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La boda de una bilbaína y un marroquí en el desierto del Sáhara con aurresku, ikurriña y mucho amor
La ceremonia de Nerea y Zakarya, celebrada en Semana Santa con las impresionantes dunas como telón de fondo, fue oficiada por Álvaro Pérez, concejal de Salud y Consumo del Ayuntamiento de Bilbao
La bilbaína Nerea y el marroquí Zakarya se conocieron hace casi cinco años a través de las redes sociales, aunque, curiosamente, no recuerdan el momento ... exacto en el que se produjo su primer contacto. «Nos seguíamos en Instagram, aunque realmente no sabemos desde cuándo. Coincidíamos mucho en nuestra manera de pensar, nos comentábamos las publicaciones y después la conversación fue a más y, finalmente, quedamos en persona en septiembre de 2020, ambos vivíamos en Bilbao», recuerda Nerea. A partir de ese momento, nació una historia de amor que acaban de sellar con una espectacular boda en Merzouga, un pequeño pueblo turístico del sureste de Marruecos, situado a 90 kilómetros del pueblo natal de Zakarya.
Allí, junto a las impresionantes dunas que dan paso al desierto del Sáhara, Nerea, profesora de peluquería y Zakarya, electricista, han celebrado su unión el pasado 19 de abril junto a un centenar de invitados. El evento ha supuesto además una comunión entre el pueblo vasco y el amazigh. «Decidimos hacer la boda en Marruecos por una cuestión práctica, puesto que era mucho más complicado por cuestiones burocráticas que los familiares de Zakarya vinieran a Bilbao», explica Nerea. Así que hace un año empezaron a preparar todo lo necesario, incluidos vuelos de avión y estancias y eligieron la Semana Santa por ser una fecha que podría cuadrarle a todo el mundo, por la posibilidad de tener varios días de vacaciones.
«Además, nos parecía atractivo que la gente conociera mi cultura, estábamos convencidos de que a la familia y amigos vascos les iba a gustar la idea. En cierto sentido, lo hemos vivido como un experimento social. Estábamos muy expectantes sobre cómo iba a ser el resultado, pero mejor, imposible», reconoce Zakarya. Para integrar dos culturas tan diferentes, esta pareja de recién casados apostó desde el principio por combinar las costumbres de ambos pueblos. «Allí, por ejemplo, las bodas duran tres días, pero no era viable así que la celebramos en solo un día. Tampoco hacen ceremonia como tal, pero nosotros no quisimos prescindir de ella. Fue muy gracioso porque Zaka llegó a lomos de un camello y yo entré del brazo de mi aita mientras sonaba una canción del grupo de K-pop BTS», recuerda riendo Nerea.
Un aurresku en el desierto
La novia llegó exultante con su vestido de Aire Barcelona de Rosa Clará, aunque durante la jornada festiva se cambió dos veces más, como dicta la tradición. Y es que después se celebró el ritual tradicional de cambio de ropa amazigh, en el que las mujeres de la familia le cantan al novio y los hombres le visten para la ocasión. Y ella también se vistió con los trajes tradicionales de la zona. «El tercer cambio es ya para vestirse en plan elegante, yo me puse un caftán hecho a medida por la diseñadora vitoriana Salizstyle», detalla Nerea. Como no podía ser de otra forma, durante toda la boda estuvo presente una enorme ikurriña y se bailó un aurresku para los novios. «No podía venir un profesional, así que les dije a mis amigas que aprendieran y lo prepararan para la ocasión. Les enseñó una chica que lleva practicando danzas vascas desde pequeña y les ha salido fenomenal», cuenta Nerea.
La ceremonia fue oficiada por Álvaro Pérez, concejal de Salud y Consumo del Ayuntamiento de Bilbao. «Llegué a Bilbao con 16 años como mena y estuve en un centro de menores. Conocí a Álvaro en un centro formativo porque él trabajaba como educador social. Desde entonces hemos forjado una gran amistad», explica Zakarya. «Es un chaval que respondió muy bien desde el principio y cuando me propusieron que les casara acepté encantado. Es mi segunda boda en Marruecos, anteriormente también casé a otro chaval allí y probablemente haya más. Lo he vivido con mucha ilusión, pero también con nervios y, sobre todo, he vuelto impresionado con el paisaje de aquel lugar. Lo dije en la propia ceremonia. He celebrado muchas bodas pero ninguna en un sitio tan espectacular», reconoce Álvaro.
Tras la comida, en la que degustaron el menú típico de las bodas marroquíes, con cuscús, tajín de carne y «muchos aperitivos», llegó el momento de la música. «Fue muy divertido porque le pedimos al DJ que mezclara las típicas canciones de la zona con la música que solemos escuchar aquí en las bodas. Imagínate a todos los invitados bailando Paquito el Chocolatero con el desierto de fondo», cuenta riendo Nerea. Los que habían viajado desde Bilbao también se involucraron en el baile tradicional Ahidous, en el que hombres y mujeres cantan refranes y poemas y se contestan unos a otros.
«Todos los invitados conectaron a la primera, nos hemos dado cuenta de que no es necesario hablar el mismo idioma para entenderse. Si se quiere y se hace con amor, se encuentra la forma, es más sencillo de lo que parece. La música también ha ayudado mucho, es un lenguaje universal. Los invitados se han ido encantados e impresionados con el paisaje y con la hospitalidad del pueblo amazigh», explica Nerea. Y es que, precisamente, la hospitalidad es una de las señas de identidad de los habitantes de esta zona, para los que su mayor deseo es que el invitado se sienta siempre como en su propia casa. «¡Mi padre me ha preguntado como 50 veces si los invitados estuvieron a gusto! Y las 50 veces le he respondido que por supuesto que sí», recuerda riendo Zakarya.
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