Llevaba todo el rodaje pensando en esa maldita secuencia. Lo de bailar nunca fue lo suyo. Pero Quentin era más cabezón que nuestro Gargantúa. Así ... que improvisó. Desde entonces, lo siento por Van Gogh, el corte de oreja más legendario es y será el que hace, y celebra, el Señor Rubio. En el instante en que Madsen hace sonar «Stuck in the Middle With You" de Stealers Wheel, quedó claro que estábamos ante una de esos momentos que te regala el cine para que pelees contigo mismo entre quitar la mirada o fijarla ante él. Y lo curioso es que Michael baila bien. En otro esos pasos habría quedado vulgares. En él generan aún más respeto. Nos deja muy claro que es un psicópata de esos que hoy te cortan una oreja y mañana su hermano te vacía su cargador antes de que pruebes la hamburguesa. Estoy en una edad en la que ya voy a más funerales que a bodas. Y eso también vale para gente a la que no conozco, admiro y va palmando. Como suele decirnos una amiga, se está muriendo gente que antes no se moría. Maravillosa reflexión. Porque es, en su naturaleza absurda, lo que nos toca ahora.
La muerte de Madsen ha sido inesperada e inaceptable. Alguien así no debería morirse a los 67 tacos de un puñetero ataque al corazón. Por respeto a sus personajes debería de haber sido, al menos, cayendo por un acantilado en un Chevrolet del 67 y perseguido por la policía. Era lo que se merecían sus impactantes personajes. Esos que interpretaba como nadie, a veces, sin necesidad de abrir su boca. Un simple movimiento de ceja, un mínimo gesto con la boca le bastaban para llenar la pantalla y hacerse con la escena. Michael era uno de esos mal llamados secundarios que, en cuanto se despista el principal, se merienda la película. Y sin embargo tenía sus miedos. Como el que contaba de bailar ante las cámaras. Confesaba que, pese a que le habría encantado hacer de Vincent Vega en «Pulp Fiction», le alivió mucho saber que lo imposibilitaba su agenda laboral. De esa forma evitaba bailar con Umma Thurman en la mítica escena que comparte con quien finalmente hizo el papel, John Travolta. Era tal la pasión de Tarantino por su personaje Vic que lo dejó claro en «Reservoir Dogs» y en «Pulp Fiction». Vic es hermano de Vincent. Incluso hay un rumor por Hollywood que apunta a un viejo y aparcado proyecto de Quentin donde unía a los dos hermanos. Habría sido un éxito. Estoy seguro. Con esos mimbres es imposible hacer un mal cesto. Lo malo es que ya no sabremos la respuesta.
Madsen era uno de esos actores que, al nacer, a su madre le dicen-Señora, ha tenido usted un niño con cara del malo de la peli-. De esos interesantes, ni guapo ni feo, que se podía llevar a quien quisiera, pero prefería inflarse a birras en una autocaravana, donde guardaba katanas. O libros. Poca gente sabe que escribía muy bien. Por eso, hasta afamados directores que odian la improvisación, permitían que Michael metiera sus morcillas. Lo hizo en «Thelma y Luise» como el marido de Susan Sarandon que va aceptando y masticando que su pareja necesita volar. O en «Liberad a Willy», donde su interpretación acompaña de forma sobria las lacrimógenas escenas de la orca y el niño. También como hermano de «Wyatt Earp», quizá porque hay actores a los que les pones un sombrero y parece que duerman con él. Cosa que demostró en «Mullholland Falls» junto a Nolte y compañía. Tampoco debe ser fácil dar la réplica a Pacino en «Donnie Brasco» y salir airoso. Pero lo hizo. Como en otras muchas cintas, y no precisamente tan aplaudidas, donde aportaba ese saber estar ante la cámara como si no estuviera.
Total que no ha sido fruto de una traición de Elle y una mamba negra, sino por un infarto a traición, que le mandó la de la Parca Negra. Pero el resultado es el mismo. Tarantino tenía a bien resucitarlo para, por ejemplo, hacerle parar en medio de la nada y rodeado de otros siete odiosos. Ya no podrá ser. Una pena. Por eso me gustaría tener hoy cerca la oreja del agente Marvin. Para gritarle a ritmo de los Stealers Wheel, aquello de «Que le vaya bonito, señor rubio».
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