Buika verborreica, visceral y anticlimática en el Getxo Folk
Por culpa de la terapia compartida y de los sermones, la cantante mallorquina perdió en el Muxikebarri el hilo de un concierto que apuntaba a lo mejor del año
Sábado, cuarto de los cinco conciertos de pago del 40º Festival Internacional de Folk de Getxo. En el Muxikebarri de Algorta, a 25 euros la entrada (la más cara de los cinco de abono), 594 espectadores acudimos a la función de la afrocantante Buika (María Concepción Balboa Buika, Mallorca, 52 años), que pecó de diva y de charlatana, que se extralimitó aplicándonos su autoterapia y largándonos sermones de predicadora. Cuando se callaba, al principio, cantaba maravillosamente, divinamente, una emotiva amalgama de bolero-soul que decayó en el último tercio con su mixtura de flamenco-ranchera.
Un concierto que acabó cuando se puso a perorar sin sentido al hablarnos de un 'porrillo' y a decir que 'no existimos', y que resucitó, remontó al final, cuando se centró y fue al grano, cantando llorando pero con duende tras la interpelación de un espectador que le recordó a lo que habíamos ido, un espectador a la que ella dio la razón, tanto que le deseó bendiciones para cada día de su vida y al acabar el show le lanzó a modo de regalo algún abalorio.
Menos mal que ese joven (eso dicen de su edad quienes le vieron) se lo recordó, si no aún seguiríamos encerrados en el Muxikebarri, como en la película de Buñuel. Por nuestro pasillito, a la izquierda, hartos de los discursos, los sermones y los diagnósticos, antes de acabar el concierto se largaron tres asistentes: dos damas y un caballero. Y es que Buika se pasó de rosca y soltó cosas como estas tras bendecir el escenario: «bienvenidos a una noche que seguro va a ser mágica», «tengo una mente calenturienta y una lengua viperina, pero voy a portarme bien y vamos a cantar», «yo hablo y yo me contesto» (ya ven qué egotista), «soy muy impulsiva y encima del escenario soy feliz, pero ya me he calmado», «el arrepentimiento solo es síndrome de abstinencia, rara vez se acierta volviendo pa'trás» (terapia compartida), «yo no sé de dónde soy, nací en Mallorca, y tengo alma de burro, síiii, y un tigre en la garganta»…
Y no paraba: «me gusta hablar, el problema no es hablar mucho, sino lo que dices… Somos gilipollas», «¿por qué hay miedo a ser un maravilloso desastre?» (ya iba en plan reverenda Buika), «esto que digo es para preguntarme a mí misma, de verdad, yo no me considero maestra de nadie» (un momento de lucidez), presentó al trombonista y pianista, Santi, su marido (hizo varias bromas a su costa durante la velada), y prosiguió «cumplí los 50 y descubrí mis súper poderes. Prefiero invertir en pisos, pisos, pisos…» (asesora fiscal).
Y de repente llegó el anticlímax, el vacío: «Qué energía siento, de vosotros, ¿sois extraterrestres? Esta energía me viene de esta ciudad. ¿Esto es una ciudad, ¿no?». Entonces entramos en un sinsentido surrealista, aunque ella recibía risas periféricas, porque en el tramo de butacas de delante la reacción era muda: «Ya sé que estáis en la barrera de pensar 'esta tía está como una cabra' o 'es supergenial'. Las dos cosas…». Y se puso metafísica con lo de «no existimos», y yo estoy seguro de que su marido le hizo una señal pulsando dos notas del teclado (tin-ton o algo así) para advertirle de que se estaba desorbitando sin remedio, y el espectador providencial (gracias, joven) le espetó algo, y Buika contestó que era la primera vez que le sucedía eso (que le dijeran algo así desde el público), y con lágrimas en los ojos remontó magistral el concierto, entonó algo autobiográfico y pasional y le agradeció al joven: «Mi luz hoy has sido tú, y te lo agradezco, mi hermano. Que Dios te mande bendiciones».
Y siguió con una canción que según ella venía a pelo, 'Jodida pero contenta' (un cubanismo donde siguió llorando). Y después anunció: «Sólo diré que me voy porque no quiero líos», y cantó un reggae compuesto con Carlos Santana, 'Yo me lo merezco', en el que chilló soulera y que fue el final de un concierto de 11 temas en 91 minutos en sexteto (ella, su marido, guitarra flamenca, bajo y dos percusionistas) que al principio estaba entrando en nuestra lista de lo mejor del año, pero que su verborrea condujo al desastre.
¿Dentro de un año recordaremos sus discursos llenos de bullshit, que dirían los americanos? De chorradas. ¿O sus canciones? Porque de las tres piezas del epílogo dos estuvieron muy bien y la última bien. Por el principio, entre terapias y sermones, había alcanzado cotas de pasión, facultades y visceralidad. Arrancó afro con una bendición al sol (así la presentó al acabarla), en el soul-bolero after hours 'No me vayas a engañar' alcanzó el éxtasis, fue visceral y nos atrapó con sus agudos sostenidos en otro bolero soul como 'Canción de las simples cosas', y en 'Brujería' empezó cantando como Aretha Franklin y Roberta Flack pero en castellano (aquí, a la cuarta, se sumó la segunda percusión)
Pero perdió fuelle en el pasaje ranchero-flamenco con 'Pa todo el año' y 'El último trago', ambas de José Alfredo Jiménez y separadas por una pasaje flamenquito a lo Albita ('Dolor de rumba', de Santana, y cantada por ella en el disco del maestro americano).
Qué manera de diluir el talento, de dejarse llevar por el divismo.