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Arturo Pérez-Reverte | Novelista

«Quien no conoce la aventura se lanza a ella con jolgorio, hasta que descubre su lado oscuro»

Publica 'Revolución', donde sitúa a un ingeniero español en el México insurgente de Pancho Villa y Francisco Madero

Lunes, 3 de octubre 2022, 19:13

«Es muy raro que una revolución se pueda hacer sin violencia». Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) dedica su última novela a «la primera gran ... revolución del siglo XX», la mexicana, en la que los pobres combatieron a los de arriba con un resultado estremecedor cualitativamente: quienes pactaron con el poder se corrompieron y los idealistas que no lo hicieron fueron asesinados. Y en lo cuantitativo hay una cifra que lo dice todo: murieron alrededor de 1,5 millones de personas, el 10% de la población. En ese conflicto caótico y sangriento, el novelista ha situado en 'Revolución' (Ed. Alfaguara, ya en las librerías) a un personaje de ficción, un joven ingeniero español que se suma a la insurgencia al principio de una forma un tanto casual y termina convertido en uno de los hombres de confianza de Pancho Villa. Alguien que se juega la vida apoyado en una única convicción: «Soy alguien que mira», dice.

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- Esta es otra historia que lo ha acompañado desde la infancia. ¿Esa infancia es también para usted el gran filón de temas?

- Lo es sobre todo cuando has tenido la suerte que tuve yo, de nacer en una familia con dos muy buenas bibliotecas. Así que, en esos años en que un ser humano se forma, entre los 5 y los 16, las historias me llegaban de los libros y de lo que se contaba en casa.

- ¿Y en casa le contaron lo de México?

- Allí supe que uno de mis bisabuelos, que era ingeniero, tuvo un compañero de estudios que se fue a trabajar a una compañía española que explotaba una mina en el norte de México en esos años. Y desde allí escribía contando cosas del país, la revolución, Pancho Villa y otros líderes. A partir de ahí fui acumulando material durante décadas.

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- ¿Por qué eligió a Villa y no a Zapata como personaje?

- Villa operaba en el norte y Zapata en el sur, de forma que tenía que quedarme con uno de ellos para que el ingeniero español estuviera a su lado. Zapata era un indio del sur, melancólico y triste. El norte era más vital, así que daba más juego, sin perder de vista que la revolución empezó en el norte.

- Usted ha dicho que el personaje de Martín Garret, el ingeniero español, es el más próximo a usted. Pero hay otros cuya biografía le es más cercana...

- Lo que resulta más próximo es su mirada. Esta es una novela de aprendizaje y en ese proceso hay un mecanismo que es el de mi mirada. A mí me la cambió la guerra. Y se la he prestado a Martín.

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- Aquí su héroe es más joven y está menos de vuelta de todo.

- Es cierto, en general mis héroes tienen una mirada fatigada, mientras que este está aún en el camino de ida. Me interesaba el descubrimiento de las reglas que mueven la vida. Por eso el Martín que termina la novela no es como el que la empieza. No quería un revolucionario idealista, sino una cabeza técnica que perciba la geometría del mundo. No podía ser de ninguna manera un romántico porque eso me estropeaba la evolución del personaje. Él sigue en la revolución porque le fascina lo que ve, no porque sea un revolucionario. Cuando yo estuve en esos sitios, en muchas guerras y revoluciones, estaba como testigo. Eso te da frialdad y ecuanimidad a la hora de ver las cosas. Eso es lo que quería para mi personaje.

- Algunos personajes de la novela hablan de la adicción al riesgo. ¿Por qué necesitamos algo así? ¿Por qué hay tanta gente con esa adicción?

- No es el caso de Martín, pero sucede. Cuando uno no conoce la aventura se lanza a ella con jolgorio, hasta que descubre su lado oscuro.

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- La mexicana fue una revolución muy violenta. Y no es que devorara a sus hijos, es que muchos de sus líderes fueron asesinados.

- Fue la primera gran revolución del siglo XX, con los pobres combatiendo a los de arriba y sentándose con ellos durante un tiempo. Hasta que fueron secuestrados, como siempre ocurre. Hubo unos que pactaron y se corrompieron y otros que no lo hicieron y murieron. Así está México, sin haber evolucionado apenas, con caciquismo y corrupción.

a violencia inevitable

- Y violencia. México es así, dicen muchos personajes resignados ante una orgía de sangre.

- El mundo es un lugar violento, y México muy especialmente porque en esos años hubo muchos fusilados. Es algo que no se entiende bien desde fuera, porque es difícil ver la injusticia, el hambre acumulada, el rencor... Es muy raro que una revolución se pueda hacer sin violencia.

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- Sus personajes hablan con numerosos coloquialismos mexicanos. ¿Ha sido la parte más difícil del trabajo?

- Quería una novela escrita en blanco y negro, en la que se oyera hablar a los personajes. Yo he estado en México muchas veces y conozco los coloquialismos actuales, pero los de entonces eran otros. Por eso he leído numerosas novelas de la época, que registran el habla popular y también la manera culta de decir las cosas en esos años. Fue un trabajo minucioso y duro, pero sin ello la novela no habría funcionado. Al acabar la envié a un amigo de allí que me hizo unas pocas correcciones, y con eso ya quedé tranquilo respecto del lenguaje.

- Aquí los personajes reales tienen mucho más peso que en otras novelas suyas anteriores y además son muy conocidos por otras novelas y películas. ¿Eso ayuda a construir el relato o lo hace más difícil?

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- Las películas son en general bastante malas, así que eso no me sirvió de mucho en ningún sentido. Por eso tuve que acudir a biografías y memorias, y de ahí tomé elementos para acercarme a esos personajes con realismo. El Pancho Villa que yo dibujo es real, era así en sus gestos, su manera de vestir, su forma de hablar. Luego, se trataba de que eso no sonara impostado.

- ¿Ha sido muy difícil mezclar esos personajes tan célebres con los de ficción?

- En realidad, solo hay dos personajes reales con una presencia relevante, Villa y Madero, y algún otro con muy poco papel. Me siento orgulloso de que el lector no sepa exactamente cuáles son reales y cuáles no.

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- ¿Le han servido para algo relatos de cronistas célebres que estuvieron allí, como John Reed, o su implicación termina por sesgar el relato?

- Yo no soy neutral en esta historia, tengo mi mirada y el protagonista tiene la suya. Sé con quién tengo que estar. Dicho eso, Reed me ha servido para algunos detalles de ambiente pero poco más porque él estaba muy vinculado a la revolución, como le pasó luego en la rusa. Por eso me han sido más útiles periódicos de la época con entrevistas y retratos de los personajes. Con ese material he podido contrastar los arrebatos ideológicos de unos con los de otros.

- La última escena transcurre en el hotel Palace de Madrid, donde usted presenta siempre sus novelas y concede entrevistas, como esta misma. ¿Es un guiño a sus incondicionales?

- Lo es. La novela está llena de guiños personales. Por ejemplo, hay una periodista estadounidense destacada en México que se llama Diana Palmer, como la novia del protagonista de las historietas de 'El hombre enmascarado'. Con ocho años yo estaba enamorado de ella. Y el caballo de Martín se llama 'Láguena', que es una bebida que toman los mineros de La Unión. Como esos, hay muchos más y los lectores avisados los irán descubriendo.

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