Muere Isozaki, arquitecto genial con sello en Bilbao
El autor de las torres de Uribitarte, que ganó un premio Pritzker, protagonizó un enfrentamiento inédito con Calatrava
Arata Isozaki creció en un paisaje «marcado por la idea del vacío», el Japón derrotado en la Segunda Guerra Mundial, y llegó a lo más ... alto de la arquitectura. Falleció ayer a los 91 años dejando una obra extensa y reconocida con el premio Pritzker, el 'Nobel' de esta disciplina. Destacó por su habilidad para inventar nuevas formas y así lo hizo también en Bilbao, donde resolvió una asignatura pendiente en pleno centro de la ciudad: la rehabilitación del entorno del antiguo depósito franco tras décadas de abandono.
Diseñó dos torres gemelas de 23 plantas y un biombo formado por cinco edificios de distintas alturas, con una gran escalinata que salva los trece metros de diferencia de cota entre Uribitarte y Mazarredo. Él decía que lo importante no eran los rascacielos –«no me interesan como símbolos de poder», contaba en una entrevista concedida a este periódico– sino que entre ambos trazos formaban «una puerta». Una nueva conexión entre el Ensanche y la ría y una manera de acercar a los ciudadanos a una zona que había estado hipotecada por el uso portuario.
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Las obras comenzaron en 2003 y la inauguración de Isozaki Atea en 2007 coincidió con una polémica que creó aún más expectación. Santiago Calatrava, otro de los artífices del nuevo Bilbao, acababa de presentar una demanda contra el Ayuntamiento por la prolongación del puente Zubi Zuri con una pasarela diseñada por Isozaki para dar acceso a la nueva plaza. Pedía una indemnización de tres millones de euros y Azkuna le acusó de ser un «pesetero del carajo». Fue un enfrentamiento sin precedentes entre dos arquitectos que han dejado su sello en la transformación de la ciudad.
«Hemos hecho lo mínimo posible. La pasarela es una solución urbanística para permitir la comunicación peatonal entre ambas márgenes de la ría», defendía el arquitecto japonés. En primera instancia, el juez hizo prevalecer el interés público y absolvió al Ayuntamiento, pero Calatrava presentó un recurso que la Audiencia de Bizkaia estimó parcialmente en 2009. Estableció que la utilidad del paso peatonal «no anula ni solapa los derechos de autor», pero redujo la indemnización a una cantidad simbólica: 30.000 euros que Calatrava acabó donando a la Casa de la Misericordia de Bilbao.
Aquel litigio aumentó la huella que ha dejado en la ciudad este hito arquitectónico. El caso sentó jurisprudencia, porque por primera vez entraban en conflicto la propiedad intelectual de una obra y su funcionalidad. «Tengo obras en todo el mundo y jamás me he visto envuelto en una polémica de este estilo», confesaba Isozaki, que entendía que Calatrava «pecó de egocéntrico». Incluso desveló que ambos ya se habían cruzado en Barcelona 92. Isozaki diseñó el Palau Sant Jordi y Calatrava, la torre de comunicaciones en la plaza exterior. «Mucha gente me animó a demandarle porque entendían que desvirtuaba el diseño del pabellón, pero me negué», relató. «Yo nunca denunciaría a un compañero».
El pleito lo vivió «mal» pero no llegó a enturbiar su experiencia en Bilbao, según cuenta un observador en primera línea. Iñaki Aurrekoetxea fue el arquitecto bilbaíno que colaboró con Isozaki y su equipo en el proyecto de Uribitarte, que fue «complejo en todos los sentidos. Diez años entre el encargo, el desarrollo y la ejecución», detalla. «Para mí fue muy importante en mi vida personal y profesional, marcó un antes y un después en mi manera de trabajar».
La vista desde Artxanda
Recuerda el día que fueron a buscarle al aeropuerto, cuando aún no había decidido si asumiría el encargo de la empresa Vizcaína de Edificaciones. Ya había estado en Bilbao porque se presentó al concurso del Guggenheim, pero fiel a su concepto de la arquitectura como un arte cambiante, «que debe fluir», quería ver el espacio en el que le proponían trabajar. Fueron directos a Artxanda «para que tuviera una visión del Ensanche, la ría y Uribitarte. Paramos cerca del funicular, él traía un cuadernito e hizo una serie de dibujos».
Luego pasaron la tarde andando por la orilla de la ría. Se fijó en que «la zona del Ensanche era uniforme y el único elemento discordante era el entonces Banco de Vizcaya. Fuera de ese entorno estaban Zabalburu, Etxezuri, el edificio Albia... pensó que la solución podía ser diseñar edificios en altura». Así empezó a tomar forma «una propuesta amplia, generosa y monumental para integrar y resolver esa conexión entre Uribitarte y el Ensanche».
Se entendían en inglés. Isozaki era «muy correcto, no especialmente comunicativo» y le gustaba Bilbao «por su trazado. Le sorprendía el uso del ladrillo caravista, que no existe en la arquitectura japonesa, y lo integró en el conjunto». El desarrollo del plan fue un proceso largo. «La mentalidad japonesa hace que las cosas vayan un poco más despacio» y no faltaron «controversias» con los técnicos municipales. Como ocurre con todos los grandes proyectos, se formó una plataforma ciudadana que estaba en contra, lo consideraba «agresivo». Aurrekoetxea recuerda un incidente que le marcó. Una tarde, antes de que Isozaki diera una charla en el Colegio de Arquitectos, deslizaron un folleto en su habitación del hotel López de Haro «en el que le tachaban de indigno, algo imperdonable para la mentalidad oriental». Dio la conferencia «pero al día siguiente se encerró, no atendía a nada, estuvo a punto de abandonar el proyecto».
También tuvo buenos momentos. «Le encantaba comer y beber, no especialmente en restaurantes de lujo». Él se relacionaba con la casa imperial y aquí buscaba otra cosa. «Un día fuimos a Santurtzi a comer sardinas con las manos, pero llevamos nuestras botellas de vino». Cuando le visitaron en su estudio de Japón, le regalaron «una caja de Vega Sicilia pintada a mano por García Ergüin».
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