
El explorador de la infografía
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'National Geographic' incorpora a su museo la obra del bilbaíno Fernando G. Baptista, que trabajó 14 años en EL CORREOSecciones
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'National Geographic' incorpora a su museo la obra del bilbaíno Fernando G. Baptista, que trabajó 14 años en EL CORREOMás allá de que sus trabajos tengan la capacidad de dejarnos a todos con la boca abierta, tiene cierta coherencia que 'National Geographic' haya seleccionado ... la obra del bilbaíno Fernando G. Baptista para el Museo de la Exploración que abrirá en Washington D.C. en 2026. Al fin y al cabo, a Fernando lo podemos entender perfectamente como un explorador de la infografía. Lo es en sentido biográfico, porque su currículum está definido por un par de apuestas que lo llevaron a pisar territorio desconocido: cuando empezó a trabajar en EL CORREO, sin tener ni idea de periodismo, y cuando saltó el Atlántico fichado por 'National Geographic', sin saber siquiera inglés. Y lo es también en su trabajo del día a día: si algo define a Fernando, y eso lo sabemos bien los que fuimos sus compañeros durante catorce años, es el arrojo para internarse por caminos muy personales, encarar la realidad desde perspectivas nuevas y, armado con su lápiz, meterse en líos infernales que acaban dando resultados maravillosos.
Y eso que sus primeros planes, después de licenciarse en Bellas Artes por la UPV, se orientaban hacia la docencia en la propia universidad. Pero se cruzó un anuncio: «Decía 'Importante empresa editorial necesita ilustrador' y, como había hecho unos cursos de Mac, me presenté. Así entré en EL CORREO, como un paracaidista, sin ninguna idea periodística, aunque ya tenía guardadas algunas infografías recortadas del diario». Fernando se integró en la histórica sección de Tomás Ondarra y Javier Zarracina, una especie de gigante que entonces comenzaba a crecer: «Empecé con los gráficos de las bolsas, del tiempo, alguna cosita de reportajes, gráficos a dos o tres columnas... Poco a poco, de ser los 'dibus', como nos llamaban, fuimos cogiendo más peso periodístico y aprendiendo unos de otros», evoca desde Washington. De funcionar como una sección «de servicios», que aportaba un complemento final al texto, pasaron a asumir una función más activa, que desarrollaba sus propios proyectos e incluso hacía trabajo de campo con su, ejem, sofisticado equipo: «Empezamos a acudir a ruedas de prensa o a otros sitios: por ejemplo, me tocó ir al zulo donde estuvo Ortega Lara. Teníamos una cámara en la que metías un disquete y entonces era lo más de lo más», se ríe.
Y, por supuesto, en aquella época Fernando empezó a trabajar con los modelos y maquetas que él mismo construía, una afición de la adolescencia que supo convertir en estrategia de trabajo y que mantiene hoy. En EL CORREO se suele recordar su calamar gigante, extraña presencia en una redacción, pero hubo más: «El calamar, la ballena franca, una casa, un neandertal... A mí me gustaba mucho la ciencia ficción y hacer modelos», resume. ¿Qué aportan esas figuras materiales, con su anticuada corporeidad, en estos tiempos de sofisticada creación virtual? «Al modelar me enfrento con el problema de las tres dimensiones y aprendo sobre la anatomía, los volúmenes... Además, puedo iluminar los modelos como quiera, fotografiarlos, y me di cuenta de que eso mejora mi trabajo, me permite hacerlo de manera más personal y con más libertad. Hay que tener en cuenta que muchas veces ilustras cosas que no existen, como un pterodáctilo o un dodo. Y además me gusta trabajar con las manos, no quiero perder esa parte, igual que empiezo siempre con bocetos hechos a lápiz».
Hace diecisiete años, recibió una llamada inesperada, casi irreal. A los profanos nos resulta difícil entender lo que significa para un infógrafo que la revista del marco amarillo se interese por él. «Yo había estado en unas conferencias en Pamplona y vino Chris Sloan, director de arte de 'National Geographic'. Le oías contar que a lo mejor estaban un año para hacer un gráfico y nunca se te pasaba por la cabeza que podrías llegar a trabajar ahí. De hecho, cuando me llamaron, pensé: 'Aunque no me cojan, ya tengo mi momento de gloria y lo puedo contar'». Pero le pagaron el viaje para que estuviese cuatro o cinco días en Washington y le contrataron, claro. Fernando todavía recuerda aquella primera visita, que le provocó una mezcla de pasmo, incredulidad e inquietud por si no daba el nivel. «Era la especialización en estado puro: contrataban a ilustradores que, por ejemplo, solo dibujaban pájaros o primates. Mi primer gráfico fue sobre comportamiento de los chimpancés y me asignaron un investigador que contactó con los mejores expertos. Hice los bocetos, me los aprobaron...», relata. Y ahí se lanzó a la aventura: «La mayoría de editores diseñan el gráfico y luego se contrata a un ilustrador, pero le pregunté al director creativo si podía hacerlo yo mismo y me dijo que sí. He encargado pocas ilustraciones fuera».
También la gente de 'National Geographic' se sorprendió cuando el fichaje bilbaíno empezó a armar esos modelos que se han convertido en su seña de identidad y que más de una vez han llegado a protagonizar reportajes específicos. A Fernando, que hoy es editor sénior de Infografía en la revista, se le puede encontrar erigiendo una reproducción de la columna de Trajano o absorto en un Londres histórico de papel, y su estudio parece un inagotable gabinete de curiosidades, en el que nos observan personajes del pasado y criaturas prehistóricas. «A veces me meten en el tour cuando viene gente de visita», apunta. Hablar con él de su trabajo en estos diecisiete años es como repasar una colección de asombros duraderos, con proyectos como el de los moáis de la Isla de Pascua, que le llevó a Hawái para tratar de mover con cuerdas la reproducción de una de estas figuras; o el del Duomo de Florencia y su monumental desplegable, en el que colaboró con uno de los mayores expertos mundiales en la cúpula levantada por Brunelleschi; o aquellas diez páginas y aquella animación en papel sobre los vikingos para la que se documentó en Dinamarca; o el del helicoprion, un pez extinto con unos espeluznantes dientes en forma de sierra circular que le sugirieron una animación con estética de cine de terror. O también, cómo no, el de los balleneros vascos, que le trajo muy cerquita de casa, a Pasaia. Para el ambicioso museo han seleccionado seis de sus trabajos, con vitrinas que mostrarán los procesos y los resultados, aunque se irán renovando a medida que surjan piezas nuevas.
En cierto modo, su actividad se centra en curiosidades infantiles que nuestro explorador de la infografía se dedica a satisfacer, para después explicárnoslas a los demás y, lo dicho, dejarnos con la boca abierta. «Claro, son las curiosidades que todos tenemos, porque todos somos un poco niños: cómo es esto de grande, cómo funciona... Yo, desde luego, conservo esa curiosidad de niño que quiere saber, y proceso la información de los investigadores para convertirla en algo interesante, fácil de entender y divertido».
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