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El modisto Cristóbal Balenciaga. E. C.

Muchos tópicos

Sorprende un poco que la siempre discreta vida personal de Cristóbal Balenciaga centre ahora el interés por el maestro a base de tópicos que se ... repiten sin cesar. Es quizás la conclusión ante la coincidencia que estos días recuerda el nombre del mítico modista con una novela de amor, espías o imitadores y alta costura localizada en París; con un biopic en formato de reportaje periodístico que potencia su manido apodo del 'monje español' y hasta con una serie de Disney que abunda en su recurrente misterio y en los amores prohibidos que marcaron su vida.

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Que Cristóbal Balenciaga fuera discreto en su vida personal y en sus amores masculinos no quiere decir que fuera enigmático, misterioso o incluso austero. De hecho, no fue un monje en celda conventual, sino amigo entre otros muchos del matrimonio Maeght, frecuentador de diversos cenáculos parisinos -Dior, Bérard, etc…-, familiar, natural pero mesurado en su identidad sexual, al igual que otros reputados 'couturiers' de su época; irónico, suntuoso y hasta barroco o a veces moderno en sus gustos decorativos, tal y como lo demuestran el elegante estilo de sus casas, su afición por las antigüedades o su colección de obras del pintor abstracto y geométrico Luis Fernández.

Tampoco fue Balenciaga, como afirma el tópico, un misterio para sus clientas, un ser huidizo en la presentación de las colecciones y un ogro para la prensa. El simple estudio de la estructura comercial y productiva de la Alta Costura deshace el tópico -tampoco Dior o Chanel saludaban en sus desfiles- y aclara el protagonismo de las vendedoras con las clientas, la concentración del maestro en su oficio y, por supuesto, su relación con aquellas en la elección de las prendas y en las pruebas finales, según se puede comprobar en su correspondencia con la millonaria Bunny Mellon.

En cuanto a la prensa, su escasa aparición en los medios o las restricciones en el acceso a sus colecciones eran más que otra cosa una estrategia de negocio para protegerse ante la proliferación de copias ilegales, algo que no impidió la estrecha relación de Balenciaga con las reputadas periodistas Carmel Snow (Harper´s Bazaar) y sobre todo Bettina Ballard (Vogue).

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Finalmente, la ficción literaria es libre en la imaginación que hace cualquier autor de su personaje, aunque resulta difícil imaginar un 'plot' de amores y de espionaje industrial sobre los bocetos, todo ello con un protagonismo de costureras españolas en medio del riguroso ambiente de trabajo en la Maison Balenciaga de París, poco después de la Segunda Guerra Mundial, tras el recuerdo que dejó la vigilancia a la que fue sometido el maestro por los nazis en los años de la Ocupación o con la primacía y el oficio de las 'petites mains' francesas en la Alta Costura.

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