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Siguiendo su espíritu aventurero, Leyre Arin inició en 2017 su último viaje antes de asentarse de nuevo en Portugalete, su municipio de origen. «Cuando terminé la carrera estuve danzando por Barcelona, Berlín y Finlandia», explica esta joven de 32 años. Venciendo los prejuicios del país, decidió que México fuera el destino donde se uniría a un proyecto audiovisual con la comunidad Hñähñu en el estado de Querétaro. De forma irremediable, su estancia de seis meses se alargó hasta casi los dos años. Esta etapa le sirvió para enamorarse de la república y de un chilango (joven nacido en Ciudad de México). «Es un país vibrante, tierno, salvaje y especial. El cineasta Buñuel decía que no le gustaba ir porque era más surrealista que él. Yo tuve esa sensación todo el rato», señala. Durante aquel periodo, no dejó de maravillarse y aprender los saberes ancestrales de su cultura. Cuando regresó a Bilbao, ciudad en la que reside actualmente, sintió el impulso por trasladar la tradición de las mujeres artesanas de México a este lado del charco. De esta manera, fundó en mayo del año pasado LËËLAWEI, una firma de moda y accesorios que nace como una historia de amor a la cultura de los pueblos indígenas.
«Quería que mi proyecto tuviera impactos positivos», asegura esta licenciada en Comunicación Audiovisual. En concreto, su misión es mostrar la belleza y diversidad de la tradición textil y artesana mexicana ofreciendo alternativas de moda más sostenibles que empoderen a las comunidades. «Honramos las manos artesanas que preservan la memoria de técnicas centenarias y celebramos su identidad. Creemos que la moda es algo más que estética, para nosotros es una historia que debe ser contada desde sus orígenes», incide. Además, la firma se inclina por una producción local, sin prisa, y el pago justo. Detrás de sus piezas, que se elaboran en Oaxaca, se esconde un trabajo manual que las hacen «únicas, imperfectas y reales».
En la página web, lanzada el pasado mes de octubre, se pueden encontrar productos que nos permiten cruzar el charco en un abrir y cerrar de ojos. Es el caso de los 'huipiles', los vestidos que todavía usan las mujeres en las comunidades nativas. Se trata de una prenda elaborada con mucho mimo usando técnica del telar de cintura. «Ver cómo los hacen es impresionante. No se borda, sino que sacan un vestido de dónde no había nada», explica. En este artículo, se puede apreciar el gran talento de los artesanos, ya que usan una gran variedad de técnicas, brocados y bordados. De hecho, para muchos son considerados una verdadera obra de arte: «Sus estampados representan la flora y fauna de la comunidad. Cada pieza es única y refleja tanto la esencia de su creadora como la cosmovisión del pueblo del que procede». El proceso de producción de una única pieza puede superar los 3 meses. En concreto, los modelos que ofrece Leyre provienen de la comunidad San Juan del Colorado.
También nos acerca una amplia variedad de cestas y tenates (que tienen tapa) trenzados con palma. «Antiguamente, en ellos se guardaban los granos y la comida. Todavía están muy presentes en el entorno rural», puntualiza. Hoy, estos complementos decorativos aportan a nuestros hogares un carácter único. «Yo los tengo por todas partes, en el baño; en el salón, donde meto las mantas...», cuenta. Sus piezas están elaboradas por las manos de Isabel Hernández, una maestra que prorroga la técnica que le enseñó su madre. «La conocí durante mi estancia en México, le compré mucho y desde entonces hemos estado en contacto. El pasado verano, cuando puse en marcha el proyecto, pude volver a México, verla y comprarle más cestas», cuenta. Un viaje que también aprovechó para hacerse con bolsos de lana confeccionados en telar de pedal por artesanas de Teotitlán del Valle, en Oaxaca.
Pero el proyecto no solo abraza la artesanía de México. La firma tiene un espacio privilegiado para las capotas que confecciona la madre de Leyre, Ana Muñoz, en Portugalete. «Como los vestidos que vendo no son muy apropiados para el invierno, le propuse que hiciera unas capotas. Sabe tejer muy bien, cada año me suele hacer diferentes prendas», explica. La emprendedora propone dos diseños: la balaclava de punto y el gorrito 'Trini', que se puede anudar debajo de la barbilla. «Lo bauticé en honor a mi abuelita materna, la gran maestra tejedora de la familia», explica. Los diseños, que están elaborados en hilo 100% acrílico y por eso no pican, cuestan 50 euros.
Que los artículos iban a tener éxito se lo podía esperar. «No tienen nada que ver con las imitaciones que se ven en las tiendas 'low-cost'», asegura. Lo que no se imaginó es que su primer pedido iba a venir del otro lado desde América, concretamente desde Los Ángeles. «Es curioso porque la joven estaba físicamente más cerca de México que yo. Pero me explicó que le gustaba apoyar a pequeños proyectos liderados por mujeres», cuenta. En nuestro territorio, los artículos que acerca Leyre se han convertido en objeto de deseo entre los conocidos y amigos de la vizcaína. «Están descubriendo el valor de la artesanía». Entre las piezas que vende la emprendedora en invierno, cuyo precio va de los 45 a los 350 euros, las cestas y los tenates se han alzado como el producto estrella. «Los han comprado muchos hombres para sus madres», señala.
Actualmente, Leyre compagina la firma de moda y accesorios con un trabajo a tiempo parcial como dependienta en un comercio, pero sueña con poder dedicarse exclusivamente a LËËLAWEI. Sus modestos inicios con su pequeña empresa en el sector le están proporcionando una valiosa lección de aprendizaje. «Poco a poco estoy descubriendo cómo hay que hacer las cosas. Eso sí, no tengo planes, voy improvisando», cuenta entre risas. Y la moda, por muy lenta que sea, no para. Ya tiene entre manos la colección de primavera que ha diseñado junto a las artesanas de México. «Estas mujeres trabajan en el campo y elaboran los productos para ayudar a su familia. A mí me gustaría que tuvieran un sustento fijo», asegura. También planea poder ofrecer sus artículos en alguna tienda local o sumarse a una 'pop-up' que se celebre en El Gran Bilbao. «Poder contarles a los visitantes en persona la historia de los artículos, cómo están hechos y por quién sería maravilloso», añade.
Las capotas de su madre ya se han abierto paso entre las piezas que narran la tradición del país que le ha robado el corazón. «Ha sido un flechazo», asegura. No obstante, no cierra puertas a dar visibilidad a la artesanía procedente de diferentes puntos del mundo: «Me gustaría poder crear una gran plataforma».
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