De izquierda a derecha, Nora Bengoa, Juan Manuel Encinas, Elena Alberdi y María Victoria Sánchez. Luis Ángel Gómez

Los científicos que 'desmontan' el cerebro en Bizkaia: así se busca la cura para el alzhéimer, el párkinson, la esclerosis y la epilepsia

Entramos al Achucarro Basque Center for Neuroscience, la institución radicada en la UPV donde el cerebro es la materia prima de estudio

Lunes, 16 de septiembre 2024, 01:15

Dicen los neurocientíficos que el cerebro es el órgano más complejo que existe. Hay quien afirma incluso que es la estructura más compleja del universo. ... Los últimos estudios sitúan el número de neuronas en unos 80.000 millones con hasta 3.000 tipos diferentes. «Hay más clases diferentes de neuronas que sumadas todas las del resto del cuerpo. Y a medida que se siga investigando, se encontrarán más», destaca Fernando García Moreno, investigador Ikerbasque del Achucarro Basque Center of Neuroscience. Entre sus muchas particularidades se cuentan que con solo el 2% del peso del cuerpo consume el 20% de su energía y que no siente el dolor. Por eso se pueden hacer operaciones con pacientes despiertos tocando instrumentos. Lo que no está claro todavía es qué hace diferente al cerebro humano del resto de los mamíferos. «Sí, el cerebro humano es más grande y tiene más neuronas y conexiones, pero eso no explica lo que podemos hacer. Desde el punto de vista cualitativo no se ha encontrado nada que lo haga diferente», continúa el científico a unos metros de su laboratorio, donde investiga los cerebros de pollos, geckos -un tipo de lagarto- y ratones.

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Sin embargo, las neuronas tienen unas compañeras no tan conocidas pero igual de importantes, las glías. «Son células que ayudan a las neuronas. Antes se les daba poca importancia, pero es algo que está cambiando. Tanto que se dice que sin los astrocitos -uno de sus tipos-, no se puede vivir», afirma Nora Bengoa Vergniory, especialista en párkinson y alzhéimer del mismo centro. Las glías son precisamente el principal objeto de estudio del centro vasco de neurociencia, que recoge el nombre de Nicolás Achucarro (Bilbao, 1880), científico bilbaíno de principios del siglo XX, colaborador entre otros del doctor Alzheimer y tío del pianista Joaquín Achúcarro.

Nacido de forma oficial el 1 de julio de 2012 en Zamudio, el centro se mudó a su actual sede en el campus de Leioa de la UPV/EHU en 2017. Con 150 trabajadores en plantilla de todas las partes del mundo -«Somos una pequeña ONU», dice Jaime Sagardui, el gerente de la institución desde su creación-, repartidos en 18 equipos de trabajo, ocupa la tercera planta y parte de la segunda de un edificio que alberga también el BC3, el centro vasco especializado en el cambio climático, o Satlantis, la compañía vasca especializada en pequeños satélites espaciales.

En algunos de los varios laboratorios del centro trabajan en penumbra para ver mejor los resultados del microscopio y preservar las muestras. L.A. Gómez

«Estudiamos el papel de la glía en el cerebro sano y el enfermo, y el proceso de envejecimiento», subraya Sagardui. «Para estudiar las enfermedades, hacemos ingeniería inversa de la naturaleza. Es como si Samsung y Apple cogen un teléfono móvil de la competencia y lo desmontan para conocer sus partes». Entre esas enfermedades están el alzhéimer, el párkinson, la esclerosis múltiple y la epilepsia. Cuatro expertos del Achucarro nos cuentan los últimos avances sobre estas patologías y cómo las abordan en sus laboratorios. Todas ellas tienen en común su gran complejidad al ser «multicausales», a lo que se añade que no es posible biopsiar un cerebro de un paciente vivo como sí se puede hacer en el cáncer. «Sabemos mucho sobre ellas pero no lo más importante: por qué se producen y cómo se curan». Confían en que la irrupción de la Inteligencia Artificial les ayude en su tarea.

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  1. PÁRKINSON

    No solo un tembleque incontrolable

El párkinson fue descrito en 1817 por el doctor James Parkinson. La visión clásica de esta enfermedad la describe como la consecuencia de la formación de unas placas llamadas cuerpos de Lewy en la sustancia negra, una parte del cerebro que se ocupa entre otras de las funciones motoras del organismo. «Estamos empezando a distinguir entre enfermedad de párkinson y parkinsonismo. Dentro de este hay muchas patologías. Es algo parecido al cáncer, que en realidad son muchas enfermedades diferentes. Por ejemplo, sabemos que los cuerpos de Lewy se encuentran en otras partes del cerebro e incluso en el sistema digestivo. Hay mucha investigación que sugiere que el párkinson empieza en el intestino», asegura la investigadora Ikerbasque Nora Bengoa Vergniory (Bilbao, 1985).

Nora Bengoa Vergniory Luis Ángel Gómez

Como ocurre con el alzhéimer u otras patologías que afectan a este órgano, uno de los grandes retos es detectarlas cuanto antes. Por eso el santo grial de los científicos son los biomarcadores, encontrar rastros de la enfermedad en un simple análisis de sangre. En el caso del párkinson, sus síntomas iniciales pueden ser alteración del sueño, estreñimiento, pérdida del olfato, depresión… Ninguno de ellos suele asociarse directamente a este mal, lo que desemboca en diagnósticos muy tardíos. «Nos centramos en estudiar la agregación proteica y la respuesta glial, cómo una puede llevar a la otra, cómo podemos modularlas y cómo potencialmente podemos mejorar el pronóstico de los pacientes». La agregación proteica ocurre porque «por una serie de razones, las proteínas se vuelven pegajosas y forman una especie de grumos –los mencionados cuerpos de Lewy– que son como una especie de mochila para la célula e impiden que hagan su función. Y la respuesta glial se produce porque estas intentan ayudar pero esa ayuda a veces acaba siendo tóxica».

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  1. ALZHÉIMER

    El debate abierto sobre los fármacos y su coste

Fue en 1906 cuando el médico alemán Alois Alzheimer describió la enfermedad que lleva su apellido. La principal característica de esta patología es la formación de unas placas grumosas de una proteína llamada amiloide –en realidad es un conglomerado de esta y otras muchas sustancias– que impide la comunicación entre las neuronas y provoca los conocidos fallos de memoria y otros daños neurológicos. Pese al tiempo transcurrido desde entonces, no existe cura alguna. Los tratamientos se dividen básicamente entre los que se centran en conservar intactas las células que todavía no se han visto afectadas –los más conocidos son los llamados inhibidores de la colinesterasa, caso de los parches de rivastigmina, que buscan retrasar el deterioro cognitivo– y los que tratan de eliminar del cerebro la mencionada amiloide.

Elena Alberdi Alfonso. L. A. Gómez

«Existe una fuerte discusión sobre el último medicamento aprobado en Estados Unidos, el Lecanemab. Hay controversia porque en Europa no se ha aprobado. Vamos a tener dos tipos de pacientes, los que van a recibir este tipo de fármacos y los que no», enfatiza Elena Alberdi Alfonso (Irún, 1966), profesora del Departamento de Neurociencias en la Facultad de Medicina y Enfermería de la UPV. A ello se añade que su coste –entre 40.000 y 60.000 dólares al año– y la logística del tratamiento, ya que se administra por vía intravenosa cada dos semanas y se necesitan «sillones especiales, pruebas de imagen, personal sanitario…». «Lo que tratamos de lograr aquí es salvar a las glías del daño que sufren y estudiamos también la mielina», explica la experta. La mielina es la sustancia que recubre los 'cables' del cerebro. «Con el avance de la enfermedad, el cerebro pierde mielina. Pero sabemos que ya en los momentos iniciales tiene una plasticidad aberrante».

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  1. Esclerosis múltiple

    La enfermedad 'joven' de las mil caras

La esclerosis múltiple es conocida como la 'enfermedad de las mil caras' porque cada paciente es un mundo y puede tener síntomas muy diferentes, unos visibles, como los problemas de movilidad o las dificultades para hablar, pero otros no, como una fatiga extrema frente a la que no sirve el descanso, los problemas de memoria, la visión borrosa o doble, las dificultades para concentrarse o la incontinencia urinaria.

María Victoria Sánchez. L. A. Gómez

«Es la enfermedad neurodegenerativa que más afecta a personas de entre 20 y 40 años. Se ha disparado en las dos últimas décadas y no se sabe por qué. Quizás por el estrés, que se cree que tiene relación con las enfermedades autoinmunes porque activan al sistema de defensas del cuerpo», apunta María Victoria Sánchez (La Rioja, 1964), profesora, como Alberdi, del Departamento de Neurociencias en la Facultad de Medicina y Enfermería de la Universidad del País Vasco.

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Lo que ocurre en esta enfermedad es que las defensas del cuerpo atacan la mielina, clave para el normal funcionamiento del cerebro. Su trabajo se centra en los «oligodendrocitos, un tipo de células glía que se encargan de formar la mielina; y la remielinización, la creación de más mielina. Tratamos de saber por qué se daña esta para evitarlo y una vez dañado, promover la generación de más cantidades de este recubrimiento. Se ha demostrado en animales que un fármaco antiespasmódico llamado baclofen lo logra», resume la investigadora, que lleva 30 años investigando una enfermedad que a menudo se confunde con la esclerosis lateral amiotrófica (ELA). A diferencia de esta, en la que los enfermos tienen una esperanza de vida de entre tres y cinco años tras el diagnóstico, los enfermos de esclerosis pueden vivir décadas.

  1. Epilepsia

    La orquesta que siempre está tocando

«Se cree que cuando una persona sufre un ataque epiléptico, lo pasa mal durante los dos minutos que sufre el ataque y ya está. Pero no es así. Tienen depresiones, no pueden conducir, no pueden trabajar, problemas de memoria que hacen que lo que a una persona normal le lleva media hora aprender a ellos les cueste horas…», enfatiza Juan Manuel Encinas Pérez (Madrid, 1976). Para explicar lo que le sucede al cerebro durante un ataque epiléptico, el investigador Ikerbasque recurre a una comparación con una orquesta. «El cerebro es como una orquesta enorme con varios directores donde cada parte toca su melodía. De repente, todos empiezan a tocar la misma nota de forma repetitiva y obsesiva. Este exceso de actividad hace que muchas de ellas mueran».

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Juan Manuel Encinas Pérez. L. A. Gómez

El problema no es solo que mueran, sino que tanto estas como el resto «liberan sustancias que disparan una respuesta neuroinflamatoria, lo que a su vez contribuye a que haya más crisis que hacen que el cerebro sea epiléptico de forma crónica. Es un círculo vicioso que a fecha de hoy no se sabe por qué ocurre –en ocasiones son causas genéticas, un golpe en la cabeza, una infección…– ni tiene cura».

Existen fármacos para controlar los ataques, pero no son efectivos en un tercio de los pacientes -la cifra es muy elevada si se tienen en cuenta los millones de personas que sufren estos ataques a nivel mundial– y además inhiben la actividad cerebral, «zoombifican a los pacientes». También hay intervenciones quirúrgicas en las que se retira la parte del cerebro afectada.

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Unas de las áreas en las que trabajan en el centro es el síndrome de Dravet, un tipo de epilepsia rara que afecta a bebés de tres y cuatro meses. «Es un tipo de epilepsia con una mortalidad muy alta y es refractaria, es decir, no responde a los fármacos».

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