Los espectadores más comprometidos

No hay más que mirar los datos. El Bellas Artes, por ejemplo, cerró el año con 4.331 amigos asociados, un 10% más que el año pasado. Además, el porcentaje de visitas de este colectivo ha subido tres puntos respecto al año pasado, hasta el 5,5% del total. Con su aportación, han contribuido a la adquisición de obras de arte como el cuadro 'Vista de Bermeo' de Luis Paret y Alcázar.

Desde el Guggenheim, agradecen «la fidelidad de nuestros amigos, que en épocas de crisis han seguido manteniendo su apoyo». En estos momentos cuenta con un total de 19.670, algo menos que en 2019, que obtuvo el récord con 20.197 personas.

En el caso de los teatros, la figura de los socios o amigos es también frecuente. El primero en implantarlo fue el Social Antzokia de Basauri en el año 1993, y hoy cuenta con 1.500 personas. El Teatro Barakaldo también tiene un club similar, con 1.522 inscritos.

Distribuidos entre amigos de grupo, individuales y jóvenes, el Arriaga tiene alrededor de 3.500 asociados y, debido a la pandemia, sus responsables tomaron la decisión de prorrogar automáticamente por un año todas las tarjetas.

Por otro lado, Pabellón 6 cuenta con un sistema de socios particular al tratarse de un proyecto autogestionado por los creadores y asociados, con una parte de ayuda pública. En su red de apoyo hay tres grupos: los activos, que aportan 120 euros al año y participan en asambleas (50 personas); colaboradores, que pagan 15 euros anuales (200 personas); y los ocasionales. En el Campos Elíseos, la figura del amigo está ligada a una suscripción a su boletín, y la cifra asciende hasta los 30.000.

Miguel Parra fue uno de los primeros en hacerse amigo del Guggenheim, hace unos 20 años. Quedó maravillado con el proyecto desde que este empezó a andar y asegura que no se apuntó por las diferentes ventajas, sino porque quería ser partícipe y apoyarlo. Dos décadas después, no muestra ni un ápice de arrepentimiento. Lo contrario.

«Es un orgullo sentirme parte de una iniciativa tan bien hecha como esta», a la que también aporta su trabajo como voluntario. «Soy parte de la comunidad de esta institución. Creo que es bueno que haya una conexión entre la sociedad civil y el museo», comenta. Cómo no, también disfruta de las ventajas de ser amigo. «Me gusta ir una vez a la semana. Con la cuota puedo ir cuando quiera. Voy a mi aire, dando un paseo y viendo las exposiciones, sin ninguna presión. Es un lujo», confiesa.

Para una amante del arte como Itxaso Irigoien, con una formación en Bellas Artes, participar del programa de amigos «es una oportunidad para acercarse al arte contemporáneo y adentrarse en obras y artistas desconocidos para ella. La cuota «asumible» de 40 euros al año le permite visitar el museo siempre que quiera. Lo ha solido hacer con su familia y amigos. «Los talleres infantiles son una gozada, y conciliar la vida familiar con mi afición también», añade.

También apunta a las ventajas de diferentes actividades que se organizan en el Guggenheim, como «conciertos, charlas con creadores o talleres de aproximación al arte, donde acabas conociendo a mucha gente fuera de tu entorno».

Ana Okamika, profesora de Lengua jubilada, admite que llegó a hacerse amiga del Arriaga «de rebote». Comenzó a llevar a los alumnos de Bachillerato a ver obras en los años ochenta aprovechando que la institución les hacía «un descuentillo por llevar a los chavales». Cuenta que, con el tiempo, después de llevar a tanta gente, le siguieron haciendo rebajas en el precio de los tickets. Le acompañaba su marido, Emilio Gómez, «un forofo del teatro». «Abusaba un poco del descuento», bromea.

Siguió acudiendo con su hermana, sobrina, hija... Hasta que le ofrecieron la opción de hacerse socia. Recuerda que en un principio hacían cola durante toda la noche, «en la calle o en el interior», para comprar las mejores localidades. «Eran otros tiempos. Ahora no hace falta tanto, y siempre cojo el mismo sitio: la primera fila, butaca 1. En el teatro ya me dicen que es mío».

No obstante, también le parece que es una forma de ayudar al Arriaga. Asegura que se apunta a todos los espectáculos. «Organizo mi vida en torno a la programación. Incluso sin saber quién actúa o de qué va la historia», confiesa, al tiempo que se muestra «muy privilegiada por tener al director que tenemos».

Ser hija y nieta de pintores no tiene por qué influir en la pasión por el el arte, aunque parece que algo de eso ha habido en el caso de Mari José Arráiz, quien se describe como una amante de la pintura desde pequeña.

De ahí que «siempre» haya ido a los museos, sobre todo al Bellas Artes, y que se hiciese amiga en el año 1999. «Estoy encantada. Hay muchas facilidades para entrar, sin hacer colas, y poder ver todas las exposiciones más de una vez es genial». Añade que su obra favorita es 'Lucrecia', de Lucas Cranach. Precisamente por escribir un radiocuento sobre ese cuadro ganó un concurso organizado por el Bellas Artes.

Aurelio Gutiérrez, amigo desde el año 2010, afirma que le saca «mucho partido» a su carnet. Le cuesta concebir Bilbao sin el museo, adonde le gusta ir tranquilo, sin agobios ni prisas, «sabiendo que puedo volver cuando me apetezca».

También resalta las visitas guiadas que organizan. «Las charlas son brillantes, honestas y claras. Te cuentan la trayectoria del artista y la historia que hay detrás de los cuadros. Una visita así da mucho más juego», reflexiona.

En Pabellón 6, la mayoría de espectadores se hacen socios para ser parte activa del proyecto. Les atrae la esencia de ser un teatro pequeño, cercano, de participación social y autogestionado. Eduardo Urturi ya conoció esta experiencia con La Fundición en Deusto, y «Pabellón era justo lo que estaba buscando».

Desde el 2011 es socio activo, es decir, que participa también en las asambleas, y ha involucrado en la iniciativa a otros miembros de su familia. «Mis hermanas también se han hecho socias, lo mismo que mi mujer y mis hijos».

Begoña Murguialday, por su parte, conoció este teatro debido a su vinculación con el barrio de La Ribera de Deusto. Desde el primer momento le pareció «una iniciativa interesante». «Ir a una obra y estar en contacto con los creadores es muy bonito. Y más aún en un centro así, donde se incentiva la participación social y la autogestión», responde.

Su vinculación con Pabellón va más allá de la aportación económica. «Participamos en las asambleas y echamos un cable cuando lo necesitan. También he difundido el proyecto y he llevado a gente para que lo conozca», explica.