La «angustia» de vivir bajo los fuegos artificiales: la ropa recogida, las ventanas cerradas y un dron vigilando
Bilbao estrena nuevas medidas de seguridad para reducir el riesgo del concurso, pero los vecinos lo viven con «angustia»
Siempre fue el espectáculo más seguido en fiestas. La música se detiene, la ciudad enmudece y más de 100.000 personas miran al cielo desde ... las riberas de la ría, los puentes y los parques. Los fuegos artificiales forman parte del alma de la Aste Nagusia. El primer certamen pirotécnico se celebró en 1981. Los artefactos se lanzaban desde Bailén y más tarde desde Ripa, hasta que se trasladaron al parque Etxebarria en 1988. El concurso ha arrancado este año con nuevas medidas de seguridad después de que el 27 de agosto del año pasado, un incendio obligara a desalojar el recinto festivo durante horas, así como a los vecinos de los bloques 9 y 10 de la calle Viuda de Epalza, tras la exhibición, a la que los peritos de los vecinos atribuyen el suceso. El Ayuntamiento lo achaca a un cortocircuito según un informe del jefe de Operaciones de los Bomberos. Aún así, el Consistorio ha implantado cambios en esta edición para minimizar riesgos.
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Dos horas de cierre diario de la calle Esperanza
Así se ha retranqueado el punto de lanzamiento al interior de los campos de Mallona y reducido el calibre de los artefactos a un máximo de 125 milímetros -antes podían llegar a los 175 milímetros-. La zona de seguridad ha quedado establecida en 75 metros de radio respecto del público y de 60 metros con las edificaciones. Las calles Esperanza, Sendeja y Viuda de Epalza «quedan fuera» de la misma, según fuentes municipales, pero aún así se han tomado medidas de seguridad: se riegan los tejados cada día desde las ocho y media de la tarde. Aun así, una parte del vecindario de esas calles conformadas por bloques históricos que durante años se integraban dentro del perímetro de seguridad viven los fuegos con terror. No olvidan lo ocurrido el año pasado.
Uxue Alonso reside desde hace casi cuatro décadas en un tercer piso de Viuda de Epalza, donde crió a sus hijas, en uno de los bloques afectados por el fuego. Su salón mira hacia el inmeso festival que se monta en El Arenal. La cocina le da hacia un patio interior donde «siempre aparecen restos pirotécnicos». A las diez de la noche está en casa. Las instrucciones municipales son claras. La calle Esperanza se cierra al tránsito y se insta a todos los vecinos a tomar precauciones. Deben recoger toda la ropa que tengan tendida porque «puede ser combustible». También cerrar ventanas y balcones para evitar que pueda colarse algún artefacto y abstenerse de acceder o entrar a sus portales mientras dura la exhibición. En una circular les recuerdan que no pueden «manipular los restos que encuentren» y les conminan a «impedir a los niños que jueguen con restos pirotécnicos».
Deben recoger la ropa colgada y no pueden abrir la ventana ni salir de casa mientras dure el certamen
El piso de su vecina Rosa está orientado hacia la calle Esperanza. A las diez de la noche, los Bomberos siguen regando los tejados. «Después de lo del año pasado, que no me sorprendió, he vivido todo este tiempo con angustia de que llegaran las fiestas otra vez. Aunque se han tomado algunas medidas y estoy más tranquila», reconoce. Poco después comienza el espectáculo. Tres petardazos algo separados en el tiempo avisan del inicio.
La ventana del patio resplandece mientras suena un ruido atronador. «Parece una guerra. Aunque hayan reducido la potencia, el volumen es igual», se queja Uxue. Los artificios se alzan en el horizonte para teñir de color el cielo y parece que se desintegran sobre los tejados del bloque de enfrente, extremadamente cerca. «He visto delante de mis narices caer cascotes a la calle», relata Rosa. Ella tiene triple acristalamiento, pero eso no impide que la traca final se oiga como si ocurriera dentro de la casa. El estruendo es ensordecedor. El cristal vibra. «El otro día se movió un cuadro», dice. Está prohibido abrir las ventanas. «Aquí vivimos personas: ancianos, gente con diversidades, niños... ¿De verdad no es posible trasladarlo a otro lugar en el que no haya riesgo?» denuncia Uxue.
Un dron con una cámara térmica sobrevuela la zona para avistar los tejados y prevenir incendios
«Puntos de calor»
Cuando termina el certamen, los vecinos ya pueden asomarse a la ventana o abrir el balcón. Un dron sobrevuela la zona. El Ayuntamiento ha contratado a la empresa Drone By Drone para vigilar todo el perímetro y los tejados de Esperanza y Viuda de Epalza, ya que no hay visibilidad de los mismos desde abajo ni desde el parque. Los drones, empleados también para el hallazgo de desaparecidos, de fisuras en viaductos o fachadas, se convierten en «los ojos» de los Bomberos. Son dos aparatos, aunque no se emplean de forma simultánea. Realizan un vuelo de reconocimiento con una cámara térmica para detectar «puntos de calor» durante y después del espectáculo. «Caen ascuas al arbolado lateral de la zona de lanzamiento, pero no llegan a prender porque riegan constantemente la zona. De momento, no se ha detectado ninguna anomalía», explica Ander García, director técnico. Si hay normalidad tras la exhibición, se reabre la calle Esperanza, que recupera la vida, y los vecinos salen de su encierro.
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