Crítica de 'Snake Eyes: El origen' (2021): El espejo y la espada

Las cintas sobre artes marciales intentan desesperadamente recuperar la inmensa popularidad lograda hace años, de las que 'Snake Eyes: El origen' es un claro ejemplo. La intriga se sustenta sobre un violento armazón argumental, donde el actor Henry Golding saca brillo al filo de su catana, con el fin de transformarse en el guerrero al que hace alusión el título. Un ninja sujeto a las traiciones propias del caso, quizás en sintonía con ese trasnochado proverbio japonés que dice: «El espejo: el alma de la mujer. La espada: el alma del guerrero». Algo que probablemente hubiera firmado el escritor Yukio Mishima, autor de 'El marino que perdió la gracia del mar'.

En cualquier caso, esta comercialoide cinta cañera está repleta de espectacular acción y escaso contenido, al tiempo que no consigue poner al día un personaje y una estética visual que exigía más talento tras las cámaras. El mismo que atesoraba el castizo cuando afirmaba que: «Si vivimos sin riesgo, triunfamos sin gloria».

Por lo demás, 'Snake Eyes: El origen' repite hasta la saciedad peleas a toda pastilla, en un ejercicio cinematográfico tan voluntarioso como inverosímil, ausente el indispensable maridaje entre lo sublime y lo brutal. Tened en cuenta que en Japón están en la era «Reiwa» (hermosa armonía), comenzada el 1 de mayo de 2019.

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