La dimensión humana de Gehry
Gehry nunca quiso hacer una arquitectura seca y aburrida. El mismo lo dijo, dando pábulo a sus críticos para que lo encasillaran tópicamente en esa ... categoría de la arquitectura de autor, en la que parecía que el enfoque artístico y la visión personal del creador prevalecían e ignoraban la resolución de los problemas urbanos o incluso el concepto de una arquitectura más anónima y utilitaria.
Nada que ver, porque a pesar de que Gehry fuera como un músico de jazz que hacía de su desempeño profesional un sublime ejercicio de libertad formal, de expresión personal, de improvisación y de ruptura deliberada de ciertas reglas tradicionales, en su oriente creativo siempre fue prioritario el deseo de comprender la ciudad en la que se iban a ubicar sus edificios y la dimensión humana de los mismos. En otras palabras, si por un lado su libre expresión formal le permitió concebir diseños tan escultóricos como vanguardistas, tan experimentales al ser fruto en su diseño inicial de innovaciones tecnológicas, como atrevidos y modernos en el empleo de materiales novedosos e inusuales; por otro su visión urbanística, social y humana logró crear con sus edificios de formas fragmentadas auténticos iconos culturales alejados de la rigidez de la arquitectura modernista o incluso emblemas audaces que visualizaban los procesos de regeneración urbana, en los que además el admirable utilitarismo de los mismos era perfectamente compatible con la apreciación emocional de una singularidad artística por parte de sus usuarios. Hay dos momentos en la gran relación de Gehry con Bilbao que personalmente me parecieron expresivos de su enorme calidad humana.
En el otoño de 2001 lo entrevisté para un documental de TVE, aprovechando su presencia en la muestra del museo bilbaíno dedicada a sus 40 proyectos más importantes. Solo un mes después de los atentados en las Torres Gemelas, un Gehry enormemente afligido por lo acontecido no reclamaba venganza ni respuestas belicistas, sino una profunda reflexión humana para entender y superar la explosión de tanto odio. En 2014 también le vi notablemente emocionado cuando Barenboim le dedicaba en su piano las sonatas de Schubert en el auditorio del museo, tras la cena en la que se celebró su 85 cumpleaños. Muchos de los que estuvimos allí salimos pensando que seguramente alguien tan humano como Gehry no entendía su profesión como una expresión artística personal, sino más bien como un medio o un fin exclusivamente centrado en las personas.
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