Por mucho que se afirme la condición de Bilbao como un centro cultural consolidado, lo cierto es que esta noción grandilocuente tiene sus grietas y ... sus achaques. Pruebas de ello son no solo la evidente decadencia en la oferta cultural de la última Aste Nagusia o las dificultades de los responsables de ABAO para garantizar la pervivencia de la ópera en Bilbao, sino también la extrema debilidad del mercado del arte en la ciudad o incluso el cada vez más mermado sector galerista vasco. Compárense en estos días, si no, las concurridas y alegres inauguraciones oficiales de las temporadas de galerías en Madrid y Barcelona, con la pasividad pública y social al respecto en Bilbao. Curioso contraste, puesto que Bilbao no solo fue pionera hace ya décadas en la organización de este tipo de inauguraciones al comienzo del otoño, sino que además fue también la primera ciudad española en crear una feria de arte (ARTEDER). Incluso hace ya más de dos años que se abandonó aquella iniciativa público-privada llamada 'Bilbao Art District', organizada en primavera e impulsada por el Ayuntamiento y la Diputación, dejando ahora casi en exclusiva a los museos públicos y a una feria de obra gráfica la promoción del arte y su integración en la vida diaria. Algo inusual en las ciudades que están a la vanguardia de la oferta y el dinamismo cultural, toda vez que las galerías son fundamentales para afianzar la relación entre los artistas y el público, además de necesarias para impulsar el arte emergente y dinamizar la cultura artística.
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Seguramente, la incomprensible fiscalidad que pesa sobre las galerías y el nulo respaldo público al coleccionismo privado explican la disminución exponencial de las galerías en el País Vasco, algo que a su vez ha producido la salida de artistas y la pérdida de su talento creativo. Perder galerías y artistas o dejar que se evapore un coleccionismo tradicional que estuvo siempre vinculado a la ciudad es también otro reflejo de una evidente decadencia cultural.
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Música
Paradojas contemporáneas
Las paradojas de la contemporaneidad explotan en el mundo cultural como una bomba de racimo que dispersa sus contradicciones. Que algunas estrellas luzcan en el Zinemaldia la kufiya palestina y las pegatinas de Gaza antes de almorzar en un restaurante de tres estrellas o de dormir en un hotel de cinco pagado con dinero público es prueba de ello. Y también lo es el conflicto entre el CEO de Spotify, Daniel Ek, y el grupo inglés Massive Attack. Resulta que los músicos de Bristol han exigido que su catálogo abandone Spotify porque Daniel Ek acaba de invertir 600 millones de euros en una startup alemana de IA militar. Pues sí, la súbita conciencia pacifista de los Massive Attack es perfectamente legítima, como también lo es que el CEO de Spotify invierta su dinero donde quiera. Otra cosa son las paradojas de la contemporaneidad, como que Massive Attack no haya dicho ni mú sobre el aumento del gasto en defensa en el Reino Unido o sobre el efecto de ese gasto en la economía, el consumo y también en el gasto doméstico en ocio que nutre los ingresos multimillonarios del grupo.
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RTVE
Un pozo sin fondo
Las televisiones públicas también deben de competir por la audiencia, aunque sea para justificar su financiación pública. Pero esa competencia debe de supeditarse a su misión de servicio público. Porque no vale que una televisión pública sea comercial, encima con cargo a los presupuestos del Estado. Digo esto ya no tanto por la falta en RTVE de una independencia política y de un pluralismo consustanciales al servicio público, como por una descarada orientación comercial que, encima, cada vez demanda más dinero. Hasta tal punto es así, que con unos presupuestos prorrogados al Ente ya no le basta con la asignación vigente desde 2023 (1.193 millones de euros), por lo que va a recibir de la SEPI otros 40 millones más. Competir con la 'pólvora del rey' es lo más fácil, pero su coste es un pozo sin fondo.
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