La ciencia salvó a la torre Eiffel
Albergó emisoras de radio, experimentos con la gravedad, mediciones astronómicas o túneles de viento casi desde su inauguración para demostrar que era útil. Gustave Eiffel fue más un empresario avispado que un ingeniero genial
Se levantó para la Exposición Universal de París de 1889 y tenía que haberse desmantelado después, algo la salvó del derribo y la ciencia tuvo ... mucho que ver. Fue el edificio más alto del mundo hasta 1930, cuando la destronó el Chrysler de Nueva York. Y ahí sigue. Símbolo de la capital francesa, la torre Eiffel es hoy más alta que el rascacielos 'art déco' de Manhattan. Las antenas que la coronan la han hecho crecer desde sus 300 metros originales hasta los 325, frente a los 319 inmutables del Chrysler. La película 'Eiffel', de Martin Bourboulon, rememora ahora su construcción a mayor gloria del ingeniero cuyo apellido lleva. ¿Pero fue Gustave Eiffel (1832-1923) un genio, un gran ingeniero o un empresarios avispado?
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«La trascendencia que se le da a Eiffel no es acorde con la realidad. Eiffel debe su popularidad fundamentalmente al éxito de la torre de París y a la estructura interior de la estatua de la Libertad. ¿Fue un buen ingeniero? Sí. Pero, sobre todo, fue un gran empresario, un empresario inteligente y hábil», dice Joaquín Cárcamo, aparejador y miembro de la Asociación Vasca de Patrimonio Industrial y Obra Pública (AVPIOP). Para él, Eiffel era «muy bueno gestionando personas y muy hábil para los negocios».
Nacido en Dijon, Gustave Eiffel se graduó como ingeniero en la Escuela Central París en 1855 y en 1867 fundó Eiffel et Cie. «Ese 'et Cie' alude a Téophile Seyrig, que es su socio pero queda en segundo plano. Cuando construyen el primer gran puente en arco del mundo con una técnica totalmente innovadora, el de María Pía en Oporto, quien hace los cálculos y diseña el modo de montaje es Seyrig, pero la fama se la lleva Eiffel porque la empresa es Eiffel et Cie. Cuando rompe con Seyrig, inmediatamente contrata al franco-suizo Maurice Koechlin, otro de los grandes ingenieros del momento», indica Cárcamo. Eiffel, es «un ingeniero relevante, dentro de un conjunto de profesionales y empresas también relevantes. La de Eiffel era una de las cinco o seis empresas francesas que hacían estructuras metálicas por todo el mundo. También había tres o cuatro belgas, otras tantas inglesas y alemanas... Es una más». Cuando dirige en 1858 la construcción del puente sobre el río Garona en Burdeos, «hablamos del Eiffel ingeniero», pero con el tiempo va delegando proyectos en su empresa.
Se rodea de los mejores, pero estos «siempre quedan en segundo plano». En el 'et Cie'. Así, aunque la iniciativa empresarial de construir la torre parisina es suya, «lo que hay de ingeniería en ella es de Koechlin y lo que hay de arquitectura, de Émile Nouguier». La empresa de Eiffel aplica, en la construcción de la estructura el hierro laminado y los roblones (remaches), dos avances de la industria siderúrgica inglesa de mediados del XIX. El diseño de la estructura interna de la estatua de la Libertad y de la torre le encumbran. «Unidas, esas dos obras hacen que, si hoy buscas en internet obras de Eiffel, te puedas volver loco y encima el 90% de lo que te encuentres sea mentira. La adjudicación a Eiffel de cualquier estructura metálica que tenga roblones es inmediata», advierte Cárcamo. Entre las que indirectamente se le atribuyen, figura el Puente Bizkaia, obra de Alberto de Palacio, de quien suele decirse que fue discípulo del ingeniero francés, aunque no hay ninguna prueba de ello. «No fue así. Pero todo lo que sea metálico y tenga roblones es de Eiffel. Y, si no lo hizo él, es de un discípulo o, en última instancia, lo más socorrido es decir que es de la escuela de Eiffel», ironiza el experto bilbaíno. La única obra eiffeliana que hay en el País Vasco es la estructura metálica de la marquesina de la Estación del Norte de San Sebastián, que sale de sus talleres.
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La ciencia y la torre
Gustave Eiffel fue consciente desde el primer momento de que necesitaba que la torre Eiffel fuera útil para que no evitar su desmantelamiento tras la exposición para la que fue levantada. Sabía también que su descomunal altura -fue hasta la inauguración del edificio Chrysler la estructura más alta levantada por el hombre- era un atractivo que los hombres de ciencia sabrían apreciar. De hecho, no solo difundió las virtudes de su construcción en los ambientes científicos, militares e inginieriles de la época, sino que llegó a financiar algunos de los experimentos y, llegado el caso, los llevó a cabo él mismo.
«Si tuviera que comparar a Gustave Eiffel con alguien contemporáneo, sería Steve Jobs. Alguien que no inventa propiamente nada, pero impulsa proyectos. Es lo mismo que pasa con Edison. Al principio fue un genial inventor, pero luego todas las invenciones que llevarán su nombre no las hará. Eso sí, consigue que se materialicen las cosas. Como hizo Steve Jobs con los desarrollos de Steve Wozniak», indica Miguel Ángel Delgado, comisario de la exposición 'Julio Verne. Los límites de la imaginación', de la Fundación Telefónica.
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Este divulgador científico destaca cómo el ingeniero francés «es hijo de una época muy concreta, la de la fe en el progreso. La propia torre es un canto a los logros científicos y tecnológicos. De hecho, Eiffel hizo grabar en el friso de la torre los nombres de 72 eruditos franceses». Esa lista de científicos, ingenieros e industriales –que incluye a personajes como Ampère, Coulomb y Laplace– desaparece bajo una capa de pintura a principios del siglo XX, pero se recupera en 1986 y 1987.
Sin acabar
Después del escándalo financiero del Canal de Panamá, un episodio de corrupción y sobornos que arruinó a miles de pequeños ahorradores y por el que fue condenado por estafa en 1893, Eiffel se retiró de la vida pública. «A partir de ese momento, se dedica a financiar experimentos científicos en la torre», explica Delgado. La mayoría tuvieron que ver con la telegrafía sin hilos, la radiodifusión y la televisión, pero algunos fueron más allá. «En 1910, Theodor Wulf mide la energía radiante en las partes superior e inferior de la torre. Se encontró en la parte superior un valor mayor que el esperado y eso llevó al descubrimiento de los rayos cósmicos», destaca el autor de 'Yo y la energía' (2011), obra que recoge textos de Nikola Tesla.
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Delgado cree que la oposición de personajes de la cultura como Dumas y Maupassant, que consideran el proyecto de la torre un horror, es una reacción «a la irrupción de la ingeniería en un terreno que los artistas consideraban de su propiedad porque, aunque ya había prodigios de la ingeniería, siempre se disimulaban. La torre es un canto a la ingeniería y al poder que va a llegar a tener esa aplicación práctica de la ciencia. A muchos intelectuales les horrorizaba porque les parecía que estaba sin acabar al dejar a la vista la estructura, lo que normalmente se tapa».
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