Quizás sea verdad que los algoritmos se han convertido en el demonio más real de nuestra contemporaneidad, es decir, en una maquinaria que por igual ... nos sustrae información como una aspiradora amable y luego nos maneja a su antojo aprovechando la adicción y el imperio de las redes sociales. Si esto fuera así, si los algoritmos fueran a la postre una maquinaria perversa que lee y maneja nuestros usos y comportamientos o una tecnología que informa y aprovecha de forma parcial nuestras debilidades consumistas, pues entonces deberíamos concluir que TikTok también podría ser, en efecto, una 'superarma' creada por China no solo para obtener datos personales de sus millones de usuarios occidentales, sino también para difundir entre ellos informaciones falsas o incluso para influir o alterar el curso de las elecciones políticas. Los norteamericanos están en esa onda, por lo que se ve, ya que el Congreso acaba de dar el primer paso legal para obligar al dueño de la aplicación a su venta, so pena de prohibir su utilización y distribución en el mercado estadounidense. Si el Senado ratificara la ley del Congreso, a los dueños chinos de TikToK no les quedaría más remedio que ceder su marca en ese país a otro gigante norteamericano de las redes sociales, naturalmente a cambio de un precio a la baja.
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El problema de fondo no es otro que el de la seguridad nacional, es decir, no tanto que los algoritmos de TikTok acumulen la información de los ciudadanos estadounidenses y la utilicen en su favor, como el hecho de que detrás de la empresa pueda estar el perverso gobierno chino. En otras palabras, estamos inefablemente en un punto de no retorno en el curso de la historia, sometidos de forma obediente o rebelde a un instrumento tecnológico de poder social. Si ese instrumento de poder tiene filiación y pasaporte occidental o simplemente un loable objetivo vinculado a la economía de mercado, se acepta dócilmente, aunque nos quejemos de su manoseo. Pero si quienes están detrás son los chinos o los rusos, pues entonces lagarto, lagarto…
Mestizaje cultural
Una polémica absurda
Absurda la tormenta racista desencadenada en Francia contra la posibilidad de que la reina franco-maliense del pop, Aya Nakamura, actúe en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos cantando 'La vie en rose'. Digo absurda, sí, porque en otros tiempos hasta la guía Gault-Millau consagraba el mestizaje cultural admitiendo la mezcla del nioc-man con la cassoulet, de la salsa harissa con el choucroute o del kétchup con cualquier cosa. Eran sublimes y usuales combinaciones asumidas libremente por la gastronomía francesa, tan aceptables e interesantes como las versiones que hicieron de 'La vie en rose' Louis Armstrong, Dona Summer o Grace Jones, lo mismo que Madonna o Iggy Pop. En fin, que esto del neorracismo sobrevenido es ante todo una estupidez sideral que contradice en el caso francés las mejores virtudes republicanas. Podríamos discutir, por supuesto, si en lugar de 'La vie en rose' procede una pieza de David Guetta o de Daft Plunk, pero no el origen o la piel de quien canta a Piaf, Brel o Moustaki. Pues eso, muy absurda toda esta polémica.
Prórroga presupuestaria
Pros y contras
La prórroga presupuestaria es un lastimoso ejemplo de política 'vérité' con sus pros y sus contras. Porque la menesterosidad del Gobierno de Sánchez es siempre una ocasión propicia para que sus acreedores obtengan mejoras. Pasó con los presupuestos de 2023 y hubiera pasado con los de 2024, de no mediar la imposibilidad de negociarlos. De tal manera, habrá que contentarse para bien o para mal con los del pasado ejercicio. Mal para el Zinemaldia o para el Museo Balenciaga de Getaria, claro, ya que en 2023 vieron simplemente prorrogadas unas subvenciones que repetían las del ejercicio 2022. Algo mejor para Artium, que aún disfruta de la partida de más de 1 millón de euros que le consiguió el PNV para inversiones el año pasado -aunque su subvención anual se mantiene igual-; y ni tan mal para la ABAO, que repetirá con 1.099.500 euros al subir 482.000 euros en la negociación de las cuentas pasadas.
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