Retratos post mortem, amor sin medida
1839-1980 ·
Muchas familias de Europa y América honraban a sus difuntos delante de las cámaras«Hay mucho amor en las fotos de difuntos. Su única función era fijar en la memoria algo tan importante como el adiós; máxime en ... una época en la que la gente se hacía poquísimas fotos y la relación con la muerte era más cercana», subraya Virginia de la Cruz Lichet (Chartres, 1978), experta a nivel mundial en retratos post mortem. Doctora en Historia del Arte y profesora en la Universidad de Lorraine, su tesis doctoral abrió camino hacia un mundo apasionante y sumamente desconocido. Ella misma no daba crédito cuando, allá por 1998, descubrió los negativos con reportajes de velatorios que atesoraba la colección del reputado fotógrafo gallego Virxilio Viéitez (1930-2008).
Tiró del hilo, amplió el foco y la sorpresa fue todavía mayor: entre 1839 y los años 80 del pasado siglo, hay constancia de imágenes de difuntos de todas las edades captadas por profesionales, fuera y dentro de España, tanto en pueblos como en ciudades. Encontró un filón en Galicia, pero también hizo acopio de material de Cataluña, País Vasco, Andalucía y Valencia, así como de Alemania, Francia, Estados Unidos y países del este. En todas las imágenes, una figura inerte, sola o acompañada, atrapa la atención.
Niños y adultos, hombres y mujeres, a todos se les podía situar delante de la cámara para esa foto postrera. La escenografía se montaba a gusto de las familias que apenas tenían tiempo para reflexionar. En menos de 24 horas había que preparar la escena, de lo contrario el 'rigor mortis' dificultaba la manipulación del cuerpo y podía causar desgarros o fracturas. Nada más contrario a la naturalidad y paz que se buscaba en la puesta en escena.
A veces se llegaba al extremo de presentar al finado con posturas que simulaban la actitud de una persona viva. Se les abría los ojos y se les sentaba con la cabeza apoyada en el hombro de alguien o se les agarraba entre varios para que diera la impresión de estar de pie. Una estética impostada que no tardó en superarse para dar paso a montajes más realistas. A finales del siglo XIX, se les recostaba en la cama o se les colocaba en el féretro, con detalles y colores alegóricos que aportaban información, como las flores y el blanco de la pureza cuando los protagonistas eran bebés o muchachas.
Las estampas más demandadas eran las que incluían a toda la familia como telón de fondo. «Se inmortalizaba a los fallecidos como parte de la comunidad, ese gesto tiene un significado profundo». Mucha gente que no se había podido permitir la foto de boda por falta de dinero sabía que tendría un retrato en el ataúd, porque los hijos y nietos ahorraban para rendirle honores póstumos. Las imágenes terminaban en medallones femeninos, pero también había hombres que portaban fotos post mortem, como aquel padre que llevaba en los gemelos de la camisa las imágenes de sus dos niños, incluida la del que había nacido muerto.
En la actualidad solo se hacen fotos profesionales de difuntos cuando se pone el foco en los recién nacidos. Es una práctica muy extendida en los hospitales de países anglosajones y del norte de Europa, pero nada habitual en España por razones legales y protocolarias. «No nos dejan entrar. Por eso, formamos a matronas para que las hagan de la mejor manera con el móvil, aunque evidentemente también pueden sacarlas los padres», explica la fotógrafa Nerea Garaizar, que colabora con Esku Hutsik, la asociación de duelo gestacional, perinatal y neonatal de Euskadi.
La motivación de los progenitores para atesorar esa imagen de neonato es la misma de antaño. Es la primera y última foto de la criatura. Se hace para recordarla y reivindicar la maternidad y la paternidad, porque demuestra que el bebé existió. En algunas regiones de Brasil, cuando los niños no se han llegado a bautizar, se les deja con los ojos abiertos para que puedan encontrar el camino al cielo. Hay amores que van más allá de la muerte.
En los países anglosajones y norte de Europa se mantiene la fotografía profesional de bebés difuntos en hospitales
La escena de 'Los otros'
Entre los libros de Virginia de la Cruz Lichet, destacan 'Retrato y muerte' y 'Post mortem', publicado hace tres años en edición de lujo junto a Carlos Areces, que aportó 150 fotos de su colección. La pasión por estas imágenes se le disparó al actor madrileño al ver la famosa escena de 'Los otros', de Amenábar, en la que la protagonista (Nicole Kidman) descubre un álbum con muertos que parecen dormidos. A raíz del filme, que obtuvo ocho Goyas en 2001, la bruma y los miasmas de los cementerios ganaron empaque y hasta glamour, pero las investigaciones de Virginia de la Cruz Lichet siguen otros derroteros. De un tiempo a esta parte, está inmersa en el estudio del duelo y la muerte en Colombia, con más de 100.000 desaparecidos, y no cesa de darle vueltas a una reflexión que hizo Freud en tiempos de la Primera Guerra Mundial, cuando los hombres no volvían del frente. «Para afrontar la muerte hay que verla primero y después compartirla. Es necesario el impacto de esa imagen para asimilar la realidad. ¡Lo terrible es la ausencia del cuerpo!».
La certeza del deceso permite seguir adelante y tomar decisiones como volver a casarse o abrir una herencia, «de ahí que las fotos del fallecido se mandaran a los familiares del extranjero». Los retratos post mortem también se hacían llegar a los amigos como un gesto de cortesía. La despedida se visibilizaba sin tapujos, en sintonía con 'El arte del buen morir', un manual del siglo XV, cuando la peste negra campaba por sus respetos y las revueltas populares se contenían a sangre y fuego. Es una guía, escrita por un fraile, que encomienda los últimos momentos de la vida a los seglares y no a los sacerdotes, que escaseaban y no daban abasto.
Tuvo gran éxito en Europa, al recordar que los miedos y angustias, así como los demonios, desaparecen en buena compañía. Una conclusión que inspiró a muchos artistas plásticos que pasaron a centrar la temática del 'memento mori' (recuerda que morirás) en ámbitos domésticos y familiares. Esos cuadros, con los fallecidos rodeados de los suyos, marcaron tendencia y la fotografía más adelante siguió el modelo. Hasta que cambió la sensibilidad de la sociedad y la muerte perdió fotogenia.
15 hijos en el cuadro y seis ya estaban muertos
Antes de la fotografía, los más pudientes encargaban cuadros para inmortalizar a la familia. Así lo hizo, por ejemplo, el pastor luterano y médico sueco Gustaf Fredrik Hjortberg, un discípulo del botánico Linneo que defendía los ideales de la llustración. Creía en el progreso y lloró la muerte temprana de seis de sus quince hijos; por eso, en el retrato familiar de 1772 que se conserva en la iglesia de Släp se observa un fenómeno que Henning Mankell consideraba «la imagen más potente de la tozudez maravillosa de la vida». Se muestra a toda la prole, incluidos los ya fallecidos que se representan agazapados o de espaldas. Para el novelista sueco, es una imagen que combina la fe en la razón -hay un globo terráqueo y muchos libros- con la tragedia inherente al ser humano. «Impacta ver cómo los niños muertos se resisten a desaparecer».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión