Escritor de éxito gracias a su primer lector
Emilio Ortega se estrenó como escritor a los 82. No vendió un libro hasta que un joven le descubrió y divulgó su historia por Twitter
Cumplidos los ochenta, uno puede postrarse en un sillón a ver la tele sin esperar nada más de la vida o puede plantearse nuevos retos, desafíos acordes a su edad. Emilio Ortega ha tenido una vida de perros pero un buen día, cumplidos los ochenta, decidió que también podía ser una vida de libro. «Comencé a mano pero era muy cansino». Entonces fue a una tienda, compró un ordenador y se puso a teclear. Pero surgieron nuevos obstáculos. «Como no tenía antivirus, pues no sabía lo que era, se me borró tres veces y tres veces lo reescribí». Emilio se lo autoeditó a través de Círculo Rojo y repartió unos pocos ejemplares por las librerías de Almería, donde vive. De vez en cuando pasaba, asomaba la cabeza y preguntaba cómo iban las ventas.
No se vendió ni un ejemplar de 'El mundo visto a los ochenta', la obra de 170 páginas que lleva su rúbrica y en la que relata una vida repleta de vicisitudes además de volcar su opinión sobre diferentes asuntos. Pero un hombre que empezó a trabajar con 12 años no se rinde con facilidad. Emilio cogió unos cuantos ejemplares y se plantó en la Feria del Libro de Almería.
El día resultó igual de improductivo, pero un acto de generosidad iba a cambiar su suerte. Un joven y su novia se acercaron a su puesto y le estuvieron haciendo preguntas acerca de su libro. Emilio agradeció el interés, abrió un par de ejemplares, los firmó y se los regaló. Aquel joven explicó la historia en su cuenta de Twitter (@JotaMerrick). Esto despertó la curiosidad de un seguidor (@LSunShinee), que se convirtió en el primer comprador. El autor, feliz por su primera venta, contactó con el lector y le dijo que si vivía en Almería se lo entregaba en mano.
Este gesto conmovió a @LSunShinee y decidió divulgarlo. La historia se hizo viral -más de 25.000 retuits- y comenzaron a sucederse los pedidos. En unas horas se agotaron las reservas de 'El mundo visto a los ochenta' y hubo que editar muchos más porque más y más gente lo quería. «De toda España. Y hasta de Sudamérica, que no entiendo muy bien cómo ha llegado hasta allí»., explica este escritor novel y octogenario desde Almería.
Días después, Emilio Ortega está radiante por el repentino éxito, por las ventas a cientos, por la popularidad encontrada. «No me voy a hacer rico; solo me llevo 1,38 euros por libro -cuesta 13 euros-. Pero estoy feliz porque esto era un homenaje a mi pobre madre y mucha gente va a conocer nuestra historia».
El 'best seller' de Emilio cuenta la vida de este hombre que nació en Orán (Argelia) hace 82 años. «Cuando Franco empezó a preparar el golpe de Estado nos fuimos a Orán. Mi padre era teniente pero no quería apoyar a Franco, así que nos tuvimos que escapar de Marruecos y mudarnos a Argelia, donde mi madre tenía una hermana». Pero prendió la Guerra Civil y su padre acabó muriendo en la Batalla del Ebro en 1938. «Mi madre se tuvo que hacer cargo de mí y de una sobrina sin una mísera pensión por ser viuda de guerra».
Dormía en una cueva
Aquella mujer empezó a trabajar de criada para sacar a flote a su familia. En tiempos de cartillas de racionamiento, por la mañana limpiaba la ropa de los señoritos por 12 pesetas y por la tarde pedía limosna por las calles de Madrid. «Por la noche dormíamos en cuevas. En la carretera del Este, como se llamaba entonces, había un descampado con un gran círculo de donde se sacaba tierra. Allí la gente había cavado y encontramos un hueco vacío».
Fueron años de penurias, platos vacíos y noches trémulas. Su madre se dejaba la vida por darles de comer y evitar que durmieran al raso. Pero estaba prohibido mendigar y fue arrestada tres veces. Durante esos encierros Emilio y su prima, ya una hermana, se quedaban solos. Sin nada. «Yo tenía ocho años y mi hermana, seis. Durante esos quince días en la cárcel de mujeres interrumpíamos la asistencia a la escuela y vivíamos abandonados». Otras veces, como cuando su madre contrajo el tifus, ingresaban en un orfanato. «Luego le costó mucho recuperarnos», recuerda Emilio, que relata su niñez con un tono de voz sombrío.
Durante esos meses comían lo que podían cuando podían. «Recuerdo que llegamos a comernos las cáscaras de las naranjas, pan enmohecido, flores que caían de los árboles... Cada vez que veo a alguien pidiendo en la calle me acuerdo de mi infancia».
Una vida así despierta la picaresca. Su madre, su hermana y él tenían derecho a tres barras de pan que aprovechaban para sacarse unos centavos. «Las vendíamos en la calle un poquito más caras y con eso mi hermana y yo nos comprábamos cacahuetes o algarrobas». Su madre acabó pidiéndole un favor a un amigo que trabajaba de portero de un edificio señorial y que les dejaba comerse los restos que tiraban a la basura. «Nos parecían manjares, pero también había días que no sobraba nada y te volvías cabizbajo y hambriento».
En 1948, rememora Emilio, Franco abrió las fronteras y, avalados por una hermana de su madre, pudieron trasladarse a Argelia. La familia había logrado dejar atrás aquella vida de pordioseros y, con 12 años, el chaval se puso a trabajar. «Aquello ya era otra vida. Vivíamos con mis tíos y ya no había miseria». Primero lo intentó como ebanista, pero no podía pagarse las herramientas. Luego estuvo en una fábrica de cerveza y en una empresa de niquelar y de pintor de brocha gorda. Sueldos modestos que parecían una fortuna después de las cuevas y las limosnas.
Hasta que llegó la independencia de Argelia y la calle se volvió peligrosa. Se marcharon a París. Allí entró a trabajar en Correos y pudo permitirse una vida algo más acomodada. El jornal y un estilo de vida muy austero les permitían incluso marcharse en vacaciones a tomar el sol en España. Cullera, Santa Pola, Almería... Le encantaba cruzar la frontera y en cuanto se jubiló se instaló en España con su mujer y su hijo, que ahora tiene ya 45 años.
Ambos se han sorprendido por el arrebato literario de Emilio y están contentos por este éxito inesperado. Él, poco dado a los derroches, sabe que los ingresos por las ventas no le darán para mucho, pero cuenta que un día se irán a darse un homenaje a un buen restaurante. Y brindarán por aquella madre que se dejó la piel por él. Emilio recuerda las comidas apestosas y los días de incertidumbre. Pero el mundo es otro ahora, visto a los ochenta.
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Santiago Posteguillo
«Me lee el mismo que a Vargas Llosa»
Santiago Posteguillo es una enciclopedia andante y cuando le hablan de escritores y primeras novelas recurre al caso de Jane Austen, la mujer a quien no le quisieron publicar 'Orgullo y prejuicio', pero que logró rescatarla, «algo que solo pueden hacer los muy grandes», después de convencer con 'Sentido y sensibilidad'. Lo cuenta porque antes de 'Africanus', la primera parte de la trilogía de Escipión, hubo otras historias, como una novela negra, que se quedaron en el camino. «Mis primeros lectores fueron, como es normal, mis amigos y familiares. Recuerdo que mi padre me dijo que a él le había gustado. Luego tengo un amigo médico que cuando leyó la primera que publiqué me dijo que en las anteriores escribía bien pero era aburrido, pero ésta, en cambio, estaba bien escrita y era entretenida. Es muy sincero. Es especialista en Psiquiatría y siempre ha sido muy directo. A veces me dolía lo que decía, pero me venía bien su opinión».
Este referente de la novela histórica buscó editoriales con querencia a su género. «Todas me dijeron que no por escrito, salvo una que me dijo que quería hablar conmigo. Recuerdo que tenía una clase y no sabía si llamar y dar la clase o al revés. Como se habían puesto en contacto conmigo pensé que ellos sí me querían, así que llamé pensando que después daría una clase estupenda, pero fue todo lo contrario».
Después de nacer su hija encontró una pequeña editorial de Madrid que se atrevió a publicar 'Africanus'. «Llegó a cobrarme diez veces más de lo que él me pagó por devolverme mis derechos y me la jugué para irme a Ediciones B. Por suerte me salió bien. Ahora mi mujer no lee mi novela hasta que no está publicada. El primero es un lector especializado de la agencia de Carmen Balcells, el mismo que le lee a Vargas Llosa. Te da mucha caña».
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Luz Gabás
«Solo pregunté si era digna de ser publicada»
Cinco años pasaron desde que Luz Gabás tuvo la idea de escribir una novela hasta que salió publicada la exitosa 'Palmeras en la nieve'. Dos años documentándose, otros dos redactando la historia y un quinto para la gran condena de todo escritor novel, encontrar una editorial que se la juegue por él. El primer manuscrito fue para su marido. Quizá porque sabía que no ahondaría en su inseguridad. «Yo era consciente de haber escrito algo que estaba bien y que era coherente, pero nada más. Mi marido nunca es objetivo. Todo le parece bien. Como cuando te pones ropa y le preguntas... Me gustó, eso sí, que le había sorprendido porque él lee mucho».
Después hizo cinco copias y las repartió entre cinco personas. Dos a sus hermanas, que estaban implicadas emocionalmente, y las otras tres a otros tantos amigos, no íntimos, que leen mucho y tienen perfiles muy diferentes. «Les dije que no quería un comentario de texto ni una crítica, solo que contestaran a una pregunta: ¿Es dignamente publicable? Mis hermanas la leyeron con sorpresa y emoción, y los otros tres respondieron afirmativamente a mi pregunta».
Luz Gabás sintió alivio y seguridad. Ya podía lanzarse a la caza de una editorial. Se metió en internet y buscó consejos para publicar una novela. Al final solo accedió una pequeña editorial de Lleida que iba a hacer una tirada muy corta. Era la época de 'Millenium' y todos querían novelas de este corte. Cuando ya estaban hechas las planchas llegó Raquel Gisbert, de Temas de hoy, y le compró los derechos al editor. Sin duda ayudó que antes hubiera editado 'El tiempo entre costuras', de María Dueñas. El marido de Luz Gabás, entonces, le soltó: «¿Ves? Yo ya lo sabía».
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Ildefonso Falcones
«La primera,por proximidad,fue mi mujer»
Ildefonso Falcones no siempre vivió asociado a 'La catedral del mar', su gran éxito literario. Antes de este 'best seller' también tuvo algo de escritor frustrado. De novelas olvidadas en un cajón porque nadie las quiso. «No recuerdo cuál fue la primera: hace muchos años de aquello». Por eso tampoco tiene la certeza de quién fue su primer lector. «Supongo que sería mi mujer. Siempre que escribía algo se lo entregaba a ella para que lo leyera». El motivo es simple. «Era mi primera lectora por una evidente cuestión de proximidad, de confianza».
Después de todos aquellos renglones perdidos, llegó el momento de 'La catedral del mar'. Pero ni siquiera esta exitosa obra tuvo una acogida triunfal. «Después de que todas aquellas experiencias no funcionaran, la siguiente la llevé a la escuela de escritura del Ateneu Barcelonés. Allí me hicieron muchos comentarios. Lo que estaba bien, lo que estaba mal, consejos para mejorar la obra».
Tras pulir 'La catedral del mar' llegó el momento de encontrar una editorial que la colocara a las librerías. Nadie vio que aquellas páginas podían convertirse en una de las novelas españolas más leídas. «Es muy complejo. El mundo editorial es muy cerrado, es endogámico. Me costó tres años encontrar alguien que me la editara. La envié a diez o doce editorales y todas la rechazaron».
Falcones está contando que la obra, que en unos meses llegó al millón de ejemplares vendidos, estuvo a punto de quedarse fuera del mercado. «Al final se trata de encontrar al amigo de un amigo que te puede hacer un favor. Los agentes editoriales son inalcanzables y todas las puertas se cierran para un novel, pero yo tuve la fortuna de encontrar a alguien metido en el mundo editorial».
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Màxim Huerta
«Le mandé 300 mensajes para ver si acababa»
Màxim Huerta no guarda un buen recuerdo de su primera novela, titulada 'Que sea la última vez...'. «Quizá porque pretendía ser divertida pero, en realidad, no se parecía a lo que yo quería escribir. Fue como una especie de encargo y la verdad es que tenía muchas dudas mientras la escribía».
Pero aquello tuvo un principio y un final, como las buenas y las malas novelas, y una vez concluida llegó el momento de confiársela a alguien para conocer su opinión. Màxim Huerta eligió a una amiga. «Se la di a Ana, quien, además de ser una amiga mía de toda la vida, es periodista y guionista».
Su lectura no era tan rápida como pretendía el autor. «Debí mandarle como trescientos mensajes para ver si acababa, preguntándole: '¿Ya te las has leído?'». Pero, en realidad, el valenciano ya tenía una idea aproximada de la calidad literaria de la obra. «Nadie mejor que el que la ha escrito para saber que no es lo que quería hacer. Estaba cargado de miedo y pudor. Al final no funcionó. No se vendió mucho».
Es posible que se hubiera traicionado a sí mismo con esa novela que inauguraba su carrera como escritor después de haberse dado a conocer como periodista y presentador. Por eso él prefiere pensar que su primera obra, en términos de fidelidad a su forma de pensar, fue la siguiente, 'El susurro de la caracola'.
El proceso fue mucho más profesional en este segundo ejercicio literario, como rememora Huerta: «Ahí ya fue muy distinto y al acabarla se la envié a un autor que además trabaja como guionista en Estados Unidos. Me la devolvió llena de tachones y además me enseñó a separar la trama en capítulos. Ahí aprendí a quitar todo lo que sobra y la novela creció, creció y creció».
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Paula Dalli
«Una amiga dijo que la 'prota' es muy como yo»
La polifacética Paula Dalli acaba de estrenarse en la literatura. Ha trabajado como actriz, cantante y presentadora en Disney Channel, pero ahora se ha atrevido con las letras. 'Caramelos de café' salió a la venta el 30 de enero. Su debut ha sido infinitamente más sencillo que el de otros escritores, que se hartaron de llamar a la puerta de las editoriales. Dalli, una habitual en las presentaciones de Blue Jeans, autor de la trilogía 'Canciones para Paula', conoció a la gente de Planeta, que pensó que el público de Disney también compraría un libro suyo. «Soy consciente de que es muy complicado y de que a mí me ha tocado la lotería», exclama esta joven entusiasta.
Su primer lector fue su mejor amigo. «Mientras lo escribía le di a leer un par de capítulos que me enternecieron. Él estaba especialmente emocionado porque vivíamos juntos y la trama discurre en calles y lugares reales que los dos conocíamos bien y se reconocía en los escenarios. Me dijo que estaba muy orgulloso de mí».
El libro, una vez acabado, pasó el filtro de la editorial. Entonces, convertido ya en la obra definitiva, se lo dio a una amiga, que fue la primera en leerlo completo. «Ella me dijo que Valentina, la 'prota', es muy como yo. Valentina tiene una traza mía en términos de personalidad porque, aunque ella es una niña más buena y yo soy más terremoto, sí se parece en cómo se enamora».
Sus dos primeros lectores solo protestaron por el final, que queda abierto para una segunda parte. «Está bien: es lo que yo pretendía». La sinopsis concuerda con el argumento de algunas comedias románticas, así que no descarta que acabe convertida en película. «A mí me encantaría. Yo me la he imaginado muy visual y creo que podría cuadrar perfectamente».