El vehículo más antiguo del mundo carbura bien en Bilbao
Hablamos de ir andando. Estos cuatro bilbaínos han decidido dar la espalda al coche, al metro, al tranvía y al bus, y cada día cruzan la ciudad a pie
Vaya por delante que el autor de estas líneas –habituado al trote sosegado en días de labor y a las rutas montañeras de fin de ... semana– ha perdido más de un kilo durante los tres días que ha acompañado en sus trayectos diarios a los protagonistas de este reportaje. Son cuatro personas que se desplazan por Bilbao andando. Es decir, su medio de transporte fundamental es la zapatilla. Note usted, lector, la lozanía juvenil que transmiten todos ellos.
Claro, tienen la suerte de vivir en una ciudad de dimensiones idóneas para los caminantes. De hecho, de los 850.000 desplazamientos internos que se contabilizan cada día la gran mayoría, 550.000, son a pie. Hay 195.000 en transporte público, y 105.000 en coche. «La movilidad peatonal es el gran tesoro a proteger y mimar en Bilbao», dice el Plan de Movilidad Urbana Sostenible.
Ángel, Iker, Janire y Eduardo son claros ejemplos de que en la villa se puede vivir sin apenas subirse en más medio de transporte que las propias pantorrillas. Pero no son unos integristas. No son de los que queman el carné de conducir por principios. Ni renuncian al transporte público si llueve a mares o si van mal de tiempo. Son gente práctica.
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¿Por qué han decidido hacer de la caminata su medio de transporte fundamental? Por salud, claro. Caminar es uno de los ejercicios más eficientes cardiovascularmente hablando. Pero también por conveniencia: si uno va andando, sólo depende de sí mismo en sus desplazamientos, no hay que esperar a que llegue el bus, ni ir a la estación de metro más próxima aunque esté a contradirección. Todos coinciden en que rara vez ganarían más de diez minutos en sus recorridos si se subiesen en algún medio mecánico. A veces, incluso llegan antes. Por si todo eso fuera poco, andar no contamina. Además, es gratis. Y uno suele encontrarse con conocidos por la calle ¿Quién da más?
Sostenible y saludable
Esta semana se ha celebrado en Bilbao la Semana de la Movilidad, en la que se hace una apuesta por los medios sostenibles. Además, desde el Ayuntamiento de Bilbao se da un paso más y el concejal del ramo, Alfonso Gil, lleva tiempo hablando de medios saludables. Es decir, que hagan a la gente moverse en un momento en el que el envejecimiento de la población y la salud son los grandes retos. La bicicleta es una alternativa. Y caminar, también. Quizá una de las estrategias más eficientes para demostrar que patear Bilbao es una buena idea es conocer la vida de quienes lo hacen. Evidentemente, cada caso es diferente. Si uno vive en Txurdinaga y trabaja en Elorrieta, esta no es su opción. Pero hay tanta gente para la que sí...
Ángel Fuentes | 78 años
«A veces me siento tan bien que me entran ganas de correr»
3 kilómetros camina con frecuencia para ir a ver a su hijo a Deusto. Sale de Irala. Hace el recorrido en menos de 40 minutos. A la vuelta, a veces, coge una bici pública.
Ángel dice que antes, al caminar, miraba al suelo y a los lados. Lo normal. Pero ahora mira hacia arriba. Y eso le ha permitido redescubrir la ciudad. «Los edificios, el arte...». Ahí se empieza a notar que es un hombre con curiosidad. Trabajó de un montón de cosas y al final, antes de jubilarse, fue cristalero. «Es una profesión complicada si se quiere hacer bien. Tiene mucha más ciencia de lo que parece».
Ángel es conocido en su entorno porque anda mucho. ¿Es eso cierto? «Ayer me fui hasta el Puente Colgante (12 kilómetros), el otro día al Kobetas. También voy a menudo a Zorroza por Olabeaga...». Se arranca con una enumeración abrumadora de logros andariegos. Pasea. Pero es que, además, utiliza la zapatilla como medio de transporte habitual para ir de compras, para quedar con gente en el Casco Viejo, para ir a ver a su hijo a Deusto... «A veces también cojo las bicis públicas, pero no hay derecho al uso que se les da. ¡La mayoría están destrozadas!».
Ángel lamenta la falta de respeto y el pasotismo general. Claro, es de esa generación que aún sale de paseo con una camisa impecablemente planchada, con la raya en la manga trazada como con cartabón.
Nada de sillón
Su militancia como caminante irreductible tiene su base en la salud. «Antes andaba mucho en bici. También he hecho mucho monte. ¡El baile lo tenía abandonado por hacer deporte!». Ahora anda. «Es importantísimo para estar sano y creo que falta mucha información, concienciación... Hay que convencer a la gente mayor de que moverse es fundamental para tener calidad de vida. Quedarse en el sillón... No, no, no».
Uno de los recorridos más recurrentes es el que hace desde su casa, en la calle Irala, hasta Blas de Otero, en Deusto, para ver a su hijo. Tres kilómetros en menos de cuarenta minutos. Respetuoso, evita los bidegorris y la mayoría de las veces cruza en verde. De repente, en Sabino Arana, para atravesar el paso de cebra con Pozas, se arranca, ágil, en una carrera apurada. «¡Vamos antes de que se ponga en rojo!». Un demarraje en toda regla. ¿No se está exhibiendo un poco, Ángel? «Ya, igual sí. Pero es que a veces... ¡Dios, me siento tan bien que me entran ganas de correr!».
Iker Armenteros | 39 años
«Voy andando a cualquier sitio que esté a menos de 45 minutos»
4,1 kilómetros camina cada día sólo para ir al trabajo, de Uribarri a Uribitarte. Sólo está a 900 metros, pero va a desayunar a La Salve y vuelve a comer a casa.
Como presentación Iker Armenteros ya se define como «un poco friki» de las cosas de la salud. Come limpio. Y es deportista: la aplicación de su móvil refleja que en septiembre, de media, ha hecho doce kilómetros al día. Ahí se incluye el ejercicio en el gimnasio, el ascenso a su piso (un cuarto sin ascensor) y, sobre todo, las pateadas por Bilbao. «Voy andando a cualquier sitio que esté a menos de 45 minutos». Es decir, a prácticamente cualquier punto de la ciudad. Como ha integrado de tal manera las caminatas en su vida, el calzado es fundamental. Ha de ser cómodo y con 'gore tex'. Que estamos en Bilbao.
Él vive en Uribarri y trabaja en la sede de CC OO en Uribitarte. Cerca. De su casa al sindicato hay únicamente 900 metros. Diez minutos de caminata. Lo que pasa es que antes, para desayunar, va hasta la cafetería Geroa, junto a La Salve (600 metros más). Y luego, al tajo. A mediodía, a comer a casa. Sólo esta rutina ya implica caminar más de cuatro kilómetros al día.
Lluvia criminal
Pero hay mucho más. También tira de zapato para acercarse a una tienda deportiva de la que es habitual en Indautxu; o para ir a un supermercado que le gusta porque los frutos secos –sin sal, tostados y no fritos– están ricos allí. Es cierto que a veces caminar es sufrido: «el puente Zubizuri es criminal cuando llueve; te llega el agua de todos lados». Pero qué bien se siente uno. «Es un privilegio vivir en Bilbao y poder ir andando a todos lados. El futuro pasa por sacar los coches del centro de las ciudades».
Él sí tiene vehículo privado, pero casi como si no lo tuviera. «El año pasado le hice solo 4.000 kilómetros. Salvo que nos vayamos de fin de semana, ni lo tocamos».
Claro, con semejantes hábitos es normal esa apariencia fibrosa, esos movimientos ágiles y ese ritmo que lleva. Por eso, no es fácil hacerle fotos. «No sé andar despacio», admite. Eso lo agradece su salud, por supuesto. Pero a veces le puede el entusiasmo. «Hace unos meses, a los 17 días de operarme una hernia inguinal hice 20 kilómetros andando. Ni me enteré». Admite que fue una imprudencia. Pero una cosa es eso, y otra «la gente que se coge el ascensor para subir a un primer piso. Es algo que me flipa».
Janire Chaparro | 38 años
«Ir a pie es rapidez: lo quiero ya, lo hago ya. No dependo de nada más»
2,3 kilómetros es la distancia que hay desde su casa, en Txurdinaga, hasta su negocio, en el Casco Viejo. A la tarde suele ir hasta Deusto a estudiar Inglés, también a pie.
El jueves a mediodía Janire tuvo que volver a casa a por algo que se le había olvidado. Cerró su tienda del Casco Viejo –Tuinkis American Market– y puso rumbo a Txurdinaga. Pero cuidado, no a la zona más próxima, sino a la que está junto a Bolueta. Al observador le parece lejísimos. Fueron 2.300 metros recorridos en 25 minutos. Salvando, por supuesto, la cuesta cruel de Iturribide con un sol pegajoso.
– ¿No pierde mucho tiempo caminando este trecho?
– ¡Qué va! ¿Ves a ese chico que está bajando del autobús? –dice, mientras le apunta con la barbilla–? Pues tiene una tienda junto a la mía, cierra a la misma hora que yo –a las 14.00– y ahí está llegando. ¡Le hemos ganado!
En el caso de Janire hay varios motivos que le llevan a patear Bilbao, y son los siguientes. Primero, «porque el metro me resulta claustrofóbico y los autobuses siempre están llenos, así que me ponen de los nervios». Segundo, «por rapidez: lo quiero ya, lo hago ya. Me voy y no dependo de nada más: ni de horarios, ni de atascos...». Tercero, «por intentar no engordar más... ¡Me gusta mucho comer!». Cuarto, «porque siempre te encuentras a algún conocido por el camino, y te tomas algo». Quinto, «porque es la mejor manera de conocer una ciudad, tanto la tuya como otras. Cuando mi marido y yo vamos de viaje lo pateamos todo. ¡Un día en Barcelona nos hicimos 23 kilómetros!».
Lo más curioso de su caso no es solo que camine habitualmente desde Txurdinaga al Casco Viejo, sino que desde el Casco Viejo, por la tarde, a menudo va hasta Deusto, también a pie, para recibir clases de Inglés.
Un mal recuerdo
Sólo ha habido una cosa que ha alterado su militancia peatonal. Hace unos meses sufrió un atraco en Iturribide, y fue como un shock. Durante varias semanas cogía el metro en Santutxu para ir al Casco Viejo. «Todo para no volver a pasar por el sitio donde me habían robado». Pero se recuperó pronto. «Odio vivir con miedo. No puedo, no quiero». Así que ha regresado a su vida, bien organizada en torno a sus rutas habituales: academia de baile, gimnasio... «Busco optimizar el tiempo. Porque, eso sí, yo camino para ir a algún sitio. Andar por andar, no».
Eduardo de la Torre | 28 años
«Camino por tradición familiar»
1,5 kilómetros separan su casa, en Basurto, del supermercado donde le gusta hacer la compra, en Campuzano. Siempre va a pie, igual que a tomar algo al Casco Viejo (2,5 km).
Hay un supermercado en la plaza Campuzano donde venden cosas que le gustan a Eduardo y a su novia. Ellos viven en Basurto, junto al campo de fútbol del barrio, a más de un kilómetro y medio. ¿Y qué? Agarran dos bolsas de tela cada uno y se van de compras. 18 minutos ida y otros 18 vuelta. «Procuro ir a todos lados a pie, no coger ningún transporte». Lo mismo cuando quedan en el Casco Viejo con amigos, hasta donde llegan en media hora. Y, naturalmente, cuando va a trabajar a la UPV/EHU, a sólo diez minutos de distancia.
Eduardo es ingeniero químico, investigador, y está realizando un doctorado en el Programa de Ingeniería Ambiental en la Escuela de Ingeniería de Bilbao. Así que es la persona idónea para hacerle una pregunta necesaria.
– Caminar por la ciudad será sano, pero también se respira aire contaminado. ¿Compensa lo bueno a lo malo?
– Sí. En Barcelona hicieron un estudio en este sentido con la gente que andaba en bici –mucho más expuesta a los malos humos que los peatones–. Pues bien, el resultado fue que el beneficio para la salud que supone el ejercicio físico es mucho mayor que lo que perjudica la contaminación. Y eso que se hizo en Barcelona, donde los niveles de polución son mucho más altos que los de Bilbao.
Pensar en el peatón
Lo de patear a Eduardo le viene de toda la vida. «Camino por tradición familiar. Con mis padres siempre hemos ido a todos lados a pie. También cuando viajábamos. Además, es una manera de hacer deporte. Y me gusta». Calcula que cada día camina, como mínimo, siete kilómetros. «A menudo, más». En Bilbao lo tiene bastante más fácil que en su Eibar natal, donde «algunas calles están hechas un asco». Aquí no. «Es importante que las ciudades piensen en el peatón». Apuesta por las peatonalizaciones –«pero con cabeza»–, y por más pasos de cebra sin semáforos para no tener que interrumpir la marcha tan a menudo. Sobre todo, cuando va cargado con bolsas.
Cuidado. ¿No es eso un castigo para la espalda? «Igual sí. Pero el médico no me ha dicho nada. Lo que siempre me advierte es de los riesgos de pasar ocho horas frente a un ordenador».
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