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El sueño de Saidou, el diseñador de moda que ha abierto una tienda taller en Santutxu
Este senegalés de 40 años dejó a su familia en Francia y trabajó de albañil en Bilbao antes de cumplir su ilusión de vivir de la moda. Tras formarse con el modisto Javier Barroeta y encargarse de los arreglos de tiendas como Benetton y Custo Barcelona, acaba de abrir su propio negocio
Saidou enciende cada día a las diez de la mañana las luces de su tienda taller de Santutxu. Antes de ponerse a trabajar, se cuelga del cuello un alfiletero de telas africanas que él mismo confeccionó para tener los alfileres siempre a mano. Un saquito de colores que lleva junto al collar de cuero con una piedra amatista que nunca se quita y que se compró en una feria de artesanía del parque Etxebarria. Dice que le protege y le trae suerte, pero lo suyo ha sido esfuerzo, mucho esfuerzo. Nació en Senegal hace 40 años y perdió a su padre cuando era muy pequeño. Entre los recuerdos de su infancia, siempre regresan a su mente aquellos días en los que acompañaba a sus padres a las tiendas de costura donde le hacían la ropa. Por aquel entonces, no le gustaba dibujar y tampoco soñaba con ser diseñador, pero ya llevaba dentro el amor por saber cosas y sus ganas de aprender. Descubrió más adelante que quería ser creador de moda, como a él mismo le gusta denominarse, porque no solo dibuja bocetos sobre el papel, sino que da forma a diseños coloridos y alegres que beben de sus raíces. «Aunque lleve en Europa más de 20 años, yo vengo de África y plasmo mi identidad en todo lo que hago», asegura.
Su taller se ubica desde hace seis años en este local, en el número 5 de la calle Luis Luciano Bonaparte, pero hasta el pasado verano nadie sabía que él estaba allí trabajando en la sombra, en silencio, concentrado con su máquina de coser. En este espacio, que hoy ha reformado y abierto al público, Saidou se encargaba de hacer los arreglos de ropa de las tiendas repartidas por Bizkaia de empresas como Benetton y Custo Barcelona. Pero él soñaba con tener su propia tienda, donde las clientas pudiesen probarse sus creaciones. En mayo decidió subir las cortinas que cubrían el escaparate y dejar que la luz iluminase los maniquíes, vestidos con sus propios diseños. «No podía seguir encerrado aquí, he estado muchos años escondido. La gente me decía que si estaba loco por abrir en tiempos de coronavirus, pero yo sentía que había llegado el momento, ya tenía el material necesario y me había preparado lo suficiente».
Saidou siempre tuvo interés por estudiar y gracias a su tío, que era militar de la Armada francesa, pudo optar a un futuro de oportunidades. Cuando tenía doce años, este le acogió en su casa, en la ciudad francesa de Tours, al igual que a sus tres hermanos, a quienes también crió como si fuesen sus hijos. En el colegio Saidou destacó como estudiante y ya en la universidad empezó Bellas Artes, pero lo dejó en el segundo curso. «No me gustaba, yo quería ser creador de moda». Decidió entonces matricularse en Geometría plana, carrera que sí terminó y que le permitió hacer sus primeras prácticas en una empresa de moda.
Pero él era un joven curioso y entusiasta que tenía ganas de colgarse la mochila y ver mundo. Recorrió Holanda, Bélgica y Alemania antes de emprender el viaje definitivo. A finales de 2005, cogió un tren con dos amigos rumbo a España, con la intención de pasar unos días de turismo. Recalaron en Sevilla y fueron subiendo hasta llegar a Euskadi. Sus colegas regresaron a Francia, pero Saidou tomó la decisión de quedarse, sin saber entonces que estaba un poco más cerca de alcanzar su sueño. En Bilbao conoció a Juma, un senegalés que se convertiría en su «hermano mayor», en «el pilar» de su nueva vida. «Me acogió en su casa durante meses sin pedirme nada a cambio, si no hubiese sido por él, hoy no estaría aquí», cuenta emocionado.
Primero trabajó como albañil, porque «necesitaba sobrevivir». Pero, al poco tiempo, en una tienda de arreglos de la calle Rodríguez Arias le dieron la oportunidad de desarrollar su gran pasión. «Fueron dos años haciendo bocetos, patrones, cosiendo... aprendí mucho». Conocimientos que puso en práctica en su siguiente parada: una céntrica tienda de vestidos de novia e invitada a medida donde trabajó un año como costurero. «Yo no quería estancarme, quería seguir aprendiendo». Se matriculó entonces en el centro Nicolás Larburu de Barakaldo, donde cursó el Grado Superior de Patronaje Industrial. «Tuve que dejarlo cuando solo me quedaba medio curso porque necesitaba dinero y ponerme a trabajar». Se compró una máquina de coser y se ofreció por las tiendas de moda de Bizkaia para encargarse de los arreglos. Unas cuantas lo contrataron y su casa se le acabó quedando pequeña. Se trasladó entonces a su taller de Santutxu, llamado hoy L' Atelier, pero no cesó en sus ganas de aprender. Quería hacer vestidos de novia y se presentó en la Escuela de Alta Costura de Javier Barroeta para que el modisto le enseñase. «Fue un curso donde aprendí varias técnicas. Javier me prometió que todo lo que sabía me lo iba a contar. Siempre me decía 'tú puedes hacer más' y me sacó lo que yo mismo no sabía sacarme».
«Cuanto más curro tengo, más contento estoy»
La tienda de Saidou simboliza un sueño cumplido y el duro camino que ha tenido que recorrer hasta alcanzarlo. Por eso, aunque baje la persiana al mediodía o a la noche, él se queda allí a seguir trabajando. «Cuanto más curro tengo, más contento estoy. Me gusta la caña». Junto al probador hay un microondas donde se calienta los 'tuppers' que suele llevarse y, al lado, destaca su inseparable bajo. Lo suele tocar por las noches, cuando termina su jornada laboral, antes de ir a entrenar al polideportivo de Txurdinaga. «La música me ha salvado en muchos momentos de mi vida, con la música se me olvida todo». El sonido del traqueteo de sus cinco máquinas de coser contrasta con el silencio que envuelve el lugar cada vez que Saidou echa mano de uno de los libros que tiene apilados en una mesa. Ahora está leyendo 'Dime quién soy', de Julia Navarro: «Llevo un montón de años sin ver la tele, la lectura me hace sentir bien, en los libros está todo».
«El apoyo de los vecinos ha sido mi motivación»
«Te traigo este pantalón para estrechar, porque yo con estos campanos no me veo», le dice Crestencia, que acaba de entrar en la tienda. Unos minutos después, llega otra clienta a recoger un pantalón al que Saidou ha acortado el bajo: «¿No lo has terminado? No te preocupes, me paso a la tarde, que ahora me marcho corriendo al hospital». Y al rato entra otra vecina para preguntarle si tiene cambios. Saidou se emociona al hablar de la gran acogida que ha tenido su proyecto por parte de los vecinos. «Cuando abrí, todo el barrio se pasó por aquí para decirme: '¡qué bien lo has puesto!', '¡qué alegría das a la calle!' Esa ha sido la fuente más grande de motivación y ánimo que he tenido», cuenta con los ojos vidriosos.
Una colección de vestidos de novia
Pese a que se le amontonan los arreglos, la ilusión de Saidou es dejarlos algún día para dedicarse únicamente a crear. De su anterior colección de 'prêt á porter', solo le queda por vender un vestido de seda con escote asimétrico y estampado tropical que tiene expuesto en su tienda. «Nos hemos acostumbrado a vestir todos igual, nos cuesta arriesgar, pero cada vez viene más gente a que le haga la ropa», cuenta orgulloso. Hoy trabaja en su nueva colección para primavera-verano y en una línea de vestidos de novia. «Durante el confinamiento, mi exmujer, que es médica, tuvo mucho trabajo. Yo cuidaba de nuestro hijo y cuando ella volvía a casa, me encerraba en el taller para hacer batas para el personal sanitario de Osakidetza, pero también saqué tiempo para confeccionar vestidos de novia».
El tío de Saidou hubiese preferido que su sobrino hubiese sido médico o arquitecto -«como cualquier padre»-, pero hoy estaría orgulloso de ver sus logros. «Mi próximo objetivo es dar aquí clases de costura y patronaje, porque me lo pide mucha gente. Esta tienda ha traído muchas cosas buenas a mi vida, son muchas emociones, del esfuerzo, del sueño... todo son alegrías», cuenta sin poder reprimir las lágrimas. Como le ocurría a él de pequeño, a su hijo, de ocho años, tampoco le gusta dibujar, pero algunos sábados acompaña en la tienda a su padre, que le enseña el oficio. «Nunca está de más saber cosas». Lo dice un creador de moda que solo quiere que Ibai de mayor sea feliz trabajando en aquello que le guste. Él cumplió su sueño gracias a que nunca perdió las ganas de aprender. Y gracias a que la protección que recibe de la piedra amatista que cuelga de su cuello, nunca será tan poderosa como la ayuda que le brindó su tío. Su amigo Juma. La madre de su hijo. Y todas esas personas que aprecian su trabajo y le dan ánimos para seguir adelante.