Individualismo libertario
Eastwood ha tenido en el cine durante muchas décadas las mismas cualidades de los grandes músicos de la historia del jazz: el individualismo como expresión ... personal, una capacidad inagotable de improvisación, una enorme libertad creativa y hasta un talento sorprendente para explorar nuevas posibilidades, sin miedo al fracaso. Su cita personal al respecto es clara: «Toda mi vida ha sido una gran improvisación». Es decir, una serie inagotable y espontánea de obras personales como actor o director, construidas sobre una base estructurada de temáticas con relatos nunca excesivamente densos, con héroes algo neuróticos, a veces antihéroes, otras con protagonistas que albergan un fondo de indudable humanidad, en ocasiones con una mezcla divergente entre mensajes edificantes y situaciones con una conclusión políticamente incorrecta y, en muchas más, pasando de la acción y el thriller o del género policiaco al romanticismo evidente o incluso a la comedia.
Seguramente Eastwood no ha tenido nunca la calidad actoral de otros grandes como Brando, Newman, Nicholson, De Niro y Pacino; o siquiera la impronta expresiva de Hoffman, Freeman o Hackman. Pero esa longevidad artística, esa notable perdurabilidad haciendo películas buenas -las más- o malas, le ha convertido no solo en un icono de la cultura popular, sino también en un activo de la memoria del cine que le asimila como singular cowboy del spaghetti western a la tradición de John Wayne y Gary Cooper, como policiaco Dirty Harry a Willis, Gibson o Denzel Washington y como actor otoñal a grandes intérpretes como Bogart, Newman o Nicholson.
Todo ello hace, incluso con su individualismo libertario, a veces radical y de posiciones políticamente rechazables, que Eastwood sea por igual respetado de forma unánime como el gran actor norteamericano o admirado como el gran actor y director del cine global.
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