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Danny Boyle sostiene uno de los Oscar que se llevó por 'Slumdog Millionaire'.
Danny Boyle, retrato del cineasta grandilocuente

Danny Boyle, retrato del cineasta grandilocuente

El director de Manchester cruza al lado oscuro de la industria con su silueta del creador de Apple, mientras mantiene el mantra de la segunda entrega de ‘Trainspotting’

Guillermo Balbona

Miércoles, 30 de diciembre 2015, 11:24

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Hay siempre un rictus excesivo, un rizo de locura en las historias en trance de este cineasta que construye su filmografía a tumba abierta. Marcado por ese Trainspotting de droga y psicodelia de barrio que abrió sus fauces cinematográficas, el director de Manchester se mueve entre una jerga de viaje fantástico y un delirio obsesivo, entre lo extremo y el estilo como un territorio hipnótico. El cineasta de origen irlandés, que pudo convertirse en sacerdote, encauzó su fascinación juvenil por Apocalypse Now en creaciones de aventura y psicología.

Danny Boyle ha mostrado una fe inquebrantable en un cine exento de superhéroes y ajeno a las franquicias, venerando algunos imposibles musicales. David Bowie le ha dicho ya tres veces que no a sus casi siempre desmesuradas pretensiones. Pero Boyle solo le reza a la puesta en escena como si la vida fuese la persecución de una fantasía montada por un cineasta mayor invisible e inasible. Antes, no obstante, el director británico (Radcliffe, 1956) se había sumergido en la liturgia católica y a punto estuvo de consumar su salto de monaguillo a seminarista y sacerdote. Pero algunos consejos de adolescencia, según ha confesado, y el evangelio del teatro dieron un giro a su biografía. No por casualidad años después eligió la pintura de Goya como eje vertebrador de uno de sus filmes, Trance: esa mezcla de intensidad psicológica, de fuerza interior en expansión, de búsqueda a veces pirotécnica, otras simbólica, que subyace en una marejada de sueños, pesadillas y jubilosas explosiones de energía destilada en muchas de sus películas.

«El cine tiene que ser ese familiar loco al que no quieres que los niños conozcan», dijo en una ocasión este practicante de la escena que llegó a participar en la Royal Shakespeare Company tras su paso por el Royal Court Theatre. Admirador de ese espíritu airado, efervescente del legado de la nueva ola británica, su formación de director se forjó en producciones televisivas durante los ochenta coronadas por una teleserie Mr. Wroes Virgins', fechada en 1993, hasta firmar su ópera prima dos años después, Tumba Abierta (Shallow Grave) (1995), una mezcla de thriller y comedia escrita por John Hodge y protagonizada por uno de su actores fetiche, Ewan McGregor.

Filmografía escapista

Padre de dos hijos con Gail Stevens, expareja de la actriz Rosario Dawson, el director que no ha dejado de conectar con el público, procura mantener una cierta aureola de independencia frente al ruido de la gran industria. Boyle continúa estigmatizado por el éxito de Trainspotting. Más que una película, su éxito global y su condición de fenómeno social, especialmente entre los espectadores jóvenes, ha marcado una filmografía escapista: la búsqueda constante de un rupturismo, entre el impacto y la vuelta de tuerca de los géneros.

«Hasta el paraíso necesita reformas». La frase se puede escuchar en La playa, otra de esas incursiones viajeras, abrumadoras y viscerales de este polémico cineasta al que le gusta la metáfora del dj para girar el mundo y mostrar sus pistas en carne viva como un viejo vinilo.

Anticonvencional, más que rupturista, agitador pero menos, Danny Boyle declinó convertirse en sir por sus servicios al país, porque quiere seguir siendo «un hombre del pueblo». Epatante y grandilocuente, siempre juguetón, el director de Slumdog Millionaire rechazaba la propuesta de convertirse en caballero de la reina con tanto ímpetu como se ponía al frente de la gala de inauguración de la Juegos Olímpicos de Londres para propiciar el encuentro entre James Bond (Daniel Craig) y la reina Isabel II, y dejar una rúbrica impresionante de amor al cine, de escritura y devoción en una ceremonia de película. Fastuoso, virtuoso, exagerado, su visión es a veces una pirueta audiovisual, casi siempre el fruto de una puesta en escena genuina, la retórica abrumadora de una grandilocuente apelación al asombro. El punk y lo generacional, la velocidad y el vértigo, el travelling y el montaje son factores del ADN de un creador que elude (hasta ahora?) las apuestas y tentaciones afiladas del mainstream, que se mueve con soltura entre cierta rebeldía y populismo y que ha mantenido su querencia por exprimir la radicalidad dentro de un poso convencional.

En su trayectoria asoman de manera dominante los retratos de hombres adentrándose en la naturaleza y en su propia identidad, revelando su perfil salvaje, primario o primitivo, en colisión con el azar, el destino o con sus propios límites. Alexander Nathan Etel, Leonardo DiCaprio, Ewan McGregor, Robert Carlyle, Cillian Murphy, Dev Patel, o James Franco se antojan los alter ego de una personalidad ansiosa, en permanente búsqueda, en construcción.

Proyectos sin límite

Danny Boyle, que rechazó viajar a las cumbres de la galaxia mediática para dirigir Alien 4, alterna una opción, a veces impostura, sustentada en un equilibrio entre los pequeños presupuestos y un retorcimiento de los géneros. El fantasma del dinero y la suerte cruzan sus filmes arrastrando los grilletes que en el fondo impiden volar el sueño de la libertad. En ese ecosistema de la diferencia se mueve el magma de un cineasta que agita la violencia, lo descarnado, la crudeza y el humor negro como un tango visual al ritmo de Underworld. El cineasta busca aún que esa triada, fuerte, ácida y tóxica, de Trainspotting, a la que el chovinismo del British Film Institute designó como una de las 10 mejores películas de todos los tiempos, empape sus proyectos sin límite.

Ahora, sin embargo, el director y productor, que ha vuelto a las entrañas televisivas con Babylon, ha cruzado -una decena de películas después de su debut- al lado oscuro con el biopic del fundador de Apple con dos disparos sonoros pero inciertos, la interpretación de Michael Fassbender y el guión de Aaron Sorkin. Y ya se verá si el tintinear de los previsibles premios sustituye a la sintonía que más le hubierse gustado escuchar: las canciones de David Bowie, una historia de Frank Cotrell Boyce ('24 Hour Party People') y su batuta para ordenar su ansiado y aplazado musical.

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