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Lycosa
Lunes, 15 de junio 2020, 00:18
Mi hermana llamó a mi madre y le dijo que le iba mal con su nuevo novio. Las escuché hablar a las dos por teléfono, y mi madre me hacía gestos enarcando las cejas y poniendo los ojos en blanco. De repente, dijo:
-No, claro que no puedes venir aquí.
Debieron interrumpirla, porque guardó silencio un momento, y luego prosiguió:
-Aquí estamos dos personas mayores, tu padre y yo. ¿Quieres cruzar medio país para venir a esta casa tan pequeña? ¿Y si nos pegas el virus? Pero…
Se quedó callada, apretando los labios. Estaba en su ropa de faena, la bata amplia y descolorida. Desde que empezó la cuarentena, no había podido ir a la peluquería, y las canas le ceñían las sienes como una corona de ceniza. Había dejado el plumero del polvo en el suelo, junto a sus pies enfundados en unas zapatillas rotas.
-Pero…
Se notaba que no la dejaban hablar.
-Pero, no, claro. La egoísta serás tú en todo caso, ¿no? ¿Tú te crees que aquí cabemos todos, en esta casa tan pequeña? Tu padre, tú, yo. Que solo tenemos dos habitaciones, eso a ti te da igual, ¿no? Y que nos puedas pegar algo tampoco te importa, ¿verdad?
Levantó la vista y me clavó la mirada.
-¿Tu hermana? ¿Qué tiene que ver tu hermana en esto? Pues no, claro que no está aquí.
Moví la mano en el aire, como para que lo dejase estar, que colgara de una vez, pero ella ya se había disparado.
-¿Y a ti qué te importa a quién meto yo en mi casa?
Oí la otra voz borboteando a través del teléfono. Debía estar gritando, porque mi madre se interrumpía y se separaba el auricular de la oreja, y después hablaba más deprisa, como para que no la cortaran.
-¿Y yo por qué tengo que darte explicaciones a ti? ¿Y a mí qué, que no tengas donde ir? Habértelo pensado antes de abandonar tu casa y a tu marido. Ahora te has cansado y quieres venir aquí a arriesgar nuestra salud. A arriesgar nuestra salud, sí. Que no tengo que darte explicaciones, que no me preguntes más por tu hermana. Las circunstancias que ella tiene son diferentes, ¿me entiendes? En paro, sí, está en paro. Y tú podías estar trabajando si…
Al final mi hermana le colgó el teléfono. Mi madre rezongó un poco para sí misma, sacudiendo la cabeza. Recogió el plumero y siguió quitando el polvo. Yo cerré el libro que estaba leyendo y lo dejé en la mesilla. La vi limpiar y atarearse por la minúscula habitación.
Luego me dejó sola, pero se ve que recordó algo y volvió a entrar:
-No le digas a tu padre que ha llamado.
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