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Carlos Arrojo
Certamen Relato Breve 'En Cuarentena'

El espectador

Este es uno de los relatos breves seleccionados para su publicación de entre los presentados al concurso 'En cuarentena', que organizan EL CORREO y la UPV. El día 17 de junio se dará a conocer el nombre de los ganadores

j.g.

Miércoles, 3 de junio 2020, 00:31

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Un estallido ensordecedor lo sorprendió sentado. En un instante intercambió el agradable y caluroso chisporroteo que emanaba el fuego de su chimenea por un pitido incisivo y constante que perforaba sus tímpanos tras el estruendo. Aun con las prisas de levantarse a la ventana para averiguar lo ocurrido, el anciano se acordó –o más bien fue un reflejo involuntario– de esconder su dedo índice entre las páginas del periódico. Sin duda, creyó que pronto volvería a reanudar su lectura. Se asomó levemente y descubrió lo que sucedía a través del cristal. No tuvo más remedio que hacer uso de su particular (y poco comercial) marcapáginas para tirar de la cuerdecilla y abrir las cortinas. Al separarlas los rieles se resintieron haciendo el mismo ruido agudo que hacen los cohetes en ferias, silbando hacia el cielo, dejando tras de sí un silencio premonitor de otro estallido. El anciano no pudo sino imaginar a sus vecinos corriendo las cortinas, tirando de las cuerdecillas con vehemencia, lanzando cohetes al cielo y provocando sin quererlo una catarsis de fuegos artificiales.

Vio a sus vecinos a través de la ventana –todo el pueblo excepto él– corriendo desesperadamente hacia una cuarentena de árboles. A este pequeño bosque debía el pueblo toda su fortuna y fama. Desde hacía ya tres generaciones las familias trabajaban en la explotación de sus frutos, desarrollando técnicas de una tecnología inaudita hasta conseguir unas cosechas altamente sofisticadas. Todos estaban involucrados y extendían su poder más allá de sus fronteras. Todos excepto la familia del anciano, que ni perseguía la riqueza, ni la pobreza la perseguía a ella. Ahora uno de estos cuarenta árboles yacía en el suelo desplomado. El golpe retumbó en cada caserío alertando a todo el vecindario.

En los días siguientes los árboles enfermaron uno tras otro; se vestían de una corteza carbonizada anunciando su irreversible caída. Ante tal estado de alarma, el hombre más rico del pueblo compró los tres últimos arboles incólumes del bosque. Los plantó en su jardín privado bajo una gran cúpula de cristal, aislándolos de cualquier contacto exterior.

– No entiendo cómo no dan con la raíz del problema –se jactaba el anciano mientras retorcía el diario como si quisiera escurrirle la tinta–. Todos los árboles han crecido en el mismo bosque, sus raíces se entrelazan desde hace generaciones, ¿de qué sirve separarlos ahora?

– ¡Abuelito, «esa historia te ha dejado los dedos negros»! –exclamó su nieta– La abuela siempre dice que hay historias que dejan marca, y a ti el periódico siempre te mancha las manos.

El anciano miró sus manos, carbonizadas hasta las muñecas. No era tinta, eran los problemas de sus vecinos entrelazados con sus propias raíces hace ya varias generaciones. Pues no podía dejar un periódico y leer los de otros mundos. Este es el que nos toca. Y nos mancha.

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