ADRIÁN ASTORGANO
Ciencia | Investigación

Los luminosos cerebros de medusa

Estos seres descerebrados tienen algo que nos permite ver los cerebros

Lunes, 11 de julio 2022

El momento en que la imagen de la célula empieza a formarse en la pantalla siempre es emocionante. La habitación a oscuras, la muestra en la pletina del microscopio, y los fotones que empiezan a rebotar. Siempre son hermosas, siempre hay algo nuevo que aprender de observarlas. El público suele pensar que los científicos somos seres de sangre fría, obsesionados con los números y los datos, pero la verdad es que somos tremendamente apasionados. La ciencia tiene mucho de arte y creo que la sublimación que sentimos los científicos al descubrir la belleza de la naturaleza debe ser parecido al éxtasis del artista al producir su obra.

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Para mí esta historia de amor empieza por el cerebro de las medusas. Bueno, en realidad, las medusas no tienen cerebro, solo unas pocas neuronas conectadas que les permiten controlar sus tentáculos. Lo que sí tienen es algo que nos ha permitido ver los cerebros como nunca antes: una proteína bioluminiscente, es decir, que emite luz. Fue descubierta en los años 60 por el científico japonés Osamu Shimomura, quien trabajaba con la medusa de cristal y observó que, al iluminarla con luz ultravioleta, esta emitía luz verde. Luego fue capaz de aislar la proteína que se encargaba de este fenómeno, y así nació la GFP (de las siglas en inglés para proteína fluorescente verde).

La historia podía haber terminado aquí, porque ¿a quién le importan las medusas, verdad? (los lectores notarán aquí cierto tonillo sarcástico). Pero, como en tantas otras ocasiones, la ciencia básica nos abre puertas a mundos que aún desconocemos, y este descubrimiento fue tan portentoso que llevó a Shimomura y a sus colegas a obtener el premio Nobel en 2008.

Primero consiguieron introducir la GFP en un gusano, que también se volvió verde. Luego manipularon genéticamente la GFP para cambiarle el color, de manera que hoy tenemos una gran variedad de proteínas fluorescentes para elegir llamadas cereza, tomate, mandarina y banana por el color de la luz que emiten, e incluso algunas que cambian de color en función de la acidez del medio en el que se encuentren. A partir de ahí se desató la furia creativa y a día de hoy a variedades de la GFP se le han encontrado cientos y puede que miles de aplicaciones: desde la visualización de tipos celulares específicos (incluyendo cerebros arcoíris, en los que cada célula es de un color) hasta la detección de metales contaminantes y la monitorización de la fermentación de alimentos.

Ya ven lo lejos que hemos llegado con las medusas. Desde la biología más básica a la farmacología y la industria. Aunque a mí lo que me sigue fascinando son los cerebros arcoíris.

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