Viejo puente de abril
Cuando hablaste de los puentes de Bilbao te dejaste uno». No es raro que los ojos que asoman por aquí propongan temas o rebatan asuntos. ... Y sobre puentes hay tantos como orillas. Así que le di la razón. Al fin y al cabo han cambiado de material, lugar y nombre muchas veces. Como el que hoy nos ocupa. El Puente del Arenal. Había sufrido daños en el último Sitio de la Villa y un 11 de abril como el de hoy, en 1874, quedaba en ruinas tras una fuerte riada. Los puentes siempre caen en las contiendas. A veces destruidos por quienes los construyeron para impedir la entrada del enemigo. Ese mismo día, tres años antes, arrancaban las obras del nuevo de San Antón retrasadas tras otra guerra Carlista. Nada raro. Pero tiene abril obsesión por nuestros puentes. Tanto para dañarlos como para aplaudirlos.
En 1380 y en 1408 dos riadas se llevaron el de la Villa y en 1402 acabaron con el diabólico de Castrejana. Otro lunes aclararemos el seudónimo. Hoy seguimos en este mes que en 1880 dejó inutilizado el colgante de San Francisco. Habían reparado uno de sus tirantes, inutilizado tras una bomba, pero no pudo más. Ya en 1876 una riada paraliza los trabajos del puente de Atxuri. Aunque, como digo, a veces daba alegrías. Como el 14 de abril de 1932 cuando comenzaron a construir el de Deusto. O el 29 de abril de 1983 al inaugurar el de Rontegi. Lo mismo que el 18 de 1997 con el Euskalduna.
También fue en esa fecha, pero de 1845, cuando aprobaron el proyecto del que hoy abordamos. El de Isabel II. Así lo bautizaron en 1947. Aunque tuvo más nombres. Ya decíamos que juegan al despiste. Y éste de manera especial. Fue pionera su construcción, por ser de estructura metálica a través de fundición, y presumía de sus hojas levadizas. Dejaron de funcionar en 1866, pero era tan chulo que exigía pago a quien quisiera atravesarlo. Ello motivó la construcción en 1867, por parte de los vecinos de Abando, del de los Fueros. Tres años más tarde, ante la gratuidad del vecino, decidió dejar de cobrar. Desde entonces fue variando naturaleza, anchura y uso, por aquello de los tranvías. También cambiaron las aguas. Los veleros dejaron de pasar y las gabarras dominaron la zona. Hasta que en 1937 es volado de nuevo. Se repite la historia.
Hubo uno provisional de barcazas y maderas, hasta que levantaron otro de hormigón armado al que llamaron puente de la Victoria. Esa fue su denominación. Pero en 1980 volvió a ser del Arenal. En realidad siempre se llamó así. Más allá de lo que digan los documentos está la acera. En nuestra tierra somos dados a llamar a las cosas por ubicación o por uso. De hecho el debate en asuntos de puentes suele ser si el nombre lo otorga una orilla o la otra. Que se lo pregunten al que va de Portugalete a Las Arenas y viceversa. Por eso este que fue reina acepta llamarse como la orilla del norte. Esa donde Bilbao tuvo playa y varadero. La arena olía a barcos, ultramar y comercio. Territorio cambiante como las mareas de agua, ora dulce, ora salada. Puente que lleva sobre su cuerpo a paisanos y foráneos hacia la puerta del teatro, la música o los rezos.
Sabe bien que el del Ayuntamiento ha sido testigo de asuntos más oficiales o laureles deportivos. Y que el de San Antón es el titular del escudo. Entiende que lo suyo es la comparsa y la algarabía. Pero no le importa. Ha vivido mucho como para indignarse. Por eso podré olvidar algún puente, pero jamás éste. Lleva duende. Por él nos llevaban a muchos hasta el garabato de las Siete Calles. Bajábamos cargados de ilusiones y subíamos con dulces, zapatos nuevos y globos amarillos. No será el más elegante ni el más grande. Tampoco lleva un nombre exclusivo o rimbombante. Todo lo contrario. Pero es especial. Tanto, que si se acercan lo suficiente podrán comprobar que este puente todavía huele a castillos en el aire levantados con su arena.
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