Por lo que se ve en los presupuestos de Cultura ni cambiar es sinónimo de mejora, ni la alteración frecuente presupone la excelencia. Pues sí, ... porque al contrario de la famosa cita de Churchill en nuestro caso nada tiene que cambiar para que todo siga igual o, lo que es lo mismo, nada se ha alterado en los últimos cuarenta años buscando la mejora o la eficiencia y la excelencia en el gasto cultural, al margen de los ligeros aumentos o reducciones en el total o salvo la asunción del coste fijo o las inversiones de las nuevas infraestructuras, esto último con cuentagotas de un tiempo a esta parte.
Visto en su globalidad, el capítulo es de partida una 'maría' inamovible por su escasa importancia y dimensión en las cuentas públicas, ya que sus 392,11 millones de euros solo suponen el 2,5% del total presupuestario. Además, si tenemos en cuenta que de esa cantidad o de ese porcentaje cerca del 70% se los llevan EiTB y la Política Lingüística o que el exiguo resto también debe de compartirse con los 16,3 millones destinados al deporte, entonces concluiremos que la suma de los 43,8 millones destinados a promoción de la cultura y de los 35,9 que corresponden al patrimonio cultural son en su conjunto una cantidad nimia -aproximadamente el 25% del gasto en este epígrafe y poco más del 0,5% del total de las cuentas públicas-, que sin duda no se corresponde con la publicitada grandilocuencia de un país que vincula su imagen con un alto estándar cultural. Seguramente las necesidades del gasto social oprimen, condicionan y explican muchas cosas, pero esta filosofía inamovible del gasto en cultura mantiene un claro sesgo ideológico, ampara un permanente clientelismo y encima no impulsa una eficiencia en el destino del gasto público.
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