Urko Olazabal: «Madrid me encanta, pero si me quitan mi playa y mi monte de Muskiz...»
El actor bilbaíno puede ganar su segundo Goya por dar vida en 'Soy Nevenka' al primer político español condenado por acoso
Urko Olazabal (Bilbao, 1978) ha sido ebanista, pastelero, montado escenarios en el BBK Live, rodado cortos en India y Mongolia y ganado un Goya en ... 2022 por bordar al etarra Luis Carrasco en 'Maixabel'. También da clases de interpretación en la escuela Bizie, que dirige en Uribitarte junto a su mujer. El protagonista de 'Soy Nevenka', en la que encarna al alcalde de Ponferrada Ismael Álvarez, el primer político español condenado por acoso sexual, intuye que este 8 de febrero lo tendrá difícil en Granada para arrebatarle el Goya de mejor actor al Eduard Fernández de 'Marco', pero al menos disfrutará de la ciudad durante unos días en compañía de su inseparable Carmen. Sabe que su premio es haber rodado el año pasado tres largometrajes y tres series.
–¿Ha visto 'Marco'?
–Sí, claro. El trabajo de Eduard me parece muy minucioso, es un caramelo para cualquier actor poder trabajar algo de lo que tienes tanto material de archivo en el que basarte, no para hacer una copia, sino para buscar lo que quieres sacar del personaje.
–Todo hace prever que Eduard Fernández ganará el Goya.
–Sí. Nos han nominado a los dos a casi a todo y Eduard se está llevando todos los premios. Me recuerda el año de 'Maixabel'. Luis Tosar hizo un personaje estupendísimo, pero los premios eran para Javier Bardem por 'El buen patrón'. A veces, la vida es injusta. Has preparado un personaje fuerte, pero hay alguien que ha hecho algo más vistoso, o por lo menos que a la crítica le parece más vistoso.
–Va tranquilo a Granada.
–Voy unos días antes con mi mujer para disfrutar de la ciudad, de la gastronomía y de las amistades. Desde que entré al cine estoy conociendo a mucha gente.
–Los contactos son importante para la gente del cine, ¿no? De ahí siempre salen proyectos y trabajos.
–Sí, sobre todo porque conoces a la gente de primera mano y ellos te conocen a ti. Y entonces ven la diferencia que hay entre lo que haces y dices en las entrevistas y quién eres tú realmente.
–¿Se le ha pasado por la cabeza irse a vivir a Madrid?
–Cada vez que llego a Madrid veo tanto caos que lo primero que hago es enviarle una nota de voz a mi mujer: recuérdame que nunca vivamos aquí. A ver, es una ciudad que me encanta, muy acogedora, en la que tengo familia y muchísimos amigos, pero si me quitan mi playa y mi monte de Muskiz... Esa calidad de vida no la he tenido ni en Bilbao. Me levanto a la mañana, desayuno y me voy a correr a la playa. Muchas veces estoy solo y me digo, qué lujo.
–Ahora que ha pasado el tiempo, ¿qué recuerda de aquella noche de los Goya de 2022?
–Lo que me viene a la cabeza es que fue un sueño cumplido que me ha traído mucha felicidad. Y lo inocentes que éramos mi mujer y yo en aquellos saraos, en una alfombra roja que nos quedaba súper grande. Nos veíamos como Paco Martínez Soria en la ciudad.
–Como intrusos.
– Eso no, porque la industria me estaba diciendo: a ver, Urko, te hemos visto, te valoramos y te damos estos premios porque consideramos que te los mereces, es la consecuencia de tu trabajo. Me sentía feliz, muy acogido, pero sí que veía que no tenía las tablas para hacer entrevistas difíciles, en las que hablábamos del terrorismo.
–Tras rodar el año pasado tres películas y tres series, ¿tiene ya la tranquilidad de que ha venido para quedarse o eso un actor nunca lo puede decir?
–Nunca lo puede decir. Este 2025 tengo dos proyectos de largometraje y probablemente una serie. Hay cositas. Y, bueno, está la escuela, no va a faltar el pan en casa. Actores de toda la vida han pasado malas rachas después de años. Pasas de moda y no suena el teléfono.
–¿Tiene tiempo para dar clases?
–Sí, al final compagino todo. Mi mujer, que es una gran gestora y administradora, tanto de la escuela como de mi tiempo, hace posible que pueda dar clases y preparar mis papeles. Incluso tengo tiempo para hacer deporte y disfrutar juntos del tiempo libre.
–Habla mucho de su mujer, están muy unidos.
–Muchísimo, desde que la conozco no me he separado de ella. Estamos 24-7 juntos, hacemos todo juntos. Voy a los rodajes y a los premios con ella, muchas veces me preguntan: ¿dónde está Carmen? Y cuando estoy solo en algún lugar bonito me siento culpable, porque estoy disfrutando y ella no está.
–Una vez me dijo que los alumnos le servían de coach, que eran bastante útiles para su trabajo.
– Sí, egoístamente así es. Al teorizar algo y contárselo voy viendo las necesidades que he tenido en un rodaje. Unas veces tienes que ser más técnico, otras más emocional... Para mí es necesario tenerlo todo muy teorizado para que luego salga natural en el momento oportuno.
–¿Está de moda querer ser actor? Cuando usted empezó era una cosa de cuatro bohemios, pero ahora los padres quieren ver a sus hijos en series.
–Ha cambiado la mentalidad de la gente. Cuando yo le dije a mi madre que quería ser actor, me contestó, sí, sí, vale, muy bien, mientras estés en teatro sé que no vas a estar por ahí haciendo el gamberro. Tampoco les gustó que hiciera Bellas Artes, esperaban que fuera abogado, empresario o médico. Los padres y madres de hoy en día tienen otra mirada. Los niños vienen muy apoyados por sus aitas, en algún caso incluso hasta demasiado. Son como esos padres del fútbol, que les presionan mucho y les dicen que una escena no les ha gustado. Yo les digo que aquí vienen a jugar, no se puede tomar esto tan en serio desde tan pequeños. Es un hobby muy bueno, aprendes de la vida, pero igual no es tu trabajo, porque es muy difícil llegar a ser artista profesional.
–Solo unos pocos lo consiguen.
–Sí. Te va a costar llegar a final de mes, porque tienes que hacer bolos en Andoain y en Basauri, cargar la furgoneta con la escenografía... No pongas todos los huevos en la misma cesta, ten otras alternativas por si acaso. Pero se ve que hay mucha demanda, no damos a basto con la escuela, somos seis profesores y tenemos las instalaciones que tenemos.
–Se les ha quedado pequeña.
–Sí. ¿Pero qué hacemos? ¿Damos un paso a ser más grandes y perdemos este carácter familiar?
–¿Es cierto que necesitó terapia para salir del personaje de Ismael Álvarez?
–Yo a terapia voy comúnmente para ordenar mis pensamientos, cada dos o tres meses paso por la psicóloga. Ismael era un personaje muy alejado a priori de mí, pero me daba mucho miedo encontrar semejanzas. Al final, somos hombres, la herencia machista la tenemos muy latente. El personaje fue atrapándome y no podía apagarlo cuando llegaba a casa, porque me iba con la responsabilidad moral de un señor que nunca ha pedido perdón ni lo pedirá. Mi mujer me decía que me estaba 'alcaldizando', que se me estaba cambiando el carácter. De repente, tenía grandilocuencia y era egoísta y ególatra. Iba por Zamora con el séquito de secundarios y nos habíamos hecho una manada, éramos horribles, unos casposos.
–Nevenka Fernández se quedó en shock cuando le vio caracterizado del personaje.
–Sí. Ella apareció en el rodaje en Zamora y me impactó. Me dije, ostras, esta es la señora a la que yo he hecho esto. Yo tenía eliminada la empatía hacia Nevenka, para no juzgar a mi personaje. Nevenka lo percibió, le costaba hacerse fotos conmigo. Después ya los lazos se fueron acercando.
–Usted ha recibido como casi todos los de su edad una educación machista.
–Claro. No sabía cuál iba a ser mi discurso al hablar de 'Soy Nevenka', porque no dejo de sentirme tremendamente machista como hombre que soy, pero por otro lado quiero acompañar al feminismo. Yo ahora entiendo por qué Nevenka se enrolla con este señor. Sé que es por complacerle, a pesar de que no lo quiere. Me reconozco en muchísimas formas y comportamientos de este señor, y hay que desaprenderlos y además denunciarlos. Mira el trato del juez Carretero en el caso Errejón, volviendo a revictimizar a Elisa Mouliaá. No tengo ni puñetera idea de judicatura, pero me chirría porque me parece el mismo caso de Nevenka. Lo he dicho en alguna entrevista y hay gente contrariada, mujeres que dicen de forma despectiva: 'Otro aliade más'. Qué curioso que en este país, dependiendo de la sensibilidad política que tengas, esté legitimizada o no la voz de la víctima y del que la apoya. Entiendo que a mí, de repente, una mujer feminista no me tenga en consideración y crea que soy uno más que se apunta al carro del feminismo para ganar votos en la carrera al Goya. ¿Cómo no lo voy a entender si Íñigo Errejón nos vendió la moto de tal manera que ahora, cuando ha hecho esto, me llevo las manos a la cabeza? Cómo tienen que estar las mujeres para que desconfíen tanto de los hombres!
–El año y pico que se trató un linfoma fue crucial en su vida.
–Sí, una enfermedad así me enseñó a ver la vida de otra manera, a valorar el aquí y el ahora. Yo me moría de ansiedad y depresión en quella época. Ahora tengo problemas precisamente para enfocar mucho mi futuro, porque no planifico más allá de unas pocas semanas. Si vienen unos amigos míos de Asturias dentro de quince días y tenemos una comida en el txoko y poco más. Yo ahora vivo el día a día, y si hoy me apetece quedarme con un amigo en Bilbao a tomar un par de vinos antes de ir a Muskiz, los tomamos. No me corto porque mañana o pasado tenga que hacer. Me cuido la salud, pero nada más. No me cuido de lo que va a pasar, porque solo se vive una vez. Estamos de paso y hay que disfrutarlo. Salir airoso de una situación así te coloca en otra posición, pisas tierra de otra manera y disfrutas de la amistad, de la familia y vives la vida con otra intensidad.
–¿Todos los oficios que ha tenido le han servido para ser actor?
–Claro. En la escuela les digo a los chavales que aquí van a aprender la técnica para estar ante una cámara, pero el componente emocional se va fabricando con su vida. Si eres un cero a la izquierda o te niegas a ti mismo, las emociones no van a salir. Todas las vivencias que he tenido me han enseñado a no tener miedo a mostrar mis emociones. Aquí puedes pensar que eres pobre, pero de India, Mongolia, Perú o Bolivia vuelves con otra carga en la mochila. Yo les animo a ver mundo, porque cuando vuelvan van a ser mejores actores sin haber dado una sola clase de interpretación.
–No le ha ido nada mal a aquel chaval de Irala que veía pelis de John Wayne.
– Jolín, qué recuerdos. Me alucinaban sus películas. Y las de Burt Lancaster, Gary Cooper, Errol Flynn... Yo me preguntaba dónde se estudiaba para ser actor. De adolescente se me olvidó y después volví a conectar en la uni, cuando mis amigos de audiovisuales me dijeron: Urko, tú que tienes un poquito de chispa, vente aquí y haces de actor. Y me puse a producir cortos.
–Sueña con encarnar algún día a Jorge Oteiza.
–Me cautivó en la universidad, porque me pareció un escultor que no buscaba ninguna fama. Siempre intentó tener grupos creativos y siempre fallaba algo. Tenía muy malas pulgas, era muy cascarrabias. Concebía la vía de la creación a partir del descarte, haces mucho y luego vas quitando, quitando. Oteiza fue un tío noble, sincero y honesto, tan osado como para decir en aquellos años que lo vasco ya no existía, que estábamos latinizados. Es un señor muy extremo a la hora de la expresión, un trabajo minucioso para un actor, como el 'Marco' de Eduard Fernández.
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