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Saturnino García (Bariones de la Vega, León, 1935) tenía 60 años cuando recibió el Goya a actor revelación por 'Justino, un asesino de la tercera ... edad'. Trabajó la tierra como sus ancestros, emigró a Barakaldo con 17 años y dejó de ser obrero metalúrgico para enrolarse en la bohemia del grupo de teatro Akelarre. El primero de sus ciento y pico papeles fue de tabernero en 'Curro Jiménez'. Después vinieron 'El viaje a ninguna parte', 'Acción mutante', 'Todo por la pasta'... El FANT de Honor recompensa la carrera de Saturnino, que vive en un hotel de Soto del Real (Madrid) y al que acabamos de ver en las series ''Los años nuevos', de Rodrigo Sorogoyen, y '30 monedas', de Álex de la Iglesia.
–Su Goya lo tienen sus sobrinos en Mahón. ¿Qué le parecen los premios?
–Son bellos recuerdos. A veces, los premios ayudan a espantar el pesimismo. Y oye, a lo mejor no te diste cuenta pero te salió un trabajo por un premio.
–¿Cómo se siente en Bilbao?
–Cuando vivía en Bilbao no lo reconocía, pero el del Cantábrico es el mejor clima del mundo. Bilbao tiene virtudes y defectos. Los turistas dicen ahora '¡qué bonito está!'. Pues a mí me gustaba el Bilbao de las grúas. Ya se ha perdido el casticismo bilbaíno, que me encantaba. Y el de Madrid, que, como decía Antonio Gala, conquista a sus conquistadores.
–El año pasado le homenajeron en su pueblo, Bariones de la Vega.
–Allí nací y me crié hasta los 17 años. Lo que uno es a los 90 años lo es por culpa de lo que fue de niño. Somos la consecuencia de nuestra infancia. Amo a Bilbao porque me conquistó, pero a Bariones lo amo porque tengo el deber de amarlo, si no sería un mal nacido. Han puesto una placa que me abruma. ¿Una placa yo? Fui uno más, tan gandul y sinvergüenza como los demás. Estuve siete años en la escuela en vez de nueve porque se murió el maestro, no tengo más carrera.
–¿Cómo es la vida a los 90 años?
–Recuerdo haberle oído a Marsillach decir que la vejez era muy aburrida. Acusas los achaques, pero a los 90, igual que a los 40 y los 50, hay que tener interpretación. Todos somos intérpretes, saber interpretar las cosas es la salvación de la vida. Otra cosa es ser actor. En la vida estás aprendiendo hasta el final, y cuando crees que ya sabes todo es cuando reconoces que no sabes nada.
–Poco antes de morir, Concha Velasco me dijo que morirse en el escenario era de una falta de educación tremenda.
–¿Morirse en el trabajo es de mala educación? Los actores no nos jubilamos porque esto no es un trabajo. No importa si sufres fatiga. Lo mismo le sucede a un pintor: Picasso era multimillonario y seguía con los pinceles. Si hasta hacemos cosas gratis... Como dijo Albert Camus, si el trabajo no fuera necesario para vivir se trabajaría igual.
–Hombre, ¿no tiene ganas de dejar de madrugar para acudir a un rodaje?
–Sí, eso es una putada. Pero a lo mejor ruedas una secuencia y al mediodía estás en casa. Y has ganado en una mañana lo que un obrero gana en un mes.
–¿Qué es lo que más le ha gustado de ser actor?
–Lo que me impulsó es querer ser un intelectual, porque fama no había. Quiero decir que soy un intelectual sin cultura, yo quiero saber. Otra cosa es ser culto, el que tiene muchas carreras. Cuando trabajaba en la fábrica veía a los grupos de teatro en las casas regionales y soñaba con declamar versos de Lope de Vega.
–¿Sigue teniendo hambre de cultura?
–Claro. Mi padre era intelectual y era analfabeto. Mi madre leía y escribía, pero mi padre a duras penas aprendió a garabatear 'Amadeo García'...
–¿Qué tal ha andado de vanidad?
– Para un actor puede ser una virtud, no es pecado, porque es una vanidad que no ofende a nadie, expuestos como estamos sobre el escenario. Yo no he tenido muchos motivos para ser vanidoso. Mis muchas fuerzas para mi edad se mantienen gracias a que las limito y las conservo. La vida no me propició en mi niñez nada con el cine y el oficio que mejor conozco es de el agricultor.
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