Ángeles Cruz, premio de Honor de Zinegoak: «Las películas no son mías, sino de toda la comunidad»

Está compuesta por 300 habitantes que están realmente implicados con el trabajo de la premiada, porque su manera de hacer cine es muy diferente a lo que suele ser lo habitual. Lo dice la propia Ángeles Cruz: «El cine es una fiesta entre pares, es colaborativo, y no competencia. Es convivencia. Es invitar a participar». En su caso, eso es un hecho. No reproducen «sistemas de competencias» de otras latitudes, sino que tienen su propia manera de levantar un proyecto, cualquier proyecto. Las personas mayores de edad de la comunidad se reúnen en asamblea, presentan los temas, los dialogan y después votan a mano alzada. El cine no iba a ser menos, así que el mismo proceso se aplica cuando a Cruz se le ocurre una idea para una ficción. La somete a la asamblea. Es «construir la película con la comunidad» de principio a fin. El 80% de sus vecinos y vecinas han participado ya en alguna de sus historias. Y ella siente «libertad sin restricciones» (para hablar de violencia contra las mujeres, abuso infantil, machismo, marginalidad, pobreza y diversidad sexual) al mismo tiempo que una mayor «responsabilidad».

Todas las personas que participan de sus rodajes reciben un pago por su trabajo. Es la única manera de establecer una «relación equitativa» y empezar «a hacer justicia». Pero seguramente lo más importante de esa justicia no reside en la retribución económica, sino en que estas personas por fin se ven reflejadas -ellas, sus vidas, sus relaciones- en la pantalla. Ese y no otro fue el detonante de que Cruz pasara de actuar a dirigir y a escribir. Entre 1994 y 2011 se dedicó a la interpretación -se había formado en el Centro de Educación Artística Miguel Cabrera de Oaxaca y después se licenció en Actuación en la Escuela de Arte Teatral del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura de México-, pero llegó un momento en que sintió que los papeles que le ofrecían eran «una camisa de fuerza». No veía en ellos nada de lo que era su vida: «No me representaban a mí, no veía en ellos ni mi cultura, ni mi gente, ni mis reflexiones». Eran los papeles «racializados y estereotipados» reservados habitualmente a personas de comunidades originarias de México debido a lo «sumamente racista y clasista» que es el país. «Decidí nos eguir aceptándolos».

-¿Hubo un momento decisivo?

-Una persona muy cercana me contó que había sufrido abusos y yo no supe qué decir. No podía dormir. Tenía que escribir algo. Esa fue la semilla de mi primera historia, de mi primer corto.

Desde entonces todos sus cortos, como el largo 'Nudo mixteco', hablan de su comunidad y los hace la comunidad. «No es una película mía, es de toda la comunidad». Y «las preguntas, el diálogo y las respuestas» que propone cada pieza, son una «apertura» para su gente, el pueblo Ñuu Savi, la gente lluvia, tanto como para los espectadores de otros lugares del mundo.