París reivindica la singularidad y variedad del arte marginal en una gran exposición
El Grand Palais exhibe 400 obras de artistas autodidactas o con problemas de salud mental. Dubuffet lo llamaba 'art brut'
El Centro Pompidou cerrará el 22 de septiembre, día en que concluirá su última exposición temporal y empezarán unas reformas que durarán hasta 2030. Durante esos cinco años, el prestigioso museo de arte contemporáneo compartirá sus piezas con el Grand Palais, una colaboración que ha empezado desde este verano. Gracias a la amplia colección del Pompidou, el monumental espacio expone 400 obras del 'art brut', también conocido como arte marginal o de los outsiders. Es la muestra más ambiciosa organizada en París sobre este singular estilo artístico, cada vez más en boga.
Jean Dubuffet acuñó en 1949 el concepto de 'art brut'. La palabra brut significa en francés crudo, pero también rústico y sin ornamento. Con ese concepto, el pintor galo se refería «a las obras hechas por personas indemnes a la cultura artística y que prácticamente no recurren al mimetismo». Era un tipo de arte puro y primitivo que contraponía al de «todos esos profesionales intoxicados por la cultura». La aparición de ese concepto se produjo en una época en que los surrealistas ya se habían interesado por el «arte de los locos», y esa nueva corriente quedó asociada a las producciones de creadores poco conocidos, autodidactas y con problemas de salud mental.
Dubuffet fue un gran coleccionista de ese mismo estilo que había bautizado. La mayoría de las piezas que reunió las dio en 1971 a la municipalidad de Lausana (Suiza), donde se encuentra el principal museo en el mundo de esa corriente. No obstante, la exposición del Grand Palais no se basa en las colecciones de Dubuffet, sino de otro gran amante del arte marginal: el cineasta francés Bruno Decharme, de 73 años. En 2021 dio hasta 947 obras al Pompidou -se calcula que poseía más de 3.500-.
La muestra del Grand Palais, que podrá verse hasta el 21 de septiembre, ha sido organizada con 400 de esas piezas, obra de 200 artistas. Entre ellos, hay nombres conocidos como Augustin Lesage, Henry Darger y Aloïse Corbaz y otros que nadie recuerda. A diferencia de Dubuffet, quien se limitó a conservar los trabajos de creadores contemporáneos, en esta colección se pueden ver piezas desde el siglo XVII hasta el presente. Todas ellas, según Ducharme, pertenecieron al arte marginal y sobresalen por su singularidad, carácter transgresor y por romper con lo normativo.
La distribución de las obras en la exposición sigue un criterio temático en lugar de cronológico. Empieza con una sala dedicada a los creadores marginales que pretendían salvar el mundo, aspiración que les servía para corregir una realidad angustiosa. Por ejemplo, el español Anselme Boix Vives, que emigró a Francia con 18 años a principios del siglo XX y pasados los 50 se dedicó a enviar su «plan mundial para la paz» a los líderes de la época, como Charles de Gaulle o John F. Kennedy.
La relevancia de los talleres
Luego aparecen aquellos que aspiraban a inventar su propio lenguaje. Destaca el trabajo del alemán Harald Stoffer, quien se dedicaba a copiar frases, sobreponerlas y escribirlas con distintas ondulaciones. Como resultado final, creó unos lienzos con unos efectos ópticos con reminiscencias al 'optical art'. Algunos de esos marginales se consideraban a sí mismos como una mezcla entre artistas e inventores científicos, mientras que otros admiraban el espiritismo y hallaban su inspiración en visiones del más allá. Sobresale en ese sentido la fecunda obra de la suiza Aloïse Corbaz, a la que ingresaron en un asilo desde su juventud y que pintó a magas y espiritistas con un estilo que recuerda al de Matisse.
Además de la variedad temática, la muestra se interesa por la diversidad geográfica del 'art brut'. En concreto, por las producciones en Japón -rebosan creatividad las estatuillas de cerámica de seres fantásticos con pinchos del japonés Shinichi Sawada-, Cuba y Brasil. También destaca la importancia de los talleres, como La S en Bélgica o La casa de los artistas en Viena, una residencia psiquiátrica reconvertida en un centro de creación libre que David Bowie visitó en busca de inspiración.
La variedad resulta, sin duda, uno de los aspectos relevantes de esta exposición, aunque eso termina siendo un arma de doble filo. Quizás peca de una ambición excesiva y de una distribución algo confusa. Todo ello conlleva que el espectador termine algo saturado con una sucesión de obras tan distintas. Uno de los aspectos a menudo criticados del arte marginal es querer aglutinar a artistas muy diferentes, cuyo único punto en común son las enfermedades mentales. Un rasgo que no genera consenso a la hora de definir una corriente.