«La violencia en Colombia ha demostrado un talento extrañísimo para reinventarse»
Juan Gabriel Vásquez, autor de una de las novelas más aclamadas del curso, 'Volver la vista atrás', participa en un encuentro en el Memorial de Vitoria acerca del influjo del terrorismo en la creación literaria
Su última novela 'Volver la vista atrás' (Alfaguara) es una las novedades editoriales más aclamadas del curso. La memoria y el peso de la Historia, en mayúsculas, sobre las pequeñas biografías, late entre sus páginas al igual que ocurría en 'El ruido de las cosas al caer', deslumbrante premio Alfaguara 2011, ambientada en una Colombia marcada por el narcoterrorismo. Ese título es precisamente el pretexto por el que el escritor Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973), considerado uno de los grandes escritores latinoamericanos del momento, ha sido invitado para dar una charla este jueves 24 de junio en el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo de Vitoria titulada 'Narrativas y Terrorismo'. «Lo que intenté hacer es un examen del impacto del terrorismo en las vidas privadas e íntimas, en todos los que pasa de puertas para dentro», cuenta el autor que pasó su infancia y juventud en una Bogotá asolada por el cartel de Medellín y ha vivido en París y Barcelona hasta a 2012, año en el que se mudó a Bogotá.
– En 'El ruido de las cosas al caer' un atentado tiene un peso fundamental en la trama. El recuerdo del crimen es, además, algo que toca a toda la ciudadanía que suele rememorar donde se encontraba en el momento en el que sucede un hecho tan trágico.
– Es uno de los lugares de encuentro de las generaciones marcadas por actos de terrorismo y no importa si eres un colombiano que ha vivido la década de los años ochenta o un español bajo la amenaza de ETA. Las generaciones marcadas por la violencia impredecible –porque siempre es imprevisible– tienden a encontrar un punto de encuentro en preguntas como dónde estabas tú cuando asesinaron a un ministro de Justicia o a un presidente en el caso de Colombia. Esos hechos para quienes viven una guerra que no es suya, sino de otros, ayuda a darle sentido y encontrar una coherencia a nuestra experiencia. Para mí la escritura de esa novela fue un intento por explorar en 260 páginas esa pregunta generacional: ¿Qué nos hizo y cómo nos afectó a los que nacimos en Colombia con el tráfico de drogas en los 70 convivir con esa violencia?
–A pesar de que se centraba en los años del narcoterrorismo, mientras la escribía ya había surgido otro tipo de terrorismo, el de las FARC.
– Sí, en 'El ruido de las cosas al caer' hablaba del nacimiento del narcotráfico en los 70 hasta los años posteriores a la muerte de Pablo Escobar. Fue escrita durante unos años en las que la presencia de las FARC como nuevo organismo terrorista ya estaba en las noticias y de alguna manera influyó.
– En su charla en Vitoria parece inevitable hacerse preguntas sobre los puntos en común de las FARC y ETA.
– Hay un punto en común que es el tipo de terrorismo distinto al (narcoterrorismo) que fue diseñado por unos delincuentes para meter presión al gobierno y conseguir consecuencias políticas puntuales como la eliminación de la extradición. ETA y las FARC son movidos desde el fondo por alguna forma del fanatismo y eso lo cambia todo porque crea una dinámica completamente distinta respecto al Estado y la sociedad.
– Tras el final de ambos grupos, ¿ve diferencias en su adiós?
– La diferencia básica que veo es la dificultad lamentable que ha tenido el partido del gobierno en Colombia para llevar hasta sus últimas consecuencias el cumplimiento de los Acuerdos de Paz. Se trataba de terminar de una guerra de 60 años y esos acuerdos produjeron ciertas instituciones como la Comisión de la Verdad, encargada de hacer memoria, bucear en los relatos de nuestra violencia para abrir un espacio donde se cuenten todas nuestras historias acerca de lo ocurrido. Hay una sección de la sociedad colombiana no está interesada en eso y hace lo que puede por sabotear estos acuerdos amenazando varios puntos de los Acuerdos de Paz que he defendido siempre. Me parece preocupante.
– Han proliferado novelas, películas y series sobre ETA desde su final. ¿Ha ocurrido lo mismo con temas relacionados con las FARC?
– Creo que sí. Aunque siempre la literatura colombiana ha tratado o más bien nunca ha dejado de examinar obsesivamente nuestra historia de violencia porque ha demostrado un talento extrañísimo para cambiar y reinventarse. Cambian los actores y protagonistas, pero el mismo río subterráneo de la violencia ha permanecido en los últimos 70 años en Colombia. La literatura es un espacio donde se filtran nuestros miedos, ansiedades, preguntas sin respuesta, frustraciones y dolores, y es lo mismo que pasa con la literatura española.
– En 'Volver la vista atrás', su última novela, narra diferentes episodios fascinantes de la vida del director de cine Sergio Cabrera con hechos llamativos como su participación en la guerrilla colombiana. ¿Qué es lo que le hizo pensar que las historias de su amigo cabían en una novela?
– A partir de mi regreso a Colombia en 2012 comencé a darme cuenta en conversaciones casuales que su experiencia de vida, aparte de ser inusual, interesante y exótica, era una especie de metáfora de la vivencia política del siglo XX y no solo en Latinoamérica. El hecho de que fuera hijo de un español que sale expulsado por la derrota republicana en la Guerra Civil, se reinventa en Latinoamérica y decide viajar en los años 60 a la china de Mao en plena revolución industrial, era un recorrido de 50 años que nos marcaron a todos.
– También se desliza en esa novela que los ideales se pervierten por el fanatismo.
– Trata de explorar esa manera tan misteriosa que tiene la violencia de trastocar cualquier ideal y echar por tierra las mejores intenciones, pero es también una novela sobre la invasión de los grandes movimientos de la Historia en nuestras vidas familiares, de padres, hijos y hermanos.
– Pasó siete años interesado en documentos de Cabrera y su familia. ¿Hizo el cineasta de alguna manera de editor o no le hizo cambiar ni una coma?
– Había un acuerdo, un doble acuerdo tácito. Yo escribiría con total libertad como si no existiera y no lo conociera y él podía ver el manuscrito para enmendar errores, ampliar informaciones o censurar lo que quisiera porque no quería causar daño a nadie. Para mi sorpresa no censuró nada, más bien añadió cosas que la memoria le sugería y entendió que no vale la pena pasar por el trámite de la escritura, tras siete años de conversaciones, para maquillar su vida ni hacer una hagiografía de ningún tipo. Teníamos claro que contar una verdad puede ser útil o pertinente para nuestro momento político y un examen muy clarividente de un pasado en Colombia.
– Cuenta al final que «ordenar un pasado ajeno (de la familia de su amigo) fue la manera más eficaz de lidiar con el desorden de mi presente». ¿Tenía que ver con que lo escribió en pandemia?
– Tiene que ver con la pandemia a grandes rasgos y haber pasado con el virus muy pronto. Fui de los primeros casos en Colombia, nadie sabía cómo se trataba y tuvo implicaciones. Llegamos a pasar de cierta ansiedad. Eso, unido al dolor y la tragedia que me llegaba del mundo entero con parientes en España que pasaban por ello o fallecían, creó una situación difícil y de alguna manera el trabajo de ordenar la vida de alguien sirvió a sobrellevar el momento social. Esa curiosa gratitud le guardo a la novela.
– En los agradecimientos aparecen Javier Marías y Cercas. A este último le une esa búsqueda en los testimonios y documentos para contar las vivencias de los personajes.
– Marías es uno de los escritores que siempre tengo presente, su intervención fue muy indirecta e involuntaria. Algunas páginas de 'Tu rostro mañana' fueron útiles, aunque es difícil explicar por qué. Cercas es un novelista cuyos libros pertenencen a la misma familia ya que compartimos obsesiones. Es además un intelectual valiente y valioso y un amigo que fue testigo del nacimiento de ese proyecto. En algún momento me dijo bromeando –cuando daba largas a la escritura– que si no escribía yo esa historia la escribiría él.