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'Gladiator' forma parte de la cultura popular. La mano de Máximo Décimo Meridio acariciando las espigas de trigo a los sones de la épica ... partitura de Hans Zimmer permanece como uno de los momentos icónicos del cine de las últimas décadas. «Fuerza y honor», el lema de los gladiadores antes de saltar a la arena, vuelve a oírse en su secuela veinticinco años después, aunque en la era de Donald Trump haya adquirido connotaciones políticas: emociona por igual a los jugadores del Barça, a los que Guardiola motivaba con un vídeo de la película, que a los incels, los misóginos rabiosos que conciben el mundo como una guerra de géneros.
La tecnología digital insufló nueva vida al cine de romanos en 2000. Permitió asombrarnos con las panorámicas aéreas de Roma y de un Coliseo con miles de espectadores. 'Gladiator' mostró la violencia de los combates como nunca se había visto. Ganó cinco Oscar, convirtió a Russell Crowe en una estrella y propició un fugaz resurgimiento del 'peplum' con títulos como 'Troya' y '300'.
A punto de cumplir 87 años el 30 de noviembre, Ridley Scott está de vuelta ya de todo. Capaz de lo mejor y de lo peor, el autor de dos obras maestras como 'Alien' y 'Blade Runner' se ha gastado 300 millones de dólares en regresar a Roma en una cinta que, digámoslo ya, no es tan buena como su predecesora, pero tampoco es el desastre que algunos críticos han señalado. Una cosa es segura: Paramount estrena este 15 de noviembre la película más taquillera del año.
Ya no están Russell Crowe, Richard Harris ni Oliver Reed. Los nuevos héroes adquieren el rostro de dos grandes actores, que están a punto de ingresar en la lista de grandes estrellas: Paul Mescal y Pedro Pascal, un poco perdidos en el filme. De la primera parte solo reaparecen Connie Nielsen, la madre del prota, y el senador Derek Jacobi. Sin embargo, el que se come la película, el actor que mejor entiende de qué va el circo que ha montado Ridley Scott, es Denzel Washington, carismático villano vestido como una folclórica de vacaciones.
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Como hace veinticinco años, esta es la historia de una venganza que sucede dos décadas después. Hanno (Paul Mescal) es un bravo guerrero numidio (en las costas del actual Magreb) cuya mujer, también guerrera, muere por la flecha del general Acacio (Pedro Pascal). Trasladado a Roma, se convierte en el gladiador estrella y en el catalizador que una ciudad decadente necesita para acabar con la depravada pareja de emperadores que la gobierna, dos hermanos con aire de niños perversos (Joseph Quinn y Fred Hechinger, queriendo hacer olvidar al degenerado Joaquin Phoenix del original). No hacemos spoiler porque lo revela hasta el tráiler: Hanno es Lucio, el hijo de Lucilla, que huía para ponerse a salvo cuando Máximo moría en la arena del Coliseo.
Contemplar 'Gladiator II' con los ojos de la verosimilitud histórica está abocado al desastre. Aparecen unos niños jugando al fútbol, grafitis en inglés, un senador leyendo algo parecido a un periódico y tiburones en una naumaquia, las batallas navales que inició Julio César y en las que el ruedo del Coliseo se llenaba de agua. A diferencia del primer 'Gladiator', los combates adquieren un matiz casi de cine fantástico y resultan mucho más violentos y gore. La lucha contra unos babuínos monstruosos que cantan a efecto digital no está tan conseguida como la aparición de un gladiador a lomos de un rinoceronte, que podría pertenecer a la saga Mad Max.
Todo resulta más sangriento y aparatoso que en el filme original. Tras la orgía de catapultas, flechas y espadazos del deslumbrante ataque naval inicial, Scott concibe la cinta como un culebrón, en el que el espectador solo espera el siguiente show en el Coliseo. Harry Gregson-Williams reemplaza a Hans Zimmer en la banda sonora, aunque conserva el memorable tema central, que empieza a sonar pasada una hora de metraje y ya no cesa hasta el final.
No te aburres en 'Gladiator II', que al espectáculo suma sorprendentes dosis de imaginería kitsch y homoerotismo. La historia de un caudillo a su pesar quizá se pierde al repartir su protagonismo entre tantos personajes y la Roma digital ya no nos sorprende como hace veinticinco años. «Lo que hacemos en esta vida tiene ecos en la eternidad», recuerda otra frase inmortal en las paredes de un Coliseo que, con su 'panem et circenses', era el corazón de las tensiones sociales y políticas de una era más parecida a la actual de lo que nos gustaría.
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