Puntos suspensivos

Se dice, una vez más, que la ópera está en crisis y hasta en riesgo de supervivencia por sus dificultades para acompasarse a los nuevos tiempos. Pues sí, pero la ópera siempre ha estado en crisis, sobreviviendo con pulso fuerte o débil desde hace siglos. Eso sí, es verdad que tras la pandemia el binomio que la mantiene viva, el de su estabilidad financiera y el de su calidad artística, se ha visto zarandeado por diversas razones.

Primero, por el cierre durante el covid. También por las caídas en los ingresos y las subvenciones, por el lento retorno de su público tradicional a las salas, por el aumento de los costes de producción o incluso por la dificultad de modernizar un género vetusto y hacerlo atractivo para las jóvenes audiencias. Consecuencia de todo ello han sido las numerosas dificultades económicas. En Inglaterra, la Royal Opera House apunta un déficit anual de 15 millones de libras. En EE UU, la Metropolitan Opera ha tenido que reducir su programación y también el fondo de donaciones. Lo mismo ha sucedido en Francia y en Alemania, donde la amplísima oferta ha obligado a recortes y cierres temporales.

En España la sangre no ha llegado al río. El Teatro Real goza de un fuerte patrocinio privado y de un amplio respaldo público. El Liceo se sostiene con una especial protección del gobierno central y el Palau de la Música de Valencia acaba de aumentar su presupuesto un 22%, hasta los 18,4 millones de euros, gracias al amparo de su Ayuntamiento. Tan solo la ópera de Bilbao, la ABAO, sufre una lenta sangría con su ligero déficit anual -300.000 euros-, que las instituciones públicas vascas no quieren cauterizar. ¿Tiene futuro la ópera? Por supuesto que sí. Su valor cultural es incalculable y su aportación socioeconómica incuestionable. Modernizarla con inteligencia no es difícil y gestionarla con eficiencia es posible. En La Scala de Milán un tercio del público tiene menos de 35 años, con ingresos de taquilla y patrocinios en aumento. Sin duda, hay futuro y esperanza para la ópera.

La brecha de género en el cine sigue siendo un asunto muy debatido. Esta semana los datos ofrecidos por el Observatorio Europeo del Audiovisual sobre el periodo 2018-2022 han sido muy evidentes: las mujeres solo han dirigido el 26% de los largometrajes producidos en la Unión Europea, su cuota en la dirección de fotografía ha sido del 11%, del 41% en la interpretación, del 35% en la producción y del 29% en los guiones. En efecto, está claro que la desigualdad o la brecha de género en la industria cinematográfica europea sigue rampante, aunque haya una cierta mejora con respecto al periodo precedente, el comprendido entre 2017 y 2021, cuando la cuota de mujeres en la dirección de las películas fue solo del 21%. Verdaderamente, en cualquier creación cultural es más importante el talento que la proporción matemática entre hombres y mujeres. Lo que pasa es que resultaría anacrónico concluir que en un país con una población de mujeres que alcanza el 51,02% del total, solamente una cuarta parte de ellas tenga talento para dirigir largometrajes. ¿O no?