta en muchos países del mundo. Él, incluso, la escuchó al organista de San Pedro, en Roma, quien le explicó que era «un tema popular sudamericano». «Me costó convencerle de que era mío y le dije que lo estaba armonizando mal», explicaba aún extrañado por la popularidad de esa melodía tan simple.
Modernidad. En un momento en que lo que se enseñaba en los conservatorios españoles terminaba en las primeras obras de Richard Strauss, Halffter -que en esto siguió la estela de su tío Rodolfo- decidió indagar por su cuenta y avanzar por el terreno de la vanguardia. Lo hizo contra todas las dificultades, algunas inesperadas. Porque podía contar con que promotores y críticos de rancio conservadurismo se opondrían a su lenguaje. Pero no con que hasta sus alumnos del conservatorio le harían una huelga porque su música era demasiado avanzada. Quizá sea apócrifa, pero se le atribuye a él la frase de que «en aquellos años ser compositor en España era como ser torero en Finlandia».
En Europa su música era mucho más valorada, pero él vivía de dirigir orquestas, componer para el cine y atender encargos, lo mismo de Naciones Unidas (la cantata 'Yes, speak out', en el 20 aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos), que la Filarmónica de Viena o el teatro lírico de Kiel.
Y rigor. Durante décadas, ha profundizado en la filosofía y la ciencia para poder «racionalizar la intuición», como dijo en el acto de entrega de los premios Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento. Un rigor que lo llevaba también a trabajar con un horario de precisión prusiana: a las nueve en punto de la mañana se instalaba en su estudio. A esa hora, llegaba siempre María Manuela y le dejaba una flor cogida en el campo. Detrás de su silla, apilados, estaban los libros que leía en ese momento: de Hawking a Zubiri, Zweig o Machado. No paraba hasta el almuerzo.
En las primeras elecciones democráticas, su compromiso con la libertad lo llevó a presentarse al Senado como independiente en una lista promovida por el PSOE, el PCE y algunos miembros de la Democracia Cristiana. No salió por muy poco. Luego, tras el 23-F, supo que su nombre estaba en una lista de intelectuales y artistas condenados a ser «eliminados» si el golpe hubiese triunfado.
A finales de 2017 murió su esposa y Halffter quedó solo en el castillo. Cada vez con menos frecuencia viajaba a Madrid, para actos de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, de la que era miembro, o alguna presentación. Aún alzaba su voz en defensa del arte y la música y a favor del silencio. Ahora ya es Historia.
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